La inquietante Irlanda de Mikel Santiago

El autor de la novela del verano nos guía por los paisajes que han inspirado 'La última noche en Tremore Beach', un 'thriller adictivo'

Mikel Santiago

Mikel Santiago / periodico

MIKEL SANTIAGO

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'La última noche en Tremore Beach' llegará muy pronto (espero) a todos los que quieran pasar unos días de miedo en la costa norte de Irlanda. Me han hecho preguntas como de dónde saqué la idea, por qué un escritor de Bilbao ambienta un 'thriller' en una playa del norte de Irlanda y la más repetida: ¿dónde está Tremore Beach?

Os invito a descubrirlo en un viaje por las cuatro coordenadas de la Isla Esmeralda, cuatro retratos (Norte, Oeste, Sur, Este) de mis vivencias en el país que tuvieron algo que ver con la construcción de la idílica y también temible playa donde Peter Harper vivirá su "última noche".

Pónganse cómodos, comienza el viaje. ¿Encontraremos la playa?

NORTE (Glencolmcille, Donegal)

Afuera llueve y los bordes de la carretera se desdibujan. El limpiaparabrisas se ahoga en ese chaparrón y dentro del coche vamos callados. Se nos han acabado los comentarios graciosos y solo queremos llegar a nuestro destino.

El mapa dice que deberíamos estar cerca de la playa. Hemos visto pasar una iglesia negra y unos altos barrancos. El hombre de la gasolinera dijo que veríamos un gran árbol también, pero ¿dónde está el árbol?

Nos hallamos en alguna parte de Donegal y vamos a un sitio que alguien nos ha recomendado, cerca de Glencolmcille: una casa construida en la pared del acantilado, al lado de una larga playa, en un pueblo donde no hay mucho más que un pub, una gasolinera y una vieja iglesia. Queríamos irnos al fin del mundo y esto tiene todo el aspecto de serlo.

Al fin llegamos, cansados y hambrientos tras un infernal viaje por carretera. La casa nos recibe helada. Encendemos un fuego; lanzamos las mochilas sobre los colchones y bajamos a la playa a estirar las piernas antes de cenar.

Esa tarde hay algo parecido a un huracán y a algunos se nos ocurre jugar a saltar en el aire mientras abrimos las chaquetas, dejándonos empujar por ese viento enfurecido. En una torpe pirueta pierdo el equilibrio y caigo sobre la arena, que no resulta precisamente blanda. Mi hombro cruje y siento un dolor insoportable, como un clavo atravesándome el hueso. Y todo lo que hago es reírme de lo idiota que he sido.

Mis amigos se ríen también: "Ha sonado como si te hubieras roto algo, pero no es grave, ¿verdad que no?". Me lo preguntan y niegan con la cabeza, como diciendo: "Hay dos horas hasta el primer hospital. No irás a chafarnos el fin de semana...". Algunas chicas habían ido a bañarse al mar, que es como una bestia helada azul oscuro, y vuelven con la piel erizada. "Vamos al pub, necesitamos un whisky".

—Yo también —digo —: o dos.

Vamos al único pub de ese pueblo perdido; al calor de una chimenea, tratando de sanar mi hombro dislocado a golpe de whisky, escucho música irlandesa y comienza a ocurrírseme una historia. Estoy rodeado de amigos de viaje, nuevos y perfectos, tan dispuestos a mostrar su mejor cara como a esconder sus más oscuros y vergonzosos secretos. Dolorido y con el viento aún resonándome en los oídos, siento que se unen los ingredientes de un buen relato.

La noche se alarga y, entre pintas, escuchamos las historias de los parroquianos. La de que en aquel pueblo recala, cada cierto tiempo, una estrella americana (de Hollywood) agobiada por su fama. U otra que dice que los pozos de la turbera son tan profundos que llegan casi hasta el corazón de la tierra. "Hay un coche con dos cadáveres dentro que lleva hundiéndose allí desde 1918". Y las creemos todas, claro que sí. No hacerlo sería de muy mala educación.

Después bebemos más y cantamos el Wild Rover dando golpes sobre la mesa, y acabamos regresando a la casa por un camino negro, con la única luz de unas estrellas incrustadas en el cielo y la playa rugiendo al lado. Los músicos también pernoctan en la casa y tocan hasta la madrugada. Al final todos caen dormidos, menos yo, que sigo aguantando el dolor. Consigo dormir un par de horas, pero el dolor me vuelve a despertar de madrugada.

