Noticias del Barón de Maldà

Alfonso de Vilallonga se ha llevado su repertorio y a Blancanieves a Nueva York.

El cantautor y músico Alfonso de Vilallonga, esta semana, en su casa del barrio de Vallcarca.

El cantautor y músico Alfonso de Vilallonga, esta semana, en su casa del barrio de Vallcarca.

RAMON de España

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El día que quedamos a comer en el Gresca de la calle Provença -cocina ingeniosa, aunque algo escasa y levemente 'overprized'-, el señor barón está de un humor excelente, solo alterado por la voz quejosa de James Vincent McMorrow, al que confundió con Antony (el de los Johnsons) en el famoso anuncio de la lotería navideña y que lleva sacándole de quicio desde entonces. Igual que Antony. «No soporto a los llorones profesionales», asegura.

Alfonso de Vilallonga, nuestro cantautor más extraño e inclasificable, acaba de regresar de Nueva York, ciudad que siempre levanta el ánimo del ciudadano necesitado de estímulos y en la que ha protagonizado tres conciertos: uno en solitario, con su repertorio habitual, y dos con orquesta, poniendo música en directo a la 'Blancanieves' de Pablo Berger, por la que nuestro hombre ya se llevó un Goya en su momento. «Lo de Blancanieves fue en el Winter Garden», me informa, «una especie de enorme salón situado en el distrito financiero, cerca de Wall Street, donde a menudo se proyectan películas mudas con acompañamiento en directo. Poco antes que yo había estado Jim Jarmusch haciendo ruido con una guitarra eléctrica desafinada a costa de unas peliculitas de Man Ray. Para el recital de canciones, me acogieron en The Metropolitan Room, un club estupendo de la calle treinta y tantos, entre la Quinta y la Sexta. Todo salió muy bien y me gustaría volver para una tournée amplia. De hecho, tengo en Nueva York una vieja amiga, Patricia, que, aunque trabaja para el gobierno federal, lleva años ofreciéndose para hacerme de manager. Creo que la voy a activar».

El barón es un excéntrico adorable, un excelente compositor y un animal de escenario muy notable. Y necesita más público. No tiene nada en contra del centenar de leales que le vamos a ver en Barcelona, pero considera -y yo con él- que su repertorio debería llegar a más gente. Yo creo que en España ha tocado techo: se le respeta, pero se le considera raro y sus discos no se venden. En teoría, un tipo que bebe de Sinatra, la chanson française, el cabaret berlinés y esos compositores alemanes emigrados a Estados Unidos como Kurt Weill o Friedrich (Frederick en Hollywood) Hollander, debería contar con una parroquia internacional, más selecta que masiva, como la que disfruta el gran Max Raabe, con o sin su Palast Orchestra.

Alfonso pasó su juventud en Boston -allí creó su primer grupo, Cabaret Rose-, donde se hizo con la primera versión de esos 100 incondicionales que tiene en su ciudad natal. Le sugiero que tal vez debería haberse trasladado a Nueva York en vez de volver a Barcelona -recordando la frase al respecto de mi amigo Francesc Torres sobre Manhattan: «Aquí se viene a quedarse, no a hacer la mili»-, y él me dice que puede ser, pero que la decisión se tomó hace años y no se puede deshacer. Además, le digo, si no llegas a volver, nunca habrías escrito Maldà State (Estat propi), que tanto consuelo ha aportado a las víctimas del 'pujolismo'.

En estos momentos, Alfonso trabaja en un musical sin nada que ver con los de Broadway, que detesta tanto como yo, aunque no acabamos de dilucidar quién nos da más grima, si Stephen Sondheim o Andrew Lloyd Webber. Se titula 'El Barón de Maldà o la nota de al lado' y consiste en un repaso autobiográfico a su repertorio -con algún que otro colaborador teatral, una escenografía discreta y, sobre todo, un puñado de buenos músicos- que, según él, no desentonaría en el Romea. «Voy buscando dinero por ahí», comenta, «pero tengo la impresión de que me dan largas. Lo he hablado con los del Grec, y con Boadella en Madrid, y detecto interés, pero la cosa no acaba de cuajar». ¿También ellos lo encontrarán demasiado raro para sus locales?

A finales del año pasado, Alfonso publicó un libro titulado 'Príncipe del ripio' (Editorial Alfabia), que incluye sus letras grabadas, las inéditas, algunos poemas y ciertas cosas que no son ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario. Yo diría que una gran parte de su mundo está en esas páginas, y no dudo en recomendárselo a cualquiera que desee profundizar en él. Para ver qué tal se ha vendido, nos acercamos a La Central, vemos que no está y preguntamos cuántos ejemplares llegaron. «¿Fueron dos o tres?», inquiere el barón. Cuando le dicen que 12, se le ilumina la expresión y no me extraña: en su mundo -y en el mío- 12 ejemplares vendidos de lo que sea es un exitazo.