La calle de la música

Puede que las tiendas de discos caigan como moscas porque ya no cumplen ninguna función

Discos Castelló, una de las tiendas de la calle de Tallers.

Discos Castelló, una de las tiendas de la calle de Tallers. / FERRAN SENDRA

RAMÓN
De España

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Hace años que la calle de Tallers ya no es la calle de la música, sino una vía urbana más en la que sobreviven como pueden algunas tiendas de discos, pero cuando me entra la nostalgia por los buenos viejos tiempos, todavía me la recorro de punta a punta y entro en algunos comercios discográficos, donde casi nunca encuentro lo que andaba buscando. Como nadie por debajo de la cincuentena compra un disco ni que lo maten, las tiendas especializadas cada vez son menos y están peor abastecidas. Por eso, pese a lo mucho que me divierte tocar el objeto antes de comprarlo, también yo he acabado entrando en el mundo virtual. Es muy sencillo: basta con adquirir la revista británica 'Mojo' -referencia ineludible del rockero de una cierta edad, como bien sabemos Flowers y un servidor-, consultar la sección de novedades como si estuviésemos ante un catálogo y luego enviar la lista de los Reyes Magos a la filial inglesa de Amazon, que te hace llegar el pedido en tres días por mensajería. Uno hubiese preferido tener los discos en la mano antes de comprarlos, pero es que no llegan. No es que no se graben discos buenos, como sostienen muchos de mi quinta, lo que ocurre es que el 'mainstream' es más malo que la tiña y lo alternativo es de un minoritario que atufa. En toda la calle de Tallers, la única tienda que me da una alegría de vez en cuando es Revólver, donde a veces encuentras algo del 'Mojo', pero en unas cantidades (dos ejemplares, puede que uno) que te obligarían a patrullar la zona a diario para que no te lo soplen.

Si entro en Castelló es por nostalgia y porque hay un dependiente que me cae muy bien con el que siempre cruzo cuatro palabras de aliento mutuo. Ahora, la más cercana a la Rambla parece permanentemente a punto de chapar. Y la situada a pocos metros de la Ronda se ha reciclado en la venta de deuvedés…Que no deja de ser otra industria moribunda. Hace tiempo que cerró Castelló Overstocks, que tantas alegrías me había dado con su profusión de antiguallas. Cuando me dio por la psicodelia, me dejé una pasta en reediciones de discos de los años 60 de gente de la que nunca había oído hablar. Me encantaba la pegatina con el lema 'The forgotten masterpiece' que lucían muchos de ellos. Y aunque la mayoría tenían de obra maestra lo que yo de monja y se habían ganado el olvido a pulso, siempre había alguna perla entre la basura que daba gusto rescatar.

A principios de los 70, Castelló era un chiringuito en una portería de la calle de Tallers. Un mostrador separaba al cliente del dependiente, a cuya espalda había unas estanterías con los discos de vinilo bien colocados. Te hacían el 20% de descuento -en aquella época, el precio medio de un elepé era de unas 300 pesetas- y te ahorrabas una pasta (si lo querías escuchar antes, siempre podías recurrir a los telefonillos de El Corte Inglés). El chiringo se fue convirtiendo poco a poco en un imperio que vivió en los 80 sus años dorados, con varias sedes repartidas a lo largo de Tallers y sus inmediaciones.

Si en los 60 y 70, la calidad y el 'mainstream' coincidían -pensemos en lo que llegaron a vender los StonesBowie o Lou Reed-, en los 80 aún había cierta relación entre ambos conceptos, igual que en los 90, pero el siglo XXI acabó con cualquier coincidencia entre calidad y comercialidad -con excepciones, claro está- y la expansión de internet potenció el robo sobre la compra. Ahora, cuando lo que se vende da asco y lo interesante se reparte entre una parroquia escasa y atomizada que se lo baja de la red, ¿alguien me puede explicar qué función cumplen las tiendas de discos? Me temo que ninguna. De ahí que caigan como moscas, y algunas de muy alto: recordemos el derrumbe del imperio Virgin, desde la sede barcelonesa en lo que ahora es un Zara a la neoyorquina de Times Square; o la de Tower Records, en cuyas tiendas de Londres y Nueva York tan buenos ratos pasó el arriba firmante.

Me temo que estoy incurriendo en la nostalgia, pero puede que a mi edad sea inevitable. Piensen que todo lo que me ha ayudado a vivir -los discos, las películas, los libros, los cómics- cada día goza de peor salud, como si quisiera envejecer a mi ritmo para acabar compartiendo el ataúd. Y permítanme que recuerde aquellas tardes en las que, tras el preceptivo alto en Boadas para entonarme, enfilaba la calle de Tallers convencido de que cada tienda de discos en la que entrara sería una cueva de Alí Babá llena de tesoros. Una experiencia de lo más estimulante, aunque a la mañana siguiente puede que te preguntaras si realmente necesitabas esos cinco elepés de Emmylou Harris en cuyas portadas aparecía tan guapa y tan dulce.