Guiris en la Verneda

ricardo y su mujer alquilan por días dos habitaciones y un baño en su piso frente al mercado de Sant Martí, donde aseguran que el viajero disfruta de la tranquila vida de barrio

Ricardo Ramos, en el salón de su domicilio en la Verneda, donde destina dos habitaciones y un baño para los viajeros.

Ricardo Ramos, en el salón de su domicilio en la Verneda, donde destina dos habitaciones y un baño para los viajeros.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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Confort casi de hotel de cinco estrellas en casa de los Ramos. Solo que el escenario choca a primera vista: la Verneda. «Los comercios cuando ven un turista por aquí saben que son los que duermen en nuestro piso», bromea Ricardo Ramos, capaz de atraer a viajeros de medio mundo hasta Sant Martí a cambio de dar calidad.

La aventura de esta pareja comenzó por necesidad, como tantas. Cuenta este venezolano de 41 años afincado en Barcelona hace cinco que todo lo que iba muy bien un buen día se torció. Primero se quedó en paro él, director de ventas de una empresa internacional. Pero luego le siguió su pareja. Tenían una hipoteca y un piso estupendo de tres habitaciones y dos baños, con atractiva zona común de piscina y relax. ¿Tenía que pulverizar su sueño? «No», se dijo rotundo. Quería seguir en Barcelona. «De pronto, estuvo todo a punto de desaparecer», rememora. Pero optó por reinventarse como anfitrión.

Hace dos años dio el paso y abrió su piso al mundo. Como la mayoría, con un anuncio en Airbnb. Como consultor y máster en márketing, sabía que para atraer al turista tenía que ofrecer calidad y diferenciarse, así que apostó por destinar uno de sus dos baños al uso exclusivo del turista. A veces alquilan una sola habitación, pero cuando se ocupan las dos es porque se trata de grupos familiares o amigos, de modo que no tienen que compartir el servicio con extraños, algo muy aplaudido.

«Es cierto que estamos en la periferia, en un barrio poco conocido, pero al turista no le cuesta venir», sentencia. Son ocho paradas de metro hasta el centro y cinco hasta la playa. Desmitifica así la idea y obsesión de muchos operadores por abarrotar de camas el centro. El viajero internacional está acostumbrado a coger el metro para dormir en otros grandes destinos. Y Ramos remacha: «Muchos valoran estar fuera del follón del centro», sobre todo las familias, y conocer la Barcelona más real.

La ubicación supone precios más económicos que el Eixample, pero Ricardo tiene claro que nunca se va a malvender, porque ofrece mucho. Cobra desde 40 euros por habitación en temporada baja, hasta 60 en alta. Pero ofrece muchos valores añadidos. Por ejemplo, aunque no sirven desayunos, el viajero puede utilizar los espacios comunes de la casa y es invitado los fines de semana a probar la cocina venezolana o a formar parte de las barbacoas vecinales en el jardín. «Interactúan con todos», dice, defensor de lo pluricultural, «sin estigmas» y abierto.

Más calidad de vida

Por allí han pernoctado franceses, británicos, estadounidenses, paquistanís, musúlmanes... Al principio puede haber algún contraste cultural, pero luego «hay conexiones humanas más profundas». De nuevo planea la idea de la confianza total. «No hay cerrojos, nosotros nos vamos a trabajar y nunca ha pasado nada. Solo exigimos orden en las zona comunes».

Su situación laboral se ha normalizado, pero prefieren seguir con la actividad, ahora convertida en un ingreso extra que proporciona «calidad de vida». «Podremos disfrutar de vacaciones gracias a esto», argumenta. E incluso se plantea que si cuando tengan hijos han de aparcar la actividad, la retomarán más adelante porque están enganchados a ese desfile internacional y a los nuevos amigos que han hecho en dos años.

Ricardo destaca que la suya no es una situación común. «En este sector hay muchas mujeres solas jubiladas que están sobreviviendo gracias a esto». Y reivindica que la futura regulación del Govern no limite la actividad a solo cuatro meses al año.

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