Ha salido un día precioso. El sol, sobre la costa de Irlanda, es como una linterna enfocando una esmeralda. La hace relucir. El mar turquesa se derrama sobre la larga playa color canela. Ovejitas brillantes como estrellas pastan en la ladera verde de una montaña. Y al fondo, incrustada en unas rocas negras, veo una casa.

Aunque tardaré mucho más en escribir sobre ella, creo que ahí nace un eco, un amor épico y casi fantasmal que me llevará a escribir La última noche en Tremore Beach años mas tarde. La pequeña casa, el pequeño refugio que resiste ante el embate de los elementos. Las historias de viajeros que recalan en lugares remotos. De secretos que se desvelan en voz alta durante el sueño.

Me pongo una chaqueta y bajo al pueblo andando. Pregunto por una farmacia y me dicen que allí no hay, pero un lugareño se ofrece a llevarme en tractor hasta Killybegs. Acepto y me pregunto si conseguiré estar de vuelta antes de que mis amigos se despierten. No hay cobertura de teléfono ni modo de avisar a nadie. Salimos del pueblo por un camino junto a los acantilados, hace un día radiante y el océano emite reflejos de oro.

ESTE (Dame Lane, Dublín)

Una o dos de la madrugada de un jueves. Un callejón repleto de gente, de puertas atestadas de gente. Escaleras que suben y bajan, y recorren pasillos llenos de gente, laberintos en los que me pierdo. Unos amigos tocan en un pub de la calle, pero ¿cuál? Hay como mil.

En la planta baja había una banda que estaba terminando de probar sonido. Han tonteado con una versión del Dancing in the moonlight de Thin Lizzy y después se han ido a tomar cerveza. ¿A qué esperan para empezar? De cualquier forma, no son los que busco. Hace un millón de años yo venía por aquí a tocar con una guitarra en la maleta. Tenía una banda y era parte de todo esto. Ahora solo soy un visitante desorientado.

Salgo a la calle otra vez. Hay un tipo sentado en el suelo con una guitarra. Otros le han hecho corrillo y le ayudan con el estribillo de Into the mystic, de Van Morrison. La gente de por aquí siempre está dispuesta a cantar. Oyen una cuerda vibrar en alguna parte y se acercan a ver qué pasa. Yo también. Busco a mis amigos por las ventanas amarillas de ese callejón negro, donde las fachadas parecen a punto de caerse sobre nosotros. Un saxofón resuena como un gruñido ronco. ¿Quizás por allí?

Entro en otro pub (el Sweeney’s) y subo unas escaleras donde todo el mundo está sentado y nadie se mueve, pero tampoco protestan si les caminas encima. Al final llego a un gran salón y allí están mis viejos colegas, tocando Folsom Prison Blues a un tempo allegro infarto para un grupo de sombras que baila como si no hubiera mañana. Me uno al jolgorio. Un grupo de italianos tontea con tres chicas alemanas delante de mí. Es oírles decir sus ocurrencias y caerte de culo, pero todo transcurre en ese velo amable y divertido de las noches de Dublín, y al final las alemanas terminan cediendo y hablando con ellos. Y así descubren que todos son fans de The Frames, que al día siguiente tocan en Whelan’s, uno de los mejores pubs de música independiente de la ciudad.

Moo (la banda de mis colegas) termina y da paso a otro grupo. ¿Cuántas bandas (buenas) hay en Dublín? Es muy tarde y están hambrientos después del bolo. Vamos a comer algo a la calle y después quizás terminemos la noche en The Globe o en el SinE, gastando las últimas energías a las órdenes de algún DJ soulero. ¡Dublín, te echaba tanto de menos!

OESTE (InishMore, Islas de Aran)

Llegamos a Inishmore, la más grande las islas de Aran, en un ferri, junto con otras veinte personas que también tienen la cara pálida después del abrupto trayecto desde Galway. Había un oleaje "divertido", tal cual lo describe el capitán. Pero al pisar tierra, en esa isla donde no se usa el coche (la bicicleta o el caballo son lo más rápido) se obra un pequeño milagro: el sol asoma su rostro entre las nubes y riega el césped con rayos que parecen espadas bíblicas. Irlanda resplandece. Ovejas blancas pastando en el verde esmeralda. Un océano musculoso batiéndose contra los acantilados. Espuma y gaviotas mezcladas a los pies de una inmensa pared negra.

Tras desembarcar en el puerto de Kilronan, caminamos rumbo al oeste, en busca de un cottage donde pasaremos el largo fin de semana. Alcanzamos lo alto de una colina y de pronto tenemos que detenernos. A través del bosque nos llega el sonido de una harpa: mariposas de metal volando entre los claroscuros de una pequeña arboleda. Buscamos, curiosos, el origen de la magia y esto nos lleva al frontal de un pub (Joe Watty's), donde una chica mueve sus manos sobre esas cuerdas de oro. Sentada allí, con su gorra de tweed, una larga melena pelirroja, nos mira con sus hermosos ojos celtas y nos cautiva con una sonrisa.

Otros han caído ya en su trampa y disfrutan de una pinta al sol, sentados en las mesas de madera frente al pub. Decidimos hacer lo mismo. La brisa agita los árboles y les arranca el sonido de mil sonajeros. Quizás más tarde el cielo se oscurezca y el viento enfríe. Una tormenta puede llegar muy rápido en esta parte del mundo y quizás deberíamos darnos prisa en llegar a la casa. Pero las mariposas de metal y los ojos celtas bien merecen jugársela un poco.

SUR (Blarney Castle, Kinsale, Cork)

Los visitantes del Castillo de Blarney (Cork) deben suspenderse en el vacío y besar una piedra de sus almenas, a casi 40 metros de altura, para recibir el don de la elocuencia. Pero ¿es que ese don no les viene de fábrica a los irlandeses? ¿O quizás está hecho para el resto del mundo? En cualquier caso, a un escritor nunca le sobran ayudas, aunque sean sobrenaturales. Subo hasta ahí arriba y beso la piedra con ayuda de un anciano que me sostiene por la cintura. Después me pregunta si he notado algún cambio y de pronto comienzo a hablar perfectamente en inglés, incluso soy capaz de contar chistes. ¡Ha funcionado!

Ese día me había sentido un poco descorazonado. Me sentía lejos de casa y solo, pero después de besar la piedra me encuentro mejor. ¡Tengo el don de la elocuencia! Y lo voy usando de camino a Kinsale, un pueblecito pesquero entre Cork y Clonakilty donde voy en busca de unos buenos fish and chips. De Kinsale sé un poco de historia que me contó una amiga de Cork: que allí desembarcó la armada invencible en 1601 y que por eso hay muchos irlandeses de cabello oscuro. Pero quizás solo sea una historia inventada.

Llego a Kinsale bajo una fina llovizna y me refugio en el corazón del pueblo. Lo que no sabía de este lugar era lo de sus fachadas de colores. Conocía las de Cork, pero estas me sorprenden por la viveza de sus colores. ¿Una puerta verde lima en una casa de color morado? Estoy esperando a que caiga un rayo de sol e ilumine este barrio. Mientras tanto, después de comerme los mejores fish&chips de Irlanda (o eso me dicen) me recluyo en una tienda de cosas raras. Había dos inciensos ardiendo en la ventana y un buda feliz invitándome a pasar. ¿Cómo resistirse?

La dependienta está subida en una hamaca y me dice que la avise si necesito algo. Me dice también que me prepare un té. Fuera se ha puesto a llover con fuerza.

Merodeo por la tienda. Faros en miniatura, cachivaches de automasaje, libros de meditación. Me pregunto de qué vivirá la gente que trabaja en esos negocios donde nunca hay nada que realmente quiera comprar. Pero la chica parece feliz en su hamaca, leyendo mientras mordisquea una manzana. Hago lo mismo. Cojo un libro y leo junto a la ventana mientras espero que pare la lluvia. Pero esto no ocurre. De hecho, va a más.

Son las cinco de la tarde y la chica dice que tiene que cerrar. ¿Tengo adónde ir?, me pregunta. La tienda tiene una pensión en la planta de arriba y no es demasiado cara, me dice. Pienso que puedo quedarme hasta el día siguiente y coger el primer autobús a Cork. Además, esa noche toca una banda en el pub de al lado. Siempre hay buen ambiente, ganas de charlar y conocer gente nueva. Y esa mañana me he pasado por Blarney, así tengo ganas de darle a la lengua. Además, creo que acabo de conocer a uno de los personajes de mi historia...

DE REGRESO...

¿La hemos encontrado? ¿Cómo que no? ¡Si la ha tenido delante todo el rato!