ACTIVIDAD GEOMAGNÉTICA

A la espera de la tormenta solar

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MICHELE CATANZARO / BARCELONA

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Cuando en octubre Obama solicitó actualizar la estrategia de EEUU contra las tormentas solares en un plazo de 120 días, se desató la conspiranoia: ¿se estaba preparando una enorme perturbación? En realidad, un suceso de ese tipo es más imprevisible que el tiempo del fin de semana. Las prisas del presidente se deben a la creciente dependencia social de la electricidad y las telecomunicaciones: la última gran tormenta ocurrió en el 2003, cuando aún no existía el iPhone.

Que el Sol haya estrenado el 2017 casi sin manchas no debería ser motivo para bajar la guardia. “No hacen falta más manchas para tener una tormenta más fuerte”, argumenta Consuelo Cid, profesora de la Universidad de Alcalá de Henares, que se encarga de alertar a la Protección Civil española de anomalías en el astro. Tampoco hay que despreocuparse porque el último ciclo solar (11 años) no haya registrado ningún evento. 

EL RIESGO EXISTE

“El riesgo existe y no habrá que esperar siglos para que se materialice”, afirma Cid. “Es un riesgo menos probable que un terremoto, pero con un impacto más generalizado”, afirma Alberto García Rigo, experto en la relación entre radiación solar y tecnología de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). “La meteorología espacial amenaza a satélites y redes eléctricas, y a las infraestructuras críticas que dependen de ellos”, explica Robert Rutledge, director del centro dedicado en la Organización Nacional de los Océanos y la Atmósfera (NOAA) de EEUU. 

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La primera gran tormenta conocida solo apagó unos telégrafos en 1859. La del 2009 apagó la luz en toda la región canadiense de Quebec. El año pasado se descubrió que en 1967 los militares de EEUU interpretaron los efectos de una tormenta solar como una interferencia soviética y llegaron a activar protocolos de guerra nuclear.

“Hay tres fenómenos motivados por las tormentas solares -explica BlBlai Sanahuja, investigador del Institut de Ciències de l’Espai de la Universitat de Barcelona-: las fulguraciones [luz], que producen efectos pequeños, como apagar la radio; la emisión de viento solar [partículas], que alcanza entre 400 y 600 kilómetros por segundo [y puede afectar a los satélites], y la eyección de masa coronal [materia de la corona del Sol], que alcanza hasta los 2.000 km/s y en ciertas condiciones puede producir tormentas geomagnéticas intensas”. 

Normalmente, la influencia magnética del Sol se manifiesta con las auroras boreales en los polos. Pero, en raras ocasiones, mucha materia es expulsada con alta velocidad hacia la Tierra, con una determinada orientación del campo magnético. Cuando llega (al cabo de entre 1 y 4 días), las auroras boreales se ven hasta en el ecuador y sobre todo se generan altos campos magnéticos y corrientes espurias. “Un fallo en transformadores eléctricos puede ser de máxima gravedad, como en el caso [del accidente] de la central nuclear de Fukushima”, afirma García Rigo. 

MARGEN DE ERROR

“La meteorología espacial es un sector joven. No podemos prever con la suficiente antelación y la certidumbre para una respuesta completa”, afirma Elsayed Talaat, investigador jefe de heliofísica de la NASA. Por ejemplo, cuando satélites y observatorios detectan una tormenta, los modelos de predicción pueden errar hasta en siete horas sobre el momento en que esta alcanzará la Tierra. Asimismo, cuando hay una eyección de masa coronal se puede adivinar si va hacia la Tierra, pero no valorar si la dirección de su campo magnético es peligrosa, explica Cid.

Desde el 2014 la Casa Blanca ha impulsado una estrategia nacional de reducción del daño. La orden ejecutiva de Obama de octubre llama a diversas partes del Gobierno a coordinarse y establece una 'task force' permanente sobre este tema en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (NSTC). 

España está teóricamente menos expuesta al riesgo puesto que “el eje magnético de la Tierra está girado respecto al polo”, explica Sanahuja. Aunque Barcelona se encuentre a la misma latitud que Nueva York, está más cerca del ecuador en sentido magnético, añade. “Incluso en caso de evento extremo, es posible que el riesgo sea bajo pero no se puede asegurar con seguridad, por la limitación de datos históricos al respecto”, afirma García Rigo. 

“En España, no hay nada equivalente a la estrategia norteamericana”, explica Cid. “Si veo algo serio, tengo un canal de comunicación con Protección Civil, pero se trata de un canal de buena voluntad: no hay protocolo, ni obligación por mi parte, ni compensación económica”, concluye.