BARCELONEANDO

Una Señora de Barcelona

Conozcan a Rosa Pantaleoni, 55 años al frente de su farmacia y una vida palpitante e intensa marcada por la polio

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Carlos Márquez Daniel

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Pide un par de minutos para terminar el Ángelus que está rezando con una vecina. Faltaría más. Estamos en la acera Besòs de la calle de Calvet, frente al número 70, al lado de un colegio, junto a un semáforo. Terminan la oración y se despiden. “Adiós, adiós… Ahora sí. Así que tú eres el chico periodista. Vamos a tomar un café y te lo cuento todo”. Rosamaria Pantaleoni, Rosa a partir de aquí, es un ejemplar humano de esos que recuerdan y confirman que esta ciudad es una suma de pequeñas aldeas. Se jubiló hace una semana tras 55 años al frente de su farmacia. Pero su vida laboral queda eclipsada por una trayectoria vital marcada por una poliomielitis que forjó una personalidad tan fuerte como optimista, tan luchadora como risueña. Un personaje de Barcelona.

Maneja la silla de ruedas con admirable agilidad. Es de esas eléctricas, con un pequeño ‘joystick’ en el puño. “Voy a toda leche y tengo cinco marchas”, concreta ella, mientras exhibe las prestaciones del vehículo avanzando por el pasillo de la cafetería y esquivando clientes. Pide un cortado descafeinado corto de café. Y se pone a hablar en una mesa de la terraza mientras no para de saludar a vecinos. Prefiere que no se detalle su edad. “Pon ochenta y pico y arreglado”. Se impone empezar por la fe, y Rosa, quizás más práctica que devota, comparte sus dudas sobre el más allá. “Puede que haya alguna cosa. O puede que no. En cualquier caso, tengo el 50% de posibilidades de que sí lo haya”. Divino pragmatismo.

La vida en la balanza

La ironía y un punto de sarcasmo tiznan la historia de esta mujer que además de Farmacia estudió las carreras de Periodismo y piano. Habría sido, sostiene, “una corresponsal de guerra maravillosa, de esas que van por todo el mundo. Pero también una gran concertista”. Fue a los 11 años cuando su sistema nervioso empezó a fallar. La polio le afectó las dos piernas y un brazo. Pero lejos de hundirse -“lloré mucho”, admite-, se dio cuenta de que su pena empezaba a contagiar a su entorno. Y por ahí no iba a pasar. “Una vez que tuve claro que nunca me curaría, puse en la balanza lo que había perdido por un lado, y lo que podía hacer con esfuerzo y cariño por el otro. Ganaba por mucho el futuro, y no quería arruinar la vida de mis padres”. Ayudó mucho ser tan terca, tan “pesada desde pequeña”. En su caso, además, y no lo esconde, proceder de un hogar pudiente también le permitió disponer de “facilidades” insólitas en la época. Como ser operada en Londres por el mismísimo doctor Josep Trueta.

Lo que más llama la atención de esta dama es su ácido sentido del humor. Ahí van un par de ejemplos. En sus años de universidad participó en un carnaval y echó mano de su discapacidad para brillar por encima de la media. En las piernas portaba unos hierros que generaban un andar ladeado, “torpe y tieso”. “Me vestí de Herman Munster. Solo me hacía falta la careta y listos, el caminar ya lo tenía”. Quedó tercera en el concurso. En su vida ha conducido varios vehículos, pero antes, en su infancia en Sitges, tuvo un burro con un pequeño carromato. Al animal le siguió una Vespa con sidecar y después una Vespacar (moto con cabina). Lo último que pilotó es un Seat 600 -también tuvo un Panda- que todavía guarda en el garaje, incluida la pegatina que se hizo colocar en la parte trasera: “Cuidado con la minusválida, no puede quedar peor”. También fue detenida durante el franquismo por las revueltas estudiantiles y tiene un periquito que se llama Gus -"que conste que soy del Barça"- y que sigue el ritmo de sus canciones dando golpes con su pata en el hombro de Rosa.

La iglesia en casa

De su medio siglo en la farmacia se queda con los clientes. Porque siempre le ha gustado el contacto con la gente. Quizás por eso a finales de los 60 decidió convertir el garaje de su casa de Sant Joan Despí en una iglesia en la que llegó a oficiar el obispo. La gente se traía el taburete de casa. Bautizos, comuniones y hasta funerales se llegaron a celebrar en aquel cuarto que da a la calle, en el Pla del Vent. Casi 10 años de misas en las que no faltaba el coro con los niños del barrio. Pero volvamos a la botica. Ahí ha pasado de todo, incluidos seis atracos. Aunque para asalto, el que sufrió cuando su Vespacar se paró sin más en una calle que subía como un demonio. Un hombre le pidió todo el dinero. Ella se lo dio y cuando se iba le preguntó si podía empujarla. “Menuda sudada se pegó, se ganó esas monedas”. La Farmacia, sí perdón, ahí vamos. Basta con contar la conversación que mantiene con una vecina que pasa por la cafetería. "Rosa le salvó la vida a mi marido dos veces, y eso no sé si es bueno o malo". Ambas se parten a calzón quitado. "La queremos mucho, pero tiene un poco de mal genio". Nadie lo diría.