Suárez se desmelena

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MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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Hasta la madre de David Luiz tuvo que salir a defenderle. Estaba Regina Célia indignada por tanto ataque a su hijo, un central que le costó 50 millones de euros este verano al París SG, convertido en el hazmerreír del fútbol europeo, ridiculizado por Luis Suárez. De caño en caño, quebrando las débiles piernas del caro defensa brasileño, tramó el delantero uruguayo su otra gran noche europea en Francia. Completó el nueve casi dos meses de ensueño donde ha sido más letal (11 goles en 11 partidos) que Messi (8) y Neymar (4).

De Manchester a París se ha ido desmelenando Suárez cuando más lo necesitaba el Barça, agradecido de haber hallado el nuevo registro ofensivo que buscaba después de invertir una fortuna (81 millones) en su fichaje. Vino Suárez, precisamente, para partidos como el del PSG. Para descerrajar defensas, ayudando a Messi y Neymar y formando el tridente de más impacto del fútbol europeo. «Han sido goles como los que hacía en el Ajax o en el Liverpool», admitió orgulloso Luis Enrique, que remodeló completamente la estructura ofensiva del Barça en menos de 10 meses.

Llegó Suárez para hacer esa revolución táctica que sacudió al Barça, acostumbrado durante años a otro tipo de goles, mucho más corales y elaborados, donde la jugada previa necesitaba más toques a la espera de la conexión con el genial desequilibrio de Messi. Cuando no marcaba el diez, el equipo se encallaba porque estaba organizado en torno a su figura. Ahora, en cambio, no es así.

DEL 'FALSO 9' AL '9'

 El viaje del falso nueve (Leo) al nueve auténtico (Luis) ha sido posible gracias a la complicidad entre ambos. «Gran partido con dos golazos de mi amigo Luis!», escribió el argentino en su perfil personal de Facebook, ilustrando ese mensaje con una foto con el uruguayo. El diez feliz con el nueve. Dentro del campo. Y fuera. Dentro, Suárez le limpia los caminos del gol, sujetando con su fiereza y potencia a los centrales enemigos, además de abrirle espacios en el área para que Messi los aproveche gracias a la libertad que tiene: arranca desde la banda derecha pero despliega su creatividad por todo el frente de ataque. Según por dónde se mueva Leo, aparece Luis.

Así inició, por ejemplo, el 0-1 en la posición de extremo derecho recibiendo el balón de Montoya en una meteórica jugada -apenas duró cinco segundos su hermosa batalla en la que eliminó a tres defensas del PSG- iniciada con un sutil y maravilloso caño a David Luiz, el primero de la noche parisina.

DAVID LUIZ, DESESPERADO

En el 0-3, emergió Suárez como un viejo delantero que viene a recibir el balón a zonas templadas, casi en medio campo, hizo una pared con Mascherano y seis segundos más tarde, con otro caño, por supuesto a David Luiz -cerró mal y tarde las piernas-, demostró que le encanta brillar en los grandes teatros. Tras cada gol de Suárez, la misma escena. El pistolero disparando su alegría ante un abatido David Luiz, al que ya hizo un caño cuando él jugaba en el Liverpool y el defensa en el Chelsea. «Estaba para jugar 10 minutos, pero tuvo que jugar más de una hora por la lesión de Thiago Silva», le disculpó luego Lauren Blanc, el técnico del París SG

Abatido y desesperado, mesándose en silencio la rizada melena, quedó el central brasileño, ese que tanto gustaba al expresidente azulgrana Sandro Rosell, convertido el pasado miércoles en un espectador de la obra maestra de Suárez. Goles de nueve. Goles realmente especiales, como diría Luis Enrique, porque antes de llegara el balón a las botas del uruguayo no había casi nada. Y de la nada fabricó un par de «golazos», como escribió Messi y también verbalizó Neymar. Goles que no poseía antes el Barça porque desde el gran Etoo, el último nueve antes de la explosión de Messi como falso nueve, no tenía un delantero así. Ibra apenas duró un año. Y a la mitad ya estaba enfadado con Guardiola. Y con Leo.

INIESTA, «CONTUSIÓN»

 Con Suárez, en cambio, Messi conecta dentro. Y también fuera del campo. Es el uruguayo uno más de la pandilla de Leo, reunidos ambos alrededor de una bombilla de mate en un selecto círculo donde solo hay una silla más, la del Jefecito Mascherano. No existen precedentes recientes de tanta complicidad entre el delantero centro (ahora Suárez) y la estrella, que no ha necesitado marcar en octavos de final de la Champions ante el City (dos goles fueron del uruguayo y uno de Rakitic) ni en la ida de cuartos (Neymar y, otra vez, el nueve) para rozar las semifinales. Otra prueba de la mutación del Barça, que se asustó mucho con el rodillazo de Pastore a la espalda de Iniesta. Ayer, tras llegar de París, el centrocampista fue sometido a pruebas y se confirmó que no sufre lesión. Es solo «una fuerte contusión en la articulación sacroilíaca».