Fragmento de la novela de Miqui Otero 'Rayos' dedicado al piromusical de la Mercè

Miqui Otero

Miqui Otero / periodico

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Esa noche bailamos con las vecinas en bares con nombres americanos, bautizados en la ciudad que no vivimos y que solo conocemos por los ecos de las batallas de borrachos como Tinet y de triunfadores como el artista Tito. También en la catacumba del Sidecar, donde propongo el séptimo tequila a Romario, que nos hemos encontrado vendiendo cervezas en la Plaza Real, apurando una lata a escondidas mientras se delataba gritando: "¡Discobol!".

En el escenario, un tipo espigado y con patillas de hacha azota con un látigo el aire adensado por el humo. El teclista con un salvavidas tatuado en el bíceps y el guitarrista con un tupé de rockabilly recién despertado de la siesta sudan con las gafas de sol puestas. Hacen surf en una tabla de planchar y cantan cosas como: "Antisistema solar", "Empresarios y secretas", "Eres un gusano» (un hit en mi Radio Llorón: "Eres un curioso animal, no hueles ni bien ni mal, eres tan aburrido, que te alimentas mal"). En la primera fila Diana y Mia bailan demasiado bien y Justo me arrea un codazo para que deje de mirar el escenario. Señala con la barbilla al público.

Justo siempre dice que hay que mirar donde los otros no miran, que no hay sorpresa bajo los focos y que es mucho más interesante escuchar la música escrutando las caras de la gente del público. Lo llama "El Videoclip Real". Me lo dijo por primera vez en la azotea de la casa de Iu, durante las fiestas de la Mercè de 1991. Como cada año, los padres de Iu nos habían invitado a subir para poder ver desde allí el espectáculo piromusical de las fuentes mágicas de Montjuic. Fuentes de colores bailando en muchos colores al ritmo de canciones conocidas y fuegos artificiales de espumillón estallando en el cielo como palmeras locas. La madre de Iu subía bocadillos de pan de molde con Nocilla y el padre descorchaba champán y, por una vez, trataba bien a Iu y repartía el cava barato entre el resto de vecinos, que también brindaban con vasos de plástico. Aquella noche, con unos ocho años de edad, presenciaba ojiplático el espectáculo de las hortensias gigantes de colores cuando Justo me dio un codazo y me dijo: "Mira". Y su barbilla no señalaba una de las palmeras fugaces en el cielo, sino a la gente que las miraba con la boca abierta. Yo avisé a Brais y él a Iu. Esos vecinos, tan serios, esos que nos cruzábamos en el ascensor y no decían ni hola. Ese padre, siempre mascullando lamentos, que ahora sorbía cava y gritaba como un niño. Esa madre, que chillaba cada día a sus hijos, ahora bailando que ojalá lloviese café en el campo. Ese portero de la finca, siempre solo en su caseta, que ahora le metía mano a su novia. 

-Nos gusta esto, no, ¿Fidel? Nos gusta cuando la gente es así -dijo Justo.

-Sí.