Un espectáculo de muerte

Las gaviotas cazan y devoran a las palomas viejas, enfermas e inexpertas

Una gaviota se da un banquete con una paloma, en una terraza interior del Ayuntamiento de Barcelona.

Una gaviota se da un banquete con una paloma, en una terraza interior del Ayuntamiento de Barcelona. / DANNY CAMINAL

MAURICIO
Bernal

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Un día habrán sido exterminados todos, leones, tigres, cocodrilos, y no quedará nada que filmar, ni persecuciones de gacelas por el Serengeti ni desmembramientos colectivos de babuinos, ni el acoso de las hienas, ni despojos de cebra flotando por el río. Tendrá sentido el anuncio que una asociación conservacionista divulgó hace un tiempo para llamar la atención sobre la extinción de especies, con un gato doméstico de protagonista: el gato ronroneando, el gato durmiendo, el gato trepando por el sofá. Porque -decía el anuncio- de felinos domésticos y especies similares serán los documentales en un mundo privado del último animal salvaje. En ese desierto, sin embargo, es posible que alguien recuerde la existencia de un postrero espectáculo de cacería y muerte, lejos de las montañas y de las sabanas, en la ciudad, lo más parecido a la ceremonia de acecho y martirio que en su día depararon los carnívoros feroces. Gaviotas. Recordará que aún existen las gaviotas.

En su rutina de metros y autobuses y compra del pan y del pescado y todo lo relacionado con la vida urbana muchos barceloneses se han asomado de repente a ese espectáculo de la naturaleza en estado puro: la escena de una gaviota devorando a una paloma. Quizá no es frecuente, pero sí regular; se oyen historias. No hay estadísticas disponibles de estos ataques porque a nadie le importa que en la ciudad haya una paloma de más o de menos, pero de haber un estudio con toda seguridad mencionaría el mercado de La Abaceria, o habría de mencionarlo, el de Gràcia, su tejado, que viene a ser lo que el Serengeti para la migración del ñu: un lugar peligrosísimo. La escena que de vez en cuando tiene lugar allí, detalles más, detalles menos -según el día, según el hambre de la gaviota, según su disposición a compartir el alimento-, no tendrá el virtuosismo atlético que tiene, por ejemplo, el despliegue de un guepardo acorralando antílopes, pero su esencia a fin de cuentas es la misma: el grande devorando al chico. Hay persecución, por supuesto, hay acoso, derribo, sangre, agonía, muerte. Hay plumas volando por todas partes, carne y tripas. Como en un documental.

Una técnica rudimentaria

«Las gaviotas que vuelan por Barcelona y comen palomas pertenecen a la especie larus michahellis, gaviota patiamarilla o, en catalán, gavià argentat de pates grogues», explica Sergi García, del centro de estudios y divulgación del medio ambiente Galanthus. «Se han acostumbrado a comer de todo, a rebuscar en las basuras y vertederos y a cazar palomas en vuelo. Su técnica es pedestre, rudimentaria, no se puede comparar con la experimentada de los halcones. Pero cuando hay hambre, ya se sabe. Persiguen a la paloma hasta que al final, casi por aburrimiento, la capturan. Siempre que pueden la remojan antes de comérsela. Normalmente capturan a las más viejas, a las más inexpertas, a las enfermas, pues su vuelo no es rápido, mientras que una paloma sana vuela rápido y muy bien». La persecución aburrida por lo general no está al alcance de los vecinos del mercado. Su atención la llama el aleteo angustiado de la paloma, sus alas chocando contra el tejado. El sonido de la desesperación.

Abajo la gente camina, charla, está en las terrazas, mira las vitrinas, compra, vende, saluda, y arriba hay una paloma agonizando, inmóvil bajo el pico del gavià. Cuando su resistencia merma la gaviota la suelta y la remata picotazos; ahí se llena de plumas el tejado. Llega casi siempre otra gaviota pero la primera no está dispuesta a compartir, y empieza a devorarla mientras aún está con vida. Así las cosas la paloma no dura mucho, y finalmente muere. No hay crueldad, pero hay descanso. Abajo la gente sigue charlando. Arriba, la gaviota se alimenta, devora a su presa con rapidez, ahuyenta a la competencia. Poco queda de la paloma cuando se marcha, pero algo queda. Algo que se pudre lentamente al sol. Mejor que el documental del gato.