Los republicanos y las republicanas

Plaza de la Segunda República en el barrio de Lloreda, en Badalona.

Plaza de la Segunda República en el barrio de Lloreda, en Badalona. / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

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Mucho tiempo he estado acostándome temprano, y puedo garantizar que no ha sido tiempo perdido, pues con Proust aprendía que la novela es la última manera, quizá la más real, de lanzarse a la reconquista del tiempo. Los aniversarios, las efemérides, son otra cosa. Más bien todo lo contrario. La palabra efeméride tiene la misma etimología que efímero. Los aniversarios son una constatación de lo perdido. Pero sólo de lo perdido canta el hombre, lo dijo Agustín García Calvo en un poema al que pusieron música Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio: "solo de lo negado canta el hombre, solo de lo perdido".

El pasado viernes 14 de abril fue el aniversario de la proclamación de la Segunda República. Según el calendario cristiano (o por decirlo con Radio Futura: “desde un punto de vista exclusivo”), este año ha caído en Viernes Santo. El morado de la penitencia, el morado comunero y el tafetán morado que bordó Mariana Pineda en Granada, superpuestos. De la Segunda República tengo un recuerdo junguiano, arquetípico. Un recuerdo colectivo que he heredado cultural y familiarmente. Me asalta, lo primero, una foto, que antes se publicaba mucho, de gente en la calle muy contenta, y entre esa muchedumbre un hombre toca el acordeón. El instrumento de las clases populares, desde los tugurios de París donde ya antes de la guerra del 14 se bailaba el 'bal musette', la java... (y los hombres lo hacían sin quitarse el cigarrillo de la boca y las mujeres con un pañuelo anudado al cuello, apretándose fuerte los dos), hasta los garitos de Sinaloa, Tijuana..., en los que acompaña los narcocorridos, cantares de gesta de guerras de hoy, todas cada vez más sucias y escurridizas.

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En 1906, antes de aparecer Tintín, antes del viaje de André Gide al Congo, en su novela fantástica que transcurre en el África colonial, 'Paradox, rey', Pío Baroja había hecho un “elogio sentimental del acordeón” donde lo admiraba como instrumento contemporáneo y plebeyo, es decir, embebido del mismo caldo de cultivo que acabaría dando pie a la Segunda República. Así se refería a los acordeones: “vosotros sois de vuestra época: humildes, sinceros, dulcemente plebeyos, quizá ridículamente plebeyos; pero vosotros decís de la vida lo que quizá la vida es en realidad: una melodía vulgar, monótona, ramplona, ante el horizonte ilimitado”.

La Segunda República pertenece a las afueras, se ha quedado en la periferia de lo que podríamos llamar nuestro relato histórico (antes, en vez de relato se decía discurso, hemos pasado de Cicerón a Horacio Quiroga). Por eso, estos días ha sido más fácil encontrarla de nuevo en un paseo por un barrio de la remota punta de la montaña de Badalona que por la ciudad de Barcelona. Lo decía Juan Ramón Jiménez, que aun siendo de Huelva fue un gran amante de la jota: “intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas”.

Mucho tiempo he estado paseándome temprano por la badalonesa plaza de la Segona República del barrio de Lloreda. La verdad es que lleva este nombre desde el año 2003, pero creo que tardé un montón en darme cuenta. A pie de banco, se la ve como cualquiera de esas plazas surgidas entre bloques, que oscilan entre el cemento y lo verde, que todavía llevan tan pegado al pellejo su condición de descampado que uno no cae en la cuenta de que debieran tener un nombre. Pero ésta lo tiene. Y bien preciso, como le gustaba al poeta. El detalle es una forma de compromiso. El tiempo vivido, la memoria, el amor propio, todo lo que es necesario porque es romántico, se juega siempre en los detalles.

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No da lo mismo que un sitio se llame plaza de la Segona República que plaza de la República. Bueno, este es el nombre que desde el año pasado tiene la antigua plaza de Llucmajor, en Nou Barris. El cambio se celebró en unos días de abril como éstos, con pasacalles y con banderas tricolores de la Segunda República (a ratos pienso que no tengo bandera porque la única a la que he amado se me ha negado). En esa plaza también vive refugiado, desde los años 90, el famoso monumento que Viladomat levantó a la República en homenaje a Pi i Margall (uno de los presidentes que tuvo la Primera República). Pero una plaza de la República es a una plaza de la Segunda República lo que el monumento del Soldado Desconocido es al monumento del almirante Nelson. Ambos lo merecen, por supuesto, así que ambos debieran tenerlo sin que se confundan.

En 1996 volvieron a España los supervivientes de las Brigadas Internacionales, y fuimos los colegas del barrio a verlos llegar a la estación de Sants. Aquellos ancianos procedentes de tantas partes del mundo habían conocido más a nuestros abuelos que cualquiera de nosotros. Mi madre estaba allí, la vi de repente, y vi cómo los miraba, y en sus ojos vi que quería reconocer entre ellos al padre, a todo lo que le habían quitado, y que por algo muy profundo les estaba dando las gracias. Siempre se escribe en busca del tiempo perdido. Cuando ya no existen las cosas y sólo quedan las palabras se pertenece únicamente a un puñado de palabras.