Hora punta en el puerto

Los dos mayores cruceros mueven a 19.000 viajeros cada domingo en Barcelona

Los pasajeros recogen el equipaje tras el desembarco final.

Los pasajeros recogen el equipaje tras el desembarco final.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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La ciudad duerme mientras, en plena madrugada, dos pequeñas ciudades flotantes atracan silenciosamente en el muelle Adossat. No es el día punta anual de cruceristas (con más de 26.000 viajeros el próximo 13 de septiembre), pero los dos juntos superan cada domingo a otras jornadas con más barcos. Se trata del Allure of the Seas, de Royal Caribbean (el mayor del mundo, junto con un gemelo y un tercer hermano de serie que el año que viene se estrenará en Barcelona y hará la temporada), con 5.400 pasajeros si en el camarote viajan dos personas, pero que puede superar los 6.000, más 2.300 tripulantes. Y a su lado, el Epic de NCL, que inyecta otros 4.100 en capacidad doble. Como ambos empiezan y acaban ruta ese día, juntos mueven a unos 19.000 pasajeros.

El Port de Barcelona ha negociado que la mayoría de domingos estén solos en el Adossat, para evitar una saturación logística. No tanto en el dispositivo de desembarco, que las cuatro terminales de nueva generación del Adossat absorben con rapidez, sino en su transporte hacia la ciudad o el aeropuerto. Esa mañana los dos movilizan a un ejército de taxis y autocares que guardan fila desde primera hora. Carles Domingo, de Creuers del Port de Barcelona, que gestiona la mayoría de terminales de cruceros de la ciudad, se congratula de haber pasado el difícil examen del Allure con un sistema inédito: conectando dos terminales del Adossat (este año la B y la C) con una pasarela y utilizando ambas simultáneamente, algo más sostenible que construir otra mayor. «En 45 minutos se bajan las 12.000 maletas que iban a bordo», relata. Y asegura que el sistema es aún más ágil que en EEUU.

Relevo en unas horas

La hora punta se sitúa entre las ocho o nueve de la mañana y casi las diez, cuando salen en riguroso orden militar los 9.500 viajeros que suelen llevar ambos barcos y acaban sus vacaciones. Luego llegarán otros tantos, más sonrientes, con algunos kilos menos y más repartidos desde mediodía, antes de que se cierre el tiempo de embarque a primera hora de la tarde. Más allá de la eficiencia portuaria de este operativo (que este diario ya evaluó hace un año y que importa al viajero y la naviera), lo que a Colau le quita el sueño es qué pasa con esa tromba de turistas.

Las encuestas hablan de números y de nacionalidades, pero no cuentan por ejemplo que un buen pellizco de quienes inician travesía son residentes de la propia ciudad. Como los cuatro miembros de la familia Costa, del Eixample, que no dudaron en elegir esa ruta que ya conocían, «por lo cómodo que es no tener que coger aviones a la vuelta y la ilusión de los chicos de ver el barco», resume el patriarca, cargado de maletas. Tampoco cuentan con que hasta el 10% de los viajeros no bajan de los barcos cuando hacen escala, porque ya conocen el destino o prefieren quedarse de relax en la piscina. Pero el final de viaje hace que ese día los barcos se vacíen.

El puerto ha ido variando la distribución de los taxis, ahora con una zona de espera para no saturar las terminales. Hay colas, de hasta media hora. No faltan taxis pero la operación de carga de maletas es farragosa. También muchos autocares, ya que el último día se venden tanto transfers al aeropuerto como excursiones para los que disponen de unas horas antes de irse. Fuentes de Royal Caribbean indican que los tours de Gaudí, de vistas panorámicas por la ciudad, de Montserrat y del campo del Barça son las más populares, entre una lista enorme de opciones, ya que muchos viajeros con poco tiempo prefieren rutas guiadas.

Entre la masa, muchos tripulantes, que también aprovechan sus horas de libranza para pasear. Son algunos de los usuarios del autobús del puerto que por dos euros acerca al viajero al centro. Pese a las colas, y crono en mano, en poco más de un cuarto de hora se planta ante Colom. La frecuencia en mañanas así es continua, cada 15 o 20 minutos sale un bus, no siempre lleno. La Rambla a las once luce casi vacía porque esos cientos de viajeros se diluyen con rapidez. Son muchísimos más los que llegan, al otro extremo, procedentes de la costa y que vienen en Rodalies a pasar un día en Barcelona. Pero podría parar en un punto menos transitado. Un trabajador del puerto ironiza: «Al final habrá que dejarlos en el cementerio de Montjuïc, a ver si allí no molestan».