¿Dónde está esa mugre?

La banda de punk metal Últimos de Cuba acaba de sacar un vinilo y un compacto donde reúne sus primeras maquetas

Franki y Papu, dos miembros de la Banda punk Ultimos de Cuba

Franki y Papu, dos miembros de la Banda punk Ultimos de Cuba / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ahora la plaza Ángel Pestaña es una playa de arena, y así el corazón de la Prospe es un reloj que derrama la sangre del tiempo. En el mar de cemento, al pie de las olas de bloques, un monumento tiene grabada una foto antigua con una niña que sostiene una pancarta donde dice: “Pisos sí, barracas no”. Porque en el tiempo de esta misma arena estuvieron una vez las barracas de Santa Engràcia. Los bloques entonces fueron una victoria, todo entonces era tan miserable que vivir en colmenas suponía una conquista social. De esa nada nacería todo. Todo lo bueno que puede ser la gente de barrio. Todo lo que somos. La lucha vecinal, el rock and roll.

Al principio aquí no fue el verbo, sino un bar. El Canasto Volador, así se llamaba. Una vez los de Terra Lliure le colocaron un artefacto explosivo porque se vendía droga. Hace poco le hicieron un homenaje en memoria de los tiempos duros. El Papus Franki saben muchas historias de ese sitio. Pero el bar se llama de otra manera, y el Papus y Franki se siguen llamando igual, y ahora están en el patio de otro bar, el Formentera, con unos quintos y hablando de todo eso. Xavi Papus y Franki Hormigonera fueron el letrista cantante y el batería de una legendaria banda de punk metal formada en la Prospe: Últimos de Cuba. Acaban de sacar un vinilo y un compacto (van juntos con obsequio de un quinto), donde reúnen sus primeras maquetas.

La pasta para eso la ha puesto Fernando Carretón con parte de lo que pilló de su despido. Fernando también está ahora en el Formentera con otro quinto. Su hermano había tocado muy al principio en Últimos de Cuba y los conoce de toda la vida, desde que iban con los bongos y las guitarras españolas a tocar por Deep Purple a las ruinas de la planta asfáltica. La habían derribado los vecinos durante una de aquellas salvajes movilizaciones de

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Todo entonces","text":"\u00a0era tan miserable que vivir en colmenas supon\u00eda una consquista social."}}

Barcelona. Ahora es el Ateneo Popular de Nou Barris, pero en aquellos días era un montón de escombros en un descampado a donde los chavales iban a privar, fumar canutos y tocar rock and roll, y allí conocían a chavales gitanos, y los chavales gitanos conocían a los rockeros y los llamaban hippies. Al Formentera también ha venido Gonzalo, un activista vecinal que explica que cuando la asociación de vecinos vio formarse grupos de rock en el barrio se lanzó a ayudar con los ojos cerrados, pues reconoció su potencial, sabían que eso iba a ser su conexión con la gente joven. Así organizaron conciertos en la plaza Ángel Pestaña, como el de Barón Rojo, abarrotado con 4.000 asistentes. Así llenaron el Palacio de los Deportes de Montjuïc con un festival de rock radical vasco y con otro en solidaridad con Nicaragua. Así montaron la semana antiheroína, con lemas sacados de letras de Últimos de Cuba: “No dejes que trafiquen con tu vida”. Así era la Prospe en los años 80.

DE VUELTA AL BARRIO

El Papus tiene 57 años y Franki 55. El Papus hace años que se fue del barrio y Franki ha vuelto hace poco, después de pasarse media vida en el centro de Barcelona, bueno, en el Ensanche. El Papus no trabaja ni hace nada y vive en una caravana en medio del jardín de un amigo. “Soy un okupa de jardín”, dice. Tiene una hija de 26 años que canta flamenco y toca el ukelele. Franki es auxiliar de enfermería, vive solo y tiene dos grupos de rock. La primera batería y la primera guitarra las compraron de la manera menos punk del mundo: pidiendo un crédito al banco. Se lo consiguió Juanito, un amigo del barrio que entonces era empleado del Banco de Bilbao. Ahora se dedica al circo, a la monorrueda. Su compañía es muy famosa, se llama Desastrosus Cirkus.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Hubo una guerra\u00a0","text":"sucia contra aquellos chavales, y nunca sali\u00f3 nadie para defenderlos."}}

Franki sonríe y cuenta historias todo el rato. El Papus habla poco y en vez de sonreír prefiere reír, pero no ríe para los demás, ríe para él. “Aquí sólo había dos posibilidades: o ser delincuente o ser otra cosa”, dice. Una vez los chavales destrozaron tres coches de la policía junto al Canasto Volador, y abrieron las furgonetas para que saliera la gente. Entonces la policía vestía de marrón, y llegaba al barrio en los Seat Ritmo, en los Talbot Horizon. Iban, pillaban a la peña por la cara, se la llevaban a la comisaría de Sant Andreu y a la media hora los soltaban. Y así cada semana. Otra vez se llevaron del bar Max a 5 o 6 chavales que iban sin DNI. Bajaron 50 amigos a buscarlos y se plantaron en la comisaría. Habían picado. Allí detuvieron a 28, y 13 de ellos pasaron un mes en la cárcel acusados de asalto a la comisaría. Era cuando la policía entraba en los bares y dejaba caer al suelo una bolsita con cocaína. Suerte de algunas dueñas del negocio, que no les quitaban el ojo desde que entraban y les pedían que recogieran lo que se les había caído. Hubo una guerra sucia contra aquellos chavales, y nunca salió nadie para defenderlos sino ellos a sí mismos. El Papus en vez de peña dice mugre, y el grito de guerra de Últimos de Cuba ha sido: “¿Dónde está esa mugre?”. Gonzalo cuenta que el Papus ya nació punk: “Lo conozco desde niño y nació punk. Era así de antisocial”. Y el Papus le responde: “Antisocial lo serás tú”.