Hay caso Rato para mucho rato
Benjamin Franklin, que además de inventar el pararrayos fue uno de los padres de la independencia de EEUU, solía decir que en la vida «no hay nada seguro, salvo la muerte y los impuestos». Muchos han recordado aquellas palabras cuando han tropezado con respectivos fiscos de cada país.
Algunos han salido bien parados, incluidos banqueros de tronío en España recientemente, y otros han salido trasquilados y han sufrido el ensañamiento de las autoridades y de la opinión pública. La familia Pujol ha sido uno de los últimos ejemplos y Rodrigo Rato, durante años el gran referente del Partido Popular, el último. Todos caídos, directa o indirectamente, a partir de la estrambótica amnistía fiscal impulsada por Cristóbal Montoro en marzo del 2012, sin que todavía esté clara su autoría intelectual.
Rato, cuya inocencia o culpabilidad determinarán los tribunales dentro de demasiado rato, ha caído, como tantos otros, por un pecado fiscal. Con su rocambolesca más o menos detención y posterior puesta en libertad -incluida la humillante introducción en un coche policial con ayuda en la cabeza- se abre, ahora sí, la puerta del principio del fin de toda una etapa de la historia del PP.
El día que la policía, después de que alguien avisara con antelación -y no hay muchos candidatos- a las cámaras de televisión, entró en el domicilio del exvicepresidente del Gobierno, algún abogado del Estado se apresuró a expedir el acta de defunción del aznarismo y también colocó una chinita -o un pedrusco descomunal- en el futuro político más inmediato de Mariano Rajoy.
El presidente, que había detectado -y los paró- movimientos extraños en su entorno hace algunos meses, ahora no ha querido o no ha podido hacer nada.
Aunque no sea justo, Rato ha sido expuesto al tribunal popular, casi sin defensa posible, y ha sido condenado por la opinión pública, en un país que siempre ha sido laxo en el cumplimiento con Hacienda, pero que no perdona ser rico, sin necesidad de serlo inmensamente.
Rato se acogió a la amnistía fiscal del PP, que nadie puso en marcha para beneficiar a los amigos como dice electoralmente Pedro Sánchez, y al hacerlo admitió una culpa fiscal que siempre le acompañará.
Las demás acusaciones, tan graves como espectaculares, tendrán que ser probadas, pero como todo ha empezado con el suficiente número de actuaciones poco frecuentes cuando menos y con procedimientos poco habituales, podrían quedar en poco si no ha habido un respeto escrupuloso de la realidad. Eso no invalidará lo que haya hecho o no Rato, pero cambiaría su calificación jurídica, sin que haya que descartar, como él mismo dice que alguien haya confundido «patrimonio con renta».
Todo indica que, por las razones que sean, alguien pudo ponerse nervioso y decidió acelerar -y sobre todo con publicidad y pena de telediario incluida- una serie de actuaciones que han podido dejar demasiados cabos sueltos. Si hubo cálculo político, la operación se ha saldado con un gran fiasco para el PP.
Rato ha cometido sus errores, pero le han laminado los suyos. Comienza un larguísimo caso Rato que durará demasiado rato, años. Franklin tenía razón, lo único seguro son la muerte y los impuestos.
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