ANÁLISIS

Árbitros que pegan

ANTONIO BIGATÁ

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Nos deja de hacer gracia el Atlético, aquel equipo fibroso y atractivo que aplaudimos en el Camp Nou incluso cuando nos ganó la Liga a domicilio y con un gol dudosamente anulado al Barça. Nos gustaba porque parecía una alternativa emergente a los dos grandes surgida desde el empuje de un club popular que había encontrado en Simeone un entrenador extremadamente brillante y eficaz predicando la cultura del esfuerzo.

Nos deja de hacer gracia en un momento que pierde, lo que descarta la posibilidad de que nuestra desafección sea por despecho. Nos decepciona porque sabía ganar pero no sabe perder. Y porque al final Simeone ha demostrado ser seguidor fiel del peor Mourinho, el técnico que descubrió que cuando al Barça no se le podía batir con fútbol era posible ponerle de rodillas a guantazos, siempre que, eso sí, los árbitros ayudasen exhibiendo ceguera ante la guarrería antideportiva. Se nos cae para siempre Simeone, aplaudidor de Mario Suárez cuando este es expulsado merecidamente por sucio, y por inculcar a los suyos que deben cruzar la línea que separa la dureza aceptable de la antideportividad. Y se nos caen esos seguidores atléticos que tras una entrada criminal pedían desde la grada a sus futbolistas que le pegasen más a Messi.

Hasta ahora se podía pensar que la inmoralidad del Frente Atlético era un accidente que le había sobrevenido al club colchonero. En estos momentos sabemos que no. Sabemos que lo esencial de ese club es el alma filibustera del Frente Atlético. Que los futbolistas son simplemente el brazo armado en pantalón corto del Frente. Que el entrenador es sólo su brazo armado técnico. Que muchos de sus periodistas adictos -contemporizadores ante lo mucho que agrede- hacen el papel de brazo armado de plumilla o micrófono. Y sospechamos que algunos árbitros son asimismo brazo armado final de lo que encarna el Frente.

Porque lo peor de todo es la rama consentidora de los árbitros, que se convierten en responsables finales de todo. El colegiado Gil Manzano dejó crecer impunemente la violencia de los atléticos y únicamente al final, con todo acabado y desbocado, sacó las tarjetas que antes había perdonado. Demostró ser muy mal árbitro, técnicamente hablando. Si se es árbitro neutral y bienintencionado, es posible no ver los centímetros que anulan un fuera de juego previo a un gol del Barça que en realidad era legal, o un penalti que existe. Pero lo que no es posible es ver lo que no ha sucedido (lo que no era ni falta ni dentro del área). Y él lo vio. Es imperdonable, en caso de duda, sucumbir al miedo por la presión ambiental local; en Madrid se trata de un mecanismo psicológico para defender la continuidad y el éxito en su carrera ante los periodistas de la muy influyente prensa cara a los ascensos en la profesión. Si se es neutral y bienintencionado no se hace el ridículo ni ante el botazo de Arda ni al redactar el acta. Ni se deja que ocho o diez veces, al sacar los fuera de banda, los lanzadores ganasen más de 10 metros.

Lo peor son los malos árbitros. Los inductores, los locutores e informadores que hablaban de que había una batalla campal (como si se pegasen dos) cuando solo agredía uno. Pero a veces pierden la cautela y se retratan: en Radio Marca se llegó a decir, quizá para dar sostén ideológico a las patadas, que el Barça no debía llegar a la final de Copa porque si lo hacía sus seguidores pitarán al nuevo rey. A veces Esquerra Republicana se queda cortísima con lo que hace para intenta crear en Catalunya nuevos separatistas.

Vale la pena reflexionar asimismo sobre todo lo que se ha dicho de que Neymar tendrá problemas si continúa haciendo su tipo de juego. Al parecer, los caños son legítimos y merecen aplauso cuando los hace Arda. O Isco, por citar a los otros de enfrente. Pero que conste que Neymar queda debidamente amenazado de que si sigue así alguien le partirá una pierna.

España es así, señores.