DEBATE SOBRE LA GESTIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO

Terrazas: entre los clientes y los vecinos

La convivencia entre las terrazas y los ciudadanos que viven junto a ellas requiere un difícil equilibrio entre el cumplimiento de la normativa, civismo, paciencia y buena voluntad

Terrazas en la calle de Blai, en el Poble Sec.

Terrazas en la calle de Blai, en el Poble Sec. / FERRAN NADEU

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INMA SANTOS HERRERA / MÍRIAM GARCÉS

¿Quién puede resistirse a los encantos de una terraza? Unas cañas al aire libre con amigos o con familia, después de un día de estrés laboral, unas tapitas a la sombra del parasol o al fresco de la noche...  Una terraza es desconexión, ocio, diversión y vida en la calle. De día, pero también de noche, lo que genera uno de los grandes debates en la Barcelona de hoy: cómo gestionar la convivencia entre las terrazas y los vecinos que viven cerca de ellas. Es una variante de uno de los debates (a veces conversación, a veces discusión) que vertebra Barcelona: cómo compartir el espacio público.

Vicente Pena

PROPIETARIA DE UNA LECHERÍA

Las terrazas no son solo para turistas, hay muchas que son de barrio en las que se sienta la gente de barrio a hablar, desayunar, tomar café....

“Las terrazas es el principal sustento hoy de cualquier negocio de hostelería. Genera clientela, recursos, ambiente. En verano es un 100% de beneficio, en invierno, un 50%”, afirma Paco Sánchez, de 50 años y propietario del Xapacó (Consell de Cent, 411). Su terraza --tres mesas con cuatro sillas y un parasol cada una, frente a su local y separadas de la acera-- se ajusta a la ordenanza ordenanza y a la filosofía de su dueño: “La terraza debería ser la mínima expresión para contribuir a reducir el efecto de invasión de la acera. Quien quiera más comodidades, que pase al salón”. Pero no todo es tan sencillo, sobre todo por la incertidumbre que vive el sector de la hostelería respecto a la ordenanza de terrazas y sus posibles modificaciones a corto plazo. Así las cosas, los restauradores se dividen entre los que han decidido cumplir la ordenanza tal y como está o remoloneanrestauradores (la incumplen). Y los ciudadanos suelen adorar las terrazasciudadanos… siempre y cuando no estén en los bajos de su edificio.

“El Ayuntamiento es demasiado duro. No es justo quitarle su modo de subsistencia a una persona que intenta cumplir con la normativa”. Vicenta Pena no es propietaria de terraza, tiene 46 años, uno menos que la antigua lechería que regenta y que heredó de su madre, pero es vecina puerta con puerta y, sobre todo, clienta del Bar Saioa (Gran Via esquina Entença) y una fan incondicional de su terraza. “En invierno nos da un solecito estupendo y en verano se está fresquito. Aquí viene sobre todo gente del barrio: unos van siempre a desayunar, otros se encuentran por casualidad y acaban haciendo tertulia y otros acabamos allí en familia o con amigos disfrutando de esas bravas, esas croquetas, esos batidos...”. Por eso, cuando el verano pasado la normativa amenazó la existencia de esta terraza, se implicó para salvarla junto a otros vecinos. Lo lograron. El Saioa mantuvo su terraza aunque por el camino perdió mesas (pasó de 10 a 6) y también un trabajador.

Stefania Grassi

RELACIONES PÚBLICAs

“Sufrimos demasiado ruido, antes y después del cierre hasta las 00.30 horas, en el mejor de los casos. Además, no son rigurosos con los horarios, así que las molestias se alargan con frecuencia” 

Hay terrazas y terrazas. No es lo mismo una de un barrio cualquiera que las que hay en una de las denominadas 30 zonas singulares de la ciudad. Como tampoco es lo mismo ir de terrazas que tener una bajo la ventana. “Los bares dicen que no quieren perder puestos de trabajo, pero los vecinos también trabajamos y necesitamos descansar”. Así lo resume Stefania Grassi, que vive con su pareja en un piso cuyas ventanas dan a una de las tantas terrazas que de la Rambla del Poblenou. Entre semana, asegura, resulta imposible dormir antes de las 00.30 horas, en el mejor de los casos. “Demasiado ruido antes y después del cierre, con el que además no son rigurosos”, sostiene Stefania, madre de un bebé de apenas dos semanas.

 “El ruido y las molestias son responsabilidad directa del empresario, que debe actuar como mediador entre el cliente y los vecinos para solucionar el conflicto”, sostiene Paco. Esta actitud no siempre se cumple. “Enric Granados se ha convertido en una calle tan solo dedicada al ocio, una especie de Lloret”, denuncia Josep Maria Alcoberro, jurista de 52 años, vecino de Enric Granados y fundador, junto a su mujer, de la asociación vecinal SOS Enric Granados. Cuenta Josep Maria que en su calle el comercio de proximidad desapareció para dar paso a bares y restaurantes que ocuparon la vía pública. Sintieron que una “invasión” les expulsó, algo que confía que solucione la Ordenación Especial de Terrazas que se ha acordado recientemente para su calle (“solo se permitirán 25 mesas en cada tramo de calle”).

Paco Sánchez

PROPIETARIO DEL BAR XAPACÓ

“Los problemas de incivismo y convivencia en la terraza son responsabilidad del empresario, que tiene que concienciar, gestionar la terraza, seleccionar la clientela y mediar entre esta y el vecindario” 

Las misma sensación de expulsión tiene Jordi Piqué, desempleado de 47 años, vecino de Blasco de Garay con Blai, en el Poblesec, aunque en su caso incorpora un argumento recurrente en el debate sobre el espacio público en Barcelona: el turismo. “Blai se ha convertido en un espacio de consumo y diversión sin fin para vecinos de otros barrios, y sobre todo para turistas”, se lamenta. Jordi es de los que creen que la proliferación de terrazas hace que la ciudad pierda su esencia e idiosincrasia. En cambio, hay barceloneses que las defienden por lo contrario: “Aportan vida y alegría, son punto de reunión y convierten la calle en un lugar de paso, por lo que hacen más visibles a los negocios cercanos”, defiende Vicenta.

Jordi Piqué 

DESEMPLEADO

 “Mi calle se ha convertido en un espacio de consumo y diversión sin fin para vecinos de otros barrios, y sobre todo para turistas” 

 “Las terrazas son como la lucecita de la ciudad, puntos de vigilancia, Hay barrios en los que si no fuera por un bar abierto con buena iluminación o una terraza sería imposible pasear sin sentir cierto miedo o inseguirdad”, argumenta María Dolores López, de 60 años, propietaria de una cafetería, el Café d’Annunzio, en la plaza de Vicenç Martorell desde hace 14 años. Sí, tiene una terraza pequeña y acogedora, pero su defensa de las terrazas se basa en asuntos más culturales que económicos: las considera parte de la idiosincrasia de esta ciudad abierta y comunicativa a la que llegó desde Almería con solo 8 años. María Dolores concibe las terrazas como pequeñas ágoras, puntos de encuentro donde “los ciudadanos comparten historias, comentan los diarios, hacen sus tertulias... Son necesarias para fomentar la comunicación, para relacionarse”. 

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En esta línea, Paco recuerda que en la mayoría de barrios hay  terrazas que tienen como principales parroquianos a los vecinos. “No todo el mundo tiene un salón comedor de 50 metros, y en esos casos, tener un bar con una terraza donde puedes sentarte al fresquito con amigos y familia se agradece”. Porque los vecinos también son clientes y los clientes también pueden ser vecinos.

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