EL LEGADO DE UN POETA CALLEJERO
Bernardo, de Jaén a la Barceloneta pasando por la ONU
Dos maletas y cuatro cajas con documentos y fotografías del fallecido cantautor de los chiringuitos buscan un archivo público
Cristina Savall
Periodista
CRISTINA SAVALL / BARCELONA
Recitó a Federico García Lorca en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra. Sus discos y libros de poemas se encuentran en una estantería de la célebre tienda de música Casa Beethoven, en la Rambla. Solía vestir con traje y corbata estampada. Javier Mariscal ilustró uno de sus libros de poemas y uno de sus discos. Y Salvador Espriu se interesó por sus composiciones y rimas.
Es difícil adivinar que detrás de estas pistas se esconde Bernardo Cortés Maldonado (Jaén, 1933-Barcelona, 2017), el cantautor de los chiringuitos de paellas de la Barceloneta, a quien un grupo de amigos quiere rendir homenaje dedicándole una estatua en el barrio salino y reeditando sus canciones y versos "para poner en valor su legado". Así lo expresa Antonio Herrera, su biógrafo y amigo, que le acompañó durante los últimos años de su vida.
Era su persona de confianza, era a Antonio quien llamaba cuando se encontraba mal y tenía que ir de urgencias al Hospital del Mar, donde permaneció dos meses ingresado a causa de una insuficiencia renal. Murió en este centro sanitario el pasado 3 de marzo después de recibir el alta y recaer de nuevo.
"Cortés era una persona humilde, de gran corazón y generosa, apenas hablaba de sí mismo. Su ilusión era que la ciudad le hiciera un homenaje, y no ha podido ser en vida", explica Herrera, que ya antes de su muerte envió cartas a la alcaldesa Ada Colau; al ‘conseller’ de Cultura, Santi Vila, y a Gala Pin, concejala de Ciutat Vella, para que unieran fuerzas y le dedicaran una escultura por el cariño que despertaba entre los barceloneses. "Quien ha puesto más interés ha sido la Generalitat a través de Maria Àngels Torras, del departamento de Cultura", reconoce el biógrafo, que en estos momentos está entrevistando a familiares y amigos de Bernardo para reconstruir una vida de película.
ABANDONADOS
"Su madre les abandonó a él y a sus seis hermanos a su suerte cuando se enamoró del profesor de guitarra que iba a la casa a dar clases al mayor. Terminaron todos en un hospicio. Bernardo era de los pequeños, que más tarde fueron rescatados y cuidados por una de sus cuñadas. A los 19 años se subió al tren ‘el Sevillano’ con destino a Barcelona huyendo de un desamor. Ana era hija de una familia adinerada de Jaén y la relación no prosperó. A ella es a quien más poemas ha dedicado", desvela su amigo, que en abril se escapó a Andalucía para conocer a Rosita, hermana del cantante callejero, que se hizo famoso por sus apariciones en el ‘show’ de Tele 5 ‘Qué gente tan divertida’ cantando en plan burlesco ‘Mi ovejita Lucera’ y ‘Tengo un pajarito’.
Pero terminó siendo más conocido por las parodias televisivas de Palomino, personaje que interpretaba Oriol Grau inspirándose en su peculiar manera de ser en ‘Sense títol’, uno de los programas de Andreu Buenafuente en TV-3. "Al principio no le hacía ninguna gracia, pero después simpatizó con Grau. Él fue quien pagó su esquela", cuenta.
Herrera custodia unas cuatro cajas y dos pequeñas maletas llenas de fotografías, carteles, documentos, libretas y ediciones de los cuatro libros escritos por el poeta de la playa, a la espera de que algún archivo municipal lo ordene, cuide y facilite la consulta pública. "Cuando falleció tuvimos que vaciar su piso en pocos días. Era un pequeño apartamento de la calle Pescadors repleto de libros. Leer poesías de Rubén Darío, Amado Nervo, Lorca, Gustavo Adolfo Béquer, Blas Infante, Rafael de León, José María Gabriel y Galán y Luis Chamizo era su mayor afición", asegura.
UNA HIJA
Los primeros días, tras el funeral, Herrero llevaba todas las pertenecías de Bernardo en el maletero, pero ahora están "a buen resguardo" en una masía de la calle de Pere IV esperando su destino. "Bernardo y su mujer, que murió hace años, adoptaron a una niña. Apareció en el tanatorio, pero no fue a visitarlo al hospital. No sé qué sucedió pero no se hablaban. Él nunca me dijo que fuera padre".
Tampoco hablaba de sus días más oscuros, cuando cayó en las redes de la depresión. "Pero no lo escondía, publicó poemas sobre cuando conoció la peor cara del alcoholismo. Llegó a dormir en bancos de la plaza Universitat", explