El partido de Anoeta

Dos minutos de caos

El Barça regaló el partido tras adelantarse 0-2 y acabó sufriendo para sacar un empate de San Sebastián

MARCOS LÓPEZ
SAN SEBASTIÁN

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En Anoeta, como ya le pasó hace un año con el Hércules, el Barça descubrió que la Liga no es un asunto fácil. Se despistó un par de minutos ante una valiente Real Sociedad y lo pagó tan caro que regaló dos puntos para abrir muchos debates. El primero, y tal vez el más importante, es que cuando se olvidó de la pelota acabó sufriendo, incluso para mantener el empate final (2-2). Terminó, mira por dónde, sufriendo. Parafraseando el discurso de Guardiola, el Barça se levantó temprano, sí, pero también dejó de trabajar pronto.

En dos minutos, el Barça se enredó y regaló dos puntos. En dos minutos, al inicio de la primera mitad, había dado una exhibición con un par de goles primorosos -pases al espacio, irrupción de centrocampistas y a la Real, asombrada, solo le quedaba la opción de aplaudir tanto fútbol- y en dos minutos de una desastrosa segunda parte se dejó marcar dos goles para regocijo de Anoeta.

De lo mejor a lo peor. La locura del fútbol desmintiendo teorías sobre el dinero, los derechos televisivos y ligas que se dan por ganadas antes de echar a rodar el balón.

El Barça tuvo ganado el partido y se tumbó a la bartola. Por eso, lo empató. Y aun tuvo suerte de no perderlo, por mucho que protestara un penalti a Messi en el tiempo añadido. Nada de eso le vale. En un volcánico partido, la ambiciosa Real de Montanier festejó el empate como si fuera la final de la Champions.

EFICACIA Y DESASTRES / No le faltaba razón. El Barça se había paseado en la primera mitad como si estuviera de turismo en La Concha, tan fluido y delicioso era su fútbol. De tan bonitos que fueron los goles de Xavi y Cesc, un monumento a la precisión y el exquisito culto a la pelota, se embelesaron, cayendo ellos mismos en la trampa. En poco más de 10 minutos, tres disparos a puerta y dos goles. La eficacia elevada a la máxima expresión. Después, el caos.

Cuando el Barça debía decidir, se fue del partido. Cuando quiso ganar, ya no pudo. Curiosa contradicción azulgrana. Mientras la Real le buscaba con la mirada, Cesc, Xavi, Alexis (hasta que se lesionó) y Pedro tejieron el juego de forma sencilla.

Después, en una desastrosa segunda mitad, enterraron todo el fútbol de la primera. A Busquets le ganó por el aire el larguirucho Agirretxe en el 1-2 y, no contento con ese regalo, Villa asistió desde el banquillo de Guardiola, o sea, en campo donostiarra aún, hacia Valdés. Y la pelota, claro, no llegó a su destino porque la Real estuvo rápida, certera y, sobre todo, agresiva. Entre Agirretxe y Griezmann sepultaron al Barça.

Fue doloroso para Guardiola, que había renovado la estructura del equipo de arriba abajo. Sentó a Messi, luego lo sacó; sentó a Villa, que entró por el lesionado Alexis; sentó a Iniesta, que suplió después a Fontàs. Pero ni con el retorno de lasvacas sagradas supo el Barça levantar un partido que se había complicado. Si alguien quería la prueba de que no todas lasguardioladasle salen bien, ayer tiene el mejor ejemplo.

SIN REACCIÓN / Al equipo le entró un ataque de pánico tras los dos goles de la Real. Se le olvidó jugar. No tuvo capacidad de reacción. Se enredó con la pelota, perdió el control y, sobre todo, el carácter. Envalentonado el equipo de Montanier por el tanto de Agirretxe, el público le llevó hasta el empate. Gracias a Villa, claro. Y a partir de aquí, el desastre, algo poco habitual en el Barça de Guardiola. Movió todas las teclas ante el derrumbe del equipo (Busquets tocó con la mano antes de que Griezmann empatara) y acabó con tres defensas.

Pero el gran mensaje que le deja este empate es que cualquier tontería se paga cara. Por más dinero que reciba de televisión. Por mucha estrella que deje en el banquillo. Por muy bien que haya jugado Cesc. Por muy bien que la Real, osada, atrevida, inteligente -corrigió sus errores y estranguló al Barça- hiciera su trabajo. Hubo partido hasta que quiso el equipo de Guardiola. Solo el Barça es culpable de su desgracia. Más que un empate es una lección.