Chequeo a dos monumentos de culto

«Ni gorros, ni comida, ni móviles, ni tirantes, ni minifaldas...»

Los vigilantes son los que deciden cuánta carne se puede exhibir

Un cartel a la entrada de la Catedral, ayer, alerta contra los tirantes y los pantalones cortos, prohibidos en el interior.

Un cartel a la entrada de la Catedral, ayer, alerta contra los tirantes y los pantalones cortos, prohibidos en el interior.

P. C.
BARCELONA

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Ni con la catedral hasta los topes de fervientes cristianos, de curiosos, de turistas y de eventuales creyentes que solo acuden a hacer una visita exprés a algún santo protector de los muchos que se alinean en el templo, se llegaba ayer a escuchar demasiado barullo. Un despliegue de vigilantes velan para que el volumen sea acorde a la solemnidad del recinto. Amansan a las fieras con amabilidad pero contundencia.

Pero el silencio no es el único mandamiento de esta catedral que pese a la lluvia provocó largas colas y atascos a su entrada, en el horario gratuito. De hecho, es igualmente esencial que no haya interferencias visuales. No solo por pecaminosas

-o sea, carnales-, sino también por ofensivas para el recogimiento y la espiritualidad. Como lo son una lata de refresco o un móvil.

¿Qué prohiben aquí? «No permitimos ni gorros, ni comida, ni bebidas, ni móviles, ni tirantes, ni minifaldas o pantalones cortos». Sin embargo, el mismo vigilante admite que los tiempos cambian y algún bermudas sí han de bendecir, porque si no tal vez se quedaban solos en verano. ¿Y el criterio en los largos de las prendas femeninas o lo ancho de los tirantes? «A veces no es fácil, se ha de mantener el pudor, y con un mismoshortuno enseña mucho más que otro...», argumenta un empleado.

La brigada repartida por todo el recinto sagrado mantiene los ojos abiertos y condena al purgatorio al que le suene el móvil. Y al infierno al que saque un bocadillo.

Pero no suele llegar el caso, ya que es en la puerta donde se pasa el filtro definitivo. Donde se escrutan los centímetros de más o de menos tela. Con un tirante fino hay que cubrirse los hombros u olvidarse de la incursión religiosa.

Los nuevos tiempos se notan en la catedral en su políglota campaña de recaudación de fondos en diversos idiomas, para que los devotos y los solidarios «patrocinen una piedra» por 10 euros y permitan afrontar la parte del coste de la rehabilitación que corresponde a la Iglesia. «Confiamos en tu generosidad», rematan. También en el relevo de velas de cera (solo en el claustro) por velitas electrónicas, donde últimamente arrasa el sufrido San Pancracio.