Regeneración local mediante gobernanza

Hay que cambiar el modelo de gestión política, pasar del concepto de gobierno al de gobernanza. En la etapa poscrisis, es imprescindible que los partidos sitúen la participación ciudadana en un lugar preeminente, más allá de lo establecido por la ley. Sol

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Si para algo sirven las crisis -sirven de mucho más pero nunca se es del todo valiente para actuar en consecuencia- es para hacer balances, pensar en las malas gestiones y en los pésimos resultados, deshacer caminos y emprender rutas, de apariencia nueva, que no repitan los errores inmediatos. Sin adjetivar ahora cuáles fueron las causas de esta crisis existencial que todos hemos padecido, hace al menos una década que la sociedad había empezado a cambiar su percepción sobre qué le preocupaba en su día a día o para qué servían los gestores políticos -intonsos, válidos o negligentes-. Solo necesitaba llegar hasta ese límite insoportable de sentir la dignidad mancillada.

Detrás de esta crisis también hay un necesario replanteamiento del modelo de gestión política. Pasamos del concepto de gobierno al de gobernanza, tras casi 20 años de analizar ambos significados, desde todos los puntos de vista, escalas y esferas del pensamiento social. Con la Constitución de 1978 parecíamos superar la tradicional subordinación de las entidades locales al Estado, conformador y pater familias, donde aquellas eran entendidas como poco más que una forma de administración periférica. El artículo 137 consagraba la autonomía de gestión a las entidades locales para sus propios intereses, sin llegar esta al grado de soberanía. En esa autonomía local se reconocía implícitamente el derecho de participación. Pero las entidades locales no desarrollaron demasiado bien esto de la participación ciudadana, y sí mucho mejor el puro y duro ejercicio diario del poder y la ejecución de proyectos.

Y, sin embargo, en ese derecho de participación ciudadana en todos los niveles reside una de las claves en el nuevo proceso de recuperación tras la crisis. También aquí se ha sentido una evolución natural, que ha caminado desde la desafección más absoluta del ciudadano hacia la política, hasta su decidida y pertinaz participación, dando un simbólico puñetazo encima de la mesa política que se había asentado en tumefactas e insanas maneras de hacer. A falta de aunar distintas experiencias previas en nuevas formas de gestión, la participación ciudadana en los procesos de decisión sobre los aspectos de importancia que rigen sus vidas puede ser el impulso definitivo para reconstruir los valores sociales, perdidos por una gestión política inadecuada que empezó hace 20 años, al margen de la sensatez más elemental.

No es casualidad que se empiece a hablar de gobernanza ahora. Incluso en una sociedad global. Hemos tenido que vivir 20 años más para comprender el verdadero sentido de algo que se pensó entonces. En 1992, siguiendo la iniciativa de Willy Brandt, se creó la Commission on Global Governance (publicado luego como The Commission on Global Governance, Our Global Neighbourhood, en 1995), quien definió este nuevo concepto entonces como «la suma de diferentes modos en que los individuos y las instituciones, públicas y privadas, gestionan los asuntos comunes. Es un proceso continuo de cooperación y acomodación entre intereses diversos y conflictivos». Lo sustantivo que subyace en el desarrollo de este concepto radica en la exigencia de claridad y transparencia en la toma de decisiones; en la rendición de cuentas que los actores de una sociedad deben presentar respecto de la gestión de las vidas de todos, sobre la base de hacerlo en red, de forma horizontal, y no con planteamientos jerárquicos. Se trata de avalar una gestión responsable cuya fuente primigenia bebe de los depósitos elementales de cómo se gestionan las necesidades de las comunidades locales, desde siempre. Sin duda hay conocimientos más que sobrados de ello, gracias a los aportes de la antropología social y la sociología. Pero faltaba emplearlos en las escalas superiores.

Territorio de las oportunidades

Tras la crisis es necesario que los partidos cedan un lugar primario a la participación ciudadana, más allá de lo obligado por ley. Solo desde esa mirada local podremos avistar nuevos espacios de empleo y cotas distintas de oportunidades. El control de la escala local y comarcal hace los proyectos más viables. Son propuestas realistas siempre, porque conocen las limitaciones. En el análisis geográfico regional lo local está presente desde los años 80, pero su voz fue acallada, sistemáticamente, por las formas de hacer de la política, empeñada en gestionar presupuestos y proyectos faraónicos que desoían los atinados diagnósticos de los geógrafos.

El territorio de las oportunidades no puede ser hoy el mismo que aquel existente en las décadas de la Transición. Sería otro error. Los subsiguientes procesos electorales en ciernes deberían tener presente estos preceptos, bien representados en los significados de la gobernanza, eso sí, cambiando el orden y empezando a interesarse por la escala local y comarcal para construir la recuperación. Allí estará la diferencia. El votante perspicaz y lleno de ideas sensatas tiene hoy mucho criterio. Y sentido común.