PUBLICA UNA NOVELA INCLASIFICABLE
El argentino parsimonioso
Sergio Chejfec busca consolidar en España el prestigio que tiene en su país
Sergio Chejfec (Buenos Aires 1956) es el secreto mejor guardado de la literatura argentina. «Alguien excesivamente sutil para los gustos españoles», como lo describió uno de sus colegas más jóvenes. Quizá por eso y por su proverbial estilo «reflexivo parsimonioso» como se le define certeramente –por una vez– en wikipedia, su debut editorial en España, Mis dos mundos, pasó algo desapercibido el pasado año. Compañero de filas de César Aira, o Alan Pauls, Chejfec se ha situado voluntariamente al margen, incluso geográficamente puesto que entre 1990 y el 2005 vivió en Caracas para luego pasar a Nueva York, donde reside actualmente. Su nueva novela, Baroni: un viaje (Candaya), brumoso retrato de la escultora naif Rafaela Baroni, está llamada a darle a conocer de una vez por todas.
Baroni, la Baroni real, es todo un personaje. Una mujer que sufrió de niña dos o tres ataques de catalepsia y que imbuida de ese carácter casi sagrado que tiene la enfermedad se dedica a escenificar esa muerte ficticia cada Viernes Santo mientras en su lejano pueblito la visitan en peregrinación y a los escolares se les pide que hagan redacciones sobre ella.
Pero no busque el lector esa historia fascinante contada de forma convencional. «Desconfío de la literatura que está segura de lo que dice. Mis novelas no avanzan por la vía de la intriga y la acción o del argumento. No tienen finales felices o infelices», advierte Chejfec que habla de forma tan pausada como su inclasificable literatura. ¿Qué es Baroni? «Es un poco crónica, ensayo, novela, libro de viajes, testimonio y biografía. Pertenece a un género flotante en el que me encuentro a mis anchas», aventura. Ante todo es un libro de Chejfec, profundamente literario como todo los suyos, que quizá se parezca un poco al digresivo W. G. Sebald, pero sin fotografías.
Paralelismo con Sebald
«Él ilustraba sus textos y establecía un juego muy complejo con las imágenes, pero a la vez se apartaba del discurso específicamente literario al que yo no renuncio», asegura quizá un poco harto del paralelismo.
Chejfec se fue a Caracas en 1990, cuando sus compatriotas en el exilio empezaban a regresar. En eso también es atípico. «Yo quería vivir un tiempo fuera de Argentina y acepté sin dudar una propuesta de trabajo en Venezuela, porque la sólida tradición de mi país tiende a asfixiar a los escritores». La novela es también un retrato sesgado y evanescente de la realidad venezolana y sus autores, con el Gobierno chavista como telón de fondo aun más desdibujado. «No me gusta Chávez. En Venezuela ha provocado el derrumbe en todos los sentidos. Esa realidad fue para mí premonitoria del derrumbe económico que poco después afectó a mi país. Fue amargamente inspirador».
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