Sienna Miller, víctima de su glamur

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Nando Salvà

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Sienna Miller solía ser una mina de oro para la prensa –y una pesadilla para sus publicistas–. Porque cuando se sentaba ante una grabadora no tenía filtro: se abandonaba con jovial abandono a decir cuanto le pasara por la cabeza, y eso la convertía en una máquina de dar titulares provocadores. Pero ya no es así. Hoy la actriz neoyorquina parece afrontar las entrevistas sobre todo con cautela e incluso con cierta tensión. Y no le faltan motivos. 

Entre ellos, eso sí, no parece estar su situación profesional actual. Su carrera nunca antes le había dado tantas alegrías. "He logrado lo que siempre soñé como actriz: formar parte solo de proyectos interesantes para directores importantes". Los buenos tiempos empezaron a hacerse claramente patentes cuando, recientemente, rodó a las órdenes de Clint Eastwood en 'El francotirador' (2014) y de Bennet Miller en 'Foxcatcher' (2014), películas en las que –quizá no sea coincidencia— su llamativa belleza aparecía deliberadamente escondida.  

"Aparecer atractiva o glamurosa en pantalla nunca ha sido una prioridad para mí –aclara en un tono que sugiere un atisbo de irritación–. Pero me he dado cuenta de que, al menos en mi caso, eso no basta. Si quieres ser tomada en serio como intérprete, debes despojarte de toda vanidad y esforzarte por no llamar la atención con el físico". Tal vez sea gracias a esta nueva actitud por lo que pronto la veremos junto a Robert Pattinson en 'The lost city of  Z', producida por Brad Pitt, y en 'Live by night', que Ben Affleck dirige y protagoniza.

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Mucho más pronto, tan pronto como este próximo viernes, Miller llega a los cines de nuestro país a bordo de la sátira social 'High-Rise', sin duda una de las ficciones más salvajes y arriesgadas que han visto la luz en los últimos tiempos. "Es la película más extraña en la que jamás he participado –explica la actriz con el entusiasmo de quien explica una visita al dentista–. Es cómica y aterradora a la vez, pura fantasía pero también una metáfora de adónde parece dirigirse nuestro mundo". Ambientada en un gigantesco bloque de viviendas en el que los vecinos más pobres viven en los pisos de abajo y los más ricos en los de arriba, y en el que un corte de electricidad desemboca en una guerra civil, la película se basa en la visionaria novela de J.G. Ballard 'Rascacielos'. "Ballard fue capaz de profetizar la aparición de esta sociedad basada en el yo y en la que estamos permanentemente observados, una sociedad en la que la tecnología multiplica las diferencias sociales y estimula la aparición de tiranos como Donald Trump. Escribió 'Rascacielos' hace 40 años, pero describió nuestro mundo".

REAVIVAR UNA CARRERA ESTANCADA

Para entender la línea ascendente que hoy sigue la carrera de Miller es necesario considerar lo abajo que llegó a estancarse. Para cuando se estrenó 'G.I. Joe' (2009), risible 'blockbuster' basado en una colección de muñequitos para niños, la actriz llevaba ya mucho tiempo –desde el principio, en realidad— recibiendo menos atención por sus películas que por su tumultuosa vida social y sentimental: su asidua presencia en la noche londinense, dándolo todo; sus publicitados romances con colegas como Balthazar Getty y Rhys Ifans; sobre todo la tormentosa relación que mantuvo con Jude Law del 2003 al 2006 –hubo planes de boda– y del 2009 al 2011. "Yo era muy joven y todo pasó muy rápido, incluso antes de que nadie me hubiera visto en pantalla. No fui capaz de asimilarlo". 

Miller tenía solo 21 años cuando conoció a Law en el rodaje del remake 'Alfie' (2004), su primera película de relieve, y empezó a aparecer en los tabloides. "Al principio intenté aceptarlo como parte del trabajo, como síntoma de que la gente tenía ganas de conocerme". La publicidad que recibió el intercambio de escándalos ocurrido en el seno de la relación –primero Law le fue infiel a Miller con la niñera de los tres hijos que tiene con su exmujer, Sadie Frost; luego Miller recurrió a Daniel Craig para hacerle probar a Law su propia medicina— determinó su reputación como intérprete. "No llegué ni una sola vez tarde a los rodajes, y en todo momento me comporté con profesionalidad, pero la percepción pública que se tenía de mí se impuso".

CAMPAÑA MEDIÁTICA EN SU CONTRA

Cuando en el 2011 participó en la investigación judicial de las escuchas telefónicas llevadas a cabo por el semanario News of theWorldMiller describió la brutal campaña de acoso y derribo a la que había sido sometida por la prensa británica: persecuciones a pie y en coche a diario, insultos, escupitajos, dañinos rumores inventados, información privada obtenida de forma ilegal. "Llegó un punto en el que comprendí que, o bien encontraba alguna forma de poner fin a esa situación o tendría que dedicarme a otra cosa. Sé que decir algo así puede hacerme sonar como una niña mimada y llorica, pero la idea de tener que vivir aislada del mundo me aterraba".

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Por un lado, la actriz se retiró de la vida pública y se alejó de Hollywood –"aunque yo más bien diría que en buena medida fue Hollywood quien se alejó de mí"–; dejó de aparecer en las portadas de revistas de moda, se refugió en el teatro y rodó una sucesión de películas pequeñas – 'Los misterios de Pittsburg' (2008), 'Camille' (2008), 'Just like a woman' (2012)– que nadie vio. Por otro, decimos, colaboró con la justicia para perseguir los abusos de los tabloides, hasta que finalmente News of theWorld echó el cierre –no sin indemnizarla con 128.000 euros– y las leyes británicas de protección a la intimidad fueron reforzadas. "Me siento muy orgullosa de haber contribuido a demostrar lo manipuladora, deshonesta y fraudulenta que la prensa puede llegar a ser".

MATERNIDAD Y CAMBIO DE ACTITUD

Fue en esas circunstancias cuando la carrera de Sienna Miller entró finalmente en el buen camino. "Para resultar creíble en la piel de sus personajes, tienes que arreglártelas para que la gente no tenga una idea muy formada de quién eres, y eso es tremendamente difícil cuando no puedes salir a la calle sin que te hagan fotos". En todo caso, la experiencia ha dejado secuelas en su actitud no solo con los periodistas, sino también con su público. Por su propia protección, prefiere no formar parte activa de las redes sociales. "No sacaría nada bueno de estar en Twitter –asegura mientras niega con la cabeza–. En cuanto alguien dijera algo en contra de mí, sería incapaz de morderme la lengua y contratacaría. E Instagram también sacó lo peor de mí: empecé a recibir tantas muestras de amor que me volví adicta a él, una narcisista. Tuve que ponerle freno".

Marlowe, reconoce, la ayudado a comprender mejor su lugar en el mundo, a tener una actitud menos egoísta frente a una profesión basada esencialmente en el ego. "Lo más útil que he aprendido en estos años es que lo que yo hago tiene una relevancia muy limitada. No es importante, y tarde o temprano será olvidado. Y eso, se me crea o no, supone un enorme alivio". Es otro amor, en última instancia, el que la actriz considera instrumental en su rehabilitación profesional: el de Marlowe, la hija que tuvo en el 2012 con su expareja, el actor Tom Sturridge. "Ahora tengo un motivo añadido para hacer cosas bien: quiero que ella se sienta orgullosa de mí –explica durante el único momento de la conversación en el que parece bajar la guardia y relaja el gesto–. Además, en el negocio asumen que ser madre me ha convertido en una persona más seria y madura, aunque no es cierto. Sigo siendo una persona social, pero tengo 34 años, no puedo permitirme salir tanto. Las resacas son cada vez peores".