Manel Esteller: "Mi familia no se ha librado del cáncer"

lmmarcohospitalet del llobregat  07 06 2013 dominical man131029170645

lmmarcohospitalet del llobregat 07 06 2013 dominical man131029170645 / periodico

NÚRIA NAVARRO / Barcelona

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la película 'Cómo ser John Malkovich', del gamberro Spice Jonze, John Cusack abre una diminuta puerta situada detrás de un archivador y entra en la mente de Malkovich. Pues algo parecido ocurre al traspasar la del despacho de Manel Esteller (Sant Boi de Llobregat, 1968) en el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge. Es como caer en un vórtice del pasado, el presente y el futuro de este catalán que ha puesto la epigenética --la función del material genético que no es explicada solo por el ADN-- en el centro de la investigación del cáncer. Cajas sin abrir de su último traslado en 2008, expedientes, revistas, juguetes, símbolos de sus afectos, batas, recortes de periódicos, fotos. Cusack enloquecía, fijo.

-- Un caos perturbador, la verdad.

Un despacho de hospital vacío me parece algo bastante sospechoso. Me da la impresión de que ahí no se hace buen trabajo. Yo paso aquí casi cada día de 9 de la mañana a 9 de la noche. Es mi segunda casa. Y todo está representado.

-- De su infancia, la cuadrilla de Airgam Boys.

Jugar con ellos se parecía a diseñar las investigaciones: plantear una hipótesis, crear un escenario, ir construyendo la historia. El juguete es clave en la educación. Hoy muchos se muestran críticos con que los niños jueguen con el ordenador, y yo no estoy de acuerdo. Desarrolla igual su cerebro, solo que en otra dirección, porque su mundo es diferente del nuestro.

-- ¿Qué mundo era el suyo?

El Sant Boi de los años 70. Era una ciudad que tuvo que asimilar un gran flujo de inmigración y que tenía graves problemas de delincuencia y de tráfico de drogas. Algunos compañeros de clase acabaron muy mal. Yo he sido el primer universitario de las dos familias. Mi madre era de Sant Boi y mi padre era de Adzaneta del Maestrat, del Castellón interior, pero vino muy joven a trabajar a Catalunya. Entró en el aeropuerto, llevando maletas y conduciendo coches arriba y abajo. Aquel empleo en Iberia nos permitía viajar gratis. Yo era uno de los pocos niños de mi escuela que iba en avión a Canarias, a Madrid, a Miami. Ese abrirme al mundo fue muy importante.

-- Un aperitivo de su partida a Baltimore.

Yo tuve la suerte de que mi madre tenía un gran interés en que yo estudiara, y a mí me pareció bien. Y un sábado, cuando hacía sexto de EGB, le dije a mis padres que quería ser médico, "pero no para tratar enfermos, sino para investigar las enfermedades".

-- Los sábados emitían en la tele 'Érase una vez el cuerpo humano'.

Seguramente tuvo que ver. Yo pasaba horas delante de la pantalla. Aquella tele que vi de pequeño formó mucho de lo que soy ahora. Era inocente y al mismo tiempo muy imaginativa. Frente a los problemas de drogadicción de la calle, allí estaba el mundo de Érase..., de Marco, de Heidi.

-- Sorprendente base cultural.

También tuve suerte con las escuelas. La Joan Bardina, primero, era una cooperativa que introdujo un poco de tapadillo el catalán. Y la Llor, donde cursé el bachillerato, tenía mucho interés en la educación. Gracias a un profesor de Química de BUP, Jordi Carvajal, comencé a hacer experimentos al acabar las clases, a ir a bibliotecas, a visitar departamentos universitarios. Cosas que los chavales de 15 y 16 años no hacían entonces.

-- Todo esto no explica el despegue de una mente prodigiosa.

Debo reconocer que soy bastante creativo. Cuando de pequeño me hicieron los tests psicológicos puntué alto en ciencia, pero también en literatura. Un profesor, el señor Rufino, introdujo los comentarios de texto de las Joyas Juveniles Ilustradas. 'Miguel Strogoff', 'Dos mil leguas de viaje submarino', 'Ana Karenina'. Ese tipo de historias me parecían muy estimulantes. En cambio, no había forma de aprender las tablas de multiplicar de memoria. Yo prefería imaginar, razonar, plantear hipótesis.

-- ¿Por qué le interesó el cáncer? ¿Hubo algún afectado entre los suyos?

No al tomar la decisión. Desde el principio de la carrera opté por ser médico para investigar las enfermedades porque no estaba emocionalmente capacitado para ejercer de médico de las trincheras. Hoy podemos curar el 60% de los casos de cáncer, y en 15 años lograremos el 85%, pero cuando empecé solo se curaba el 35%. Ante enfermos oncológicos por los que no podía hacer nada, yo me veía incapaz de establacer la suficiente distancia. Aún me parece durísimo.

-- Antes ha dicho "no al tomar la decisión". ¿Ha tenido luego experiencias directas?

El cáncer es una enfermedad muy grave y muy frecuente. Uno de cada tres hombres y una de cada cuatro mujeres lo padecerán. Y mi familia no se ha librado. Mi madre ha tenido cáncer de mama. Un bisabuelo lo tuvo de riñón. Otro abuelo, leucemia. Un tío, un linfoma. Yo tengo un 30% de probabilidades de tener cáncer.

-- ¿Le deja dormir ese 30%?

No tengo ningún miedo por mí. Nunca me he hecho ningún test. Si vivimos continuamente preocupados por el cáncer no podemos disfrutar de la vida, y la vida es lo que es, unos pocos años. Yo prefiero concentrarme en investigar, en estar con mi familia y en ir de vez en cuando al Camp Nou. Veo a mucha gente que se preocupa excesivamente por la enfermedad antes de tenerla. Hay que pelear cuando la tienes.

-- Usted peleó por la epigenética cuando nadie creía en ella.

Cuando hace 15 años, en Baltimore, empezamos a demostrar que las alteraciones epigenéticas eran importantes para la patología humana, y especialmente para el cáncer, muchos nos ningunearon. En aquellos años, cuando ibas a un gran congreso médico y alguien hablaba de epigenética, la mayoría aprovechaba para ir al lavabo. Hoy las sesiones plenarias son las de epigenética. Y ya existen fármacos para la leucemia y los linfomas basados en ella. Son fármacos que reprograman las células tumorales, como un antivirus al virus del ordenador, y eliminan la metilación del ADN, es decir, las marcas químicas erróneas de la célula cancerosa.

-- Ahora le llueven premios. Pero ¿cómo encajó en aquella época el ninguneo?

A mí me parecía excitante entrar en una disciplina completamente nueva. Era como llegar a las Américas. Luego desembarcó gente que venía de la genética y de la bioquímica. Ahora que cada vez pasamos más tiempo buscando recursos para la investigación en vez de investigar, recuerdo esa sensación con cierta nostalgia. Aunque hace unos meses volví a sentir algo parecido. Descubrimos que hay unas células tumorales que mueren más fácilmente si se les da una sustancia que les quita el hambre (antimetabolito). Volví a sentirme en una nube.

-- ¿Cuántos de esos momentos ha vivido?

Unos 20, quizá.

-- ¿Recordamos alguno?

Uno de ellos fue en 1997, cuando encontré el primer gen que perdía la actividad por un mecanismo epigenético. Es decir, en vez de mutación, la primera alteración epigenética de un gen. Otro que recuerdo fue cuando demostramos que los gemelos genéticamente iguales eran epigenéticamente diferentes. Y una más, al ser consciente de que lo que había descubierto en 2000 había llegado a pacientes en 2005 y que, gracias a eso, recibían tratamientos diferentes.

-- Y en lo personal, ¿cuándo ha sentido que rozaba el cielo?

Cuando nació mi hijo, Marc, hace nueve años. Es lo mejor que he hecho. Él me recuerda cómo era yo. Inocente, flexible, con una gran plasticidad mental.

-- ¿Un epigenetista es sobreprotector por demás?

No soy nada obsesivo en eso. Está claro que hay que protegerle del tabaco y las drogas.

-- Que usted ni ha probado, claro.

Y mejor, porque tengo una personalidad adictiva. No puedo probar ninguna cosa de esas.

-- Tampoco puede permanecer más de cinco años en una plaza. Ya le tocaría volar.

Este último año he recibido tres ofertas muy buenas para marchar a Suiza y EE UU, países que aún invierten en investigación. Y he dicho que no a las tres. He hecho una apuesta de país, porque quería estar más tiempo en casa y porque quiero que Catalunya destaque como un país de investigación en biomedicina. Pero no soy tonto. Si un día aquí no puedo hacer una investigación digna, me marcharé.

-- Con la de recortes que hay, ya le veo haciendo las maletas.

Ignoro hacia dónde vamos, porque es más fácil entender a las células que a las personas. Pero sí sé que los políticos no deben tocar la investigación. Del presupuesto general, la partida es mínima: el 1,8%. Pero ese 1,8% es importantísimo. Entre otras cosas, para la imagen del país. Hay colegas de otros países que me preguntan si aún tenemos luz en los laboratorios. Esa pésima imagen provoca que lleguen menos recursos de fuera y que los descubrimientos no se difundan de forma global. Hay que mantener la búsqueda de la excelencia. La biomedicina es una marca de Barcelona, como Gaudí y el Barça.

-- No esconde usted su sentimiento independentista.

Catalunya tiene unas características propias y tiene que desarrollarlas. Actualmente, en Catalunya no podemos tener un plan estratégico de investigación biomédica con un presupuesto propio. Y eso no está bien. Durante mucho tiempo se ha premiado aquí a aquellos que mejor hacían investigación. En otras partes de España eso no se entiende. Se practica el "yo llevo 20 años y me lo merezco".

-- Usted vivió en Madrid siete años.

Me encontré a Mariano Barbacid en un congreso en EE UU, me ofreció trabajar en el Centro de Investigaciones Oncológicas y acepté. Barbacid y yo estamos en lugares opuestos del espectro. A él le gustan los toros y yo los odio. Él es del Real Madrid y yo, del Barça. Él es muy españolista y yo, muy catalanista. Pero somos muy amigos porque somos gente práctica y buscamos el mérito con independencia del color. En mi laboratorio trabajan 25 personas de todas las lenguas e ideologías. Y un par de ellos me recuerdan mucho a mí a su edad. Creen en lo que hacen, están sedientos de conocimiento, son muy trabajadores.

-- Ustedes construyen la medicina del futuro. ¿Cómo será en realidad?

Será una medicina cada vez más individualizada. Se analizará la enfermedad del paciente y habrá tratamientos a la carta. Será más precisa y menos intervencionista. Desde hace ocho años existen fármacos muy específicos contra algún tipo de leucemia o de tumores del estómago que no dejan calvo, ni provocan vómitos, ni diarrea.

-- Será una medicina más cara.

Depende de cómo se mire. Con la medicina clásica había que lidiar con los efectos secundarios. Eso aumentaba el gasto sanitario y el enfermo no regresaba al sistema. Ahora tú puedes tener un cáncer y, después de seis meses de tratamiento, volver a contribuir a la sociedad. Hay que explicar eso a los sectores económicos.

-- Los tests genéticos y epigenéticos pueden costar 200 euros.

Pero es que a lo mejor ahorran 20.000 euros al sistema sanitario, porque, si no dan positivo, no hará falta tratamiento. Y hay muchas pruebas que te dicen si un fármaco será efectivo o no, si es mejor una cirugía que la otra, si conviene un tratamiento u otro.

-- Entrar en una dinámica de tests tiene su riesgo, ¿no cree?

En EEUU, donde la investigación biomédica es la más avanzada del mundo, la gente se hace tests continuamente. Y es un modelo que se extenderá. Se incorporarán nuevos parámetros a los análisis sanguíneos, consensuados entre médico y paciente. Con esas pruebas se podrán predecir enfermedades futuras y prevenir que un hijo las tenga.

-- Neymar será la perfección genética, ¿no?

Yo soy partidario de hacer feliz a la gente, y Neymar hace feliz a la gente. Tiene que ganar algo de peso y formar equipo con Leo Messi, como hicieron Watson y Crick, los descubridores de la estructura molecular del ADN.