El tiempo de los subterráneos

Usuarios del metro de Barcelona junto a un cartel luminoso, la semana pasada.

Usuarios del metro de Barcelona junto a un cartel luminoso, la semana pasada.

MAURICIO BERNAL

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Allá abajo es más oscuro, no llega la luz del sol, hace calor y el aire carece de frescura. El metro tiene atributos de universo aparte y eso no es ningún descubrimiento, al fin y al cabo es subterráneo, con lo que eso implica, mundos autónomos poblados de cucarachas gigantes según el cine, el hogar de la secta de los ciegos en la obra de algún escritor. En ese orden o desorden de las cosas todo es posible, y que el tiempo no corra como corre arriba, que haga cosas extrañas, que se desdoble o tienda a la dilatación, como un planeta -exagerando- donde las horas duran años, al fin y al cabo no es tan asombroso.

Todo es distinto bajo el suelo.

La implantación de los carteles luminosos en la red de metro de Barcelona se inició en 1995; la línea 2 ya venía con ellos. «Fue lo que trajo la modernidad», dice un portavoz de TMB. Desde entonces, la espera no es un territorio gobernado por la abstracción, no hay margen para intuir, adivinar o predecir, tampoco necesidad de aguzar el oído para detectar el rumor lejano de un convoy, señal de que tal vez se materialice en dos minutos. Nada de eso. Sencillamente, hay una cuenta atrás, lo cual emparenta el fenómeno con el lanzamiento de artilugios espaciales. Cuatro, tres, dos, uno… ¡Ignición! En menos espectacular, en rutinario: en un lugar donde el siguiente destino no es la luna sino Trinitat Nova. Con la pecularidad, además, de que con los relojes del metro ocurre algo impensable en los cronómetros de alta precisión de Houston: que se atrasan. No se ha visto la primera película sobre heroísmo estadounidense en el espacio donde la cuenta atrás salte del segundo 21 al 35, del 18 al 30 o del 42 al 50. «Las consecuencias, Jack», diría con voz grave el protagonista, «serían catastróficas».

En la práctica, significa que un minuto en el metro a veces no dura 60 segundos sino 70, 80 o 100. Es el tiempo subterráneo: allá arriba el mundo sigue girando con arreglo a la rotación de los planetas, y un minuto es un minuto pase lo que pase, pero en los andenes del suburbano tiene lugar a menudo el prodigio de la dilatación. Como ocurre con todo lo sobrenatural la explicación es prosaica, de orden técnico, y tiene que ver con los imponderables de un sistema sometido al menos a dos vaivenes: los de la tecnología y los de la multitud. «La estimación del tiempo que un tren va a tardar en llegar al andén está sujeta a variables -explica el portavoz de la empresa-. Por ejemplo: el tren puede estar más de lo habitual en una estación, o puede recibir una instrucción de regulación, como aumentar el tiempo de parada para distanciarse del anterior, o detenerse debido a una incidencia. Otro tren puede tener un problema de puertas, y mientras se resuelve los demás reciben la orden de detenerse para no alterar los intervalos. Entonces, automáticamente, el sistema actualiza los relojes».

Todo es psicología

Otros metros, como los de Madrid y París, proporcionan la información no en segundos sino en minutos, y aunque el sistema padece las mismas incidencias, las correcciones no quedan reflejadas con esa fidelidad maníaca en los relojes; el tiempo también se dilata, pero el usuario no lo percibe igual. Aquí sí. Parece tentador decir que el viajero se equivoca al pensar que le roban algo, cuando en realidad es un regalo, segundos de los que no gozarán los de arriba, pero todo es psicología: hace tres años, la Autoridad del Transporte Metropolitano de Nueva York hizo una encuesta sobre el nivel de satisfacción entre los viajeros del suburbano, y descubrió que eran más felices -es un decir- los que solían moverse por estaciones provistas de carteles luminosos. Estaba en marcha la implantación de los que allí llaman, literalmente, relojes de cuenta atrás (countdown clocks), y de la encuesta se desprendía que los neoyorquinos estaban muy satisfechos con la presencia de los nuevos adminículos, aunque exactamente por la razón opuesta: porque el tiempo, aseguraban, pasaba más rápido.

En el argot de TMB, la dimensión temporal paralela tiene un nombre que apenas destila nada: INP. Información al Pasajero. Poesía pura.