Botellón sin vacaciones

SÁBADO EN GRÀCIA. Parejas y grupos de jóvenes en la plaza del Sol.

SÁBADO EN GRÀCIA. Parejas y grupos de jóvenes en la plaza del Sol.

MARINA MUÑOZ BENITO
BARCELONA

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En pleno mes de agosto, cuando el mercurio alcanza sus máximas marcas, más de media Barcelona está de vacaciones y la noche invita a vivir al aire libre, el botellón -a pequeña escala- no da tregua y se convierte en uno de los protagonistas de las calles y plazas de la capital catalana. Liderando el ránking, las de Gràcia y Ciutat Vella, algunas de las cuales se han convertido en todo un referente para los veinteañeros, tanto locales como foráneos. «Aunque Barcelona no sigue el modelo de macroconcentraciones de otras ciudades españolas, es habitual en pequeños grupos y aflora con el buen tiempo», señalan fuentes del ayuntamiento, que está en plena operación verano para controlar este fenómeno. En lo que va de año, se han tramitado 24.335 denuncias por consumir alcohol en la vía pública, un 20% más que en el mismo periodo de 2012.

Aunque la economía y el bolsillo sigue siendo uno de los principales argumentos de esta práctica -el precio de un combinado de una discoteca de la ciudad equivale para muchos al presupuesto de toda una noche-, la ley antitabaco y el acto social que supone en sí mismo el botellón son otros dos motivos de peso. «Cuando hace buen tiempo es mejor estar en la calle. Nos juntamos mucha gente y convivimos. Es un rollo callejero cultural», explicaba la noche del jueves Pipa. Acompañado de Borja, Gonzalo e Ignacio, tres amigos de jarana, habían hecho suyo un rincón de la plaza del Sol de Gràcia. «Entre todos nos hemos gastado 12 euros, en lugar de los 40 euros que nos habría costado en un local, y es mucho más divertido», señalaba Gonzalo. Su único temor: el camión de BCNeta, un toque de queda en toda regla. «Mojan el suelo con la excusa de limpiar y no te puedes volver a sentar. La técnica funciona», reflexionaba con sinceridad Borja.

Paralelamente, esa misma estampa se repetía en la plaza de la Revolució con un grupo de turistas que, aposentados en un banco, compraban cervezas a los vendedores ambulentes. «Somos mochileros y estudiantes, tenemos muy poco dinero», explicaba Cassie, una inglesa de 21 años. A escasos metros, se podían oír algunas críticas. «Gràcia se ha vuelto un barrio turístico por el aire bohemio y la vida en las plazas, que ahora están matando», comentaba Elena, que denunciaba el exceso de presión policial. «La presencia de la Guardia Urbana dificulta la venta ambulante y corta el grifo. Ya no circula más alcohol y se acaba el problema», argumentan fuentes municipales.

QUEJAS VECINALES/ El incesante ruido que se genera en las plazas y lugares donde se celebra -una mezcla de conversaciones, gritos, cantes y, en ocasiones, guitarras-, y el continuo ir y venir hasta altas hora de la madrugada en las calles adyacentes -como Sant Pau y Hospital en el Raval o Escudellers en George Orwell- ponen en jaque el sueño de los vecinos. También lo hacen las peleas originadas por el exceso de alcohol.

El panorama postfiesta, además, no es nada halagüeño. «Hay muchas latas, centenares de colillas, vómitos, orines, botellas de vidrio…» enumeraba resignado, la mañana del sábado, José, un trabajador de BCNeta que limpiaba ese día la plaza de George Orwell. «Los fines de semana está petadísima y aunque ha mejorado, sigue siendo conflictiva», explicaba Óscar, empleado del bar Oviso, sobre la conocida como plaza del Tripi. «Hay mucho incivismo», añadía Agnès, compañera de trabajo, que reconoce que el olor de los orines es horrible. «Tirar agua no es suficiente. Cambian el pis de un lugar a otro y se queda estancado» explicaban Bori y Karcasi, residentes en el pasaje del Rellotge. Según datos del consistorio, en lo que va de año se han generado 6.207 denuncias por hacer las necesidades fisiológicas en la vía pública, un incremento del 12% respecto del mismo periodo de 2012.

FRENTE MARÍTIMO/ Las playas de la ciudad son otro de los espacios públicos que, bajo la luz de la Luna y con el vaivén de las olas, invitan a convertirse en un perfecto lugar de reunión las noches de verano. Además de la arena -donde las siluetas quedan escondidas- algunos muretes y aceras que separan la playa del paseo Marítim se convierten, en un abrir y cerrar de ojos, en improvisadas barras de bar, donde no falta una variada opción de destilados, refrescos y zumos para hacer el ahorrativo combinado.

«A veces, este solo es el paso previo para entrar a los garitos de la Vila Olímpica», explicaba el jueves por la noche en la Barceloneta Lluís C. «Si no estaríamos toda la noche con una sola copa, pidiendo hielo y haciéndola durar», exponía Paula Carranza el sábado, en la Nova Icària. «La verdad es que en la playa hay ambiente», reconocía esta, a punto de darse un baño nocturno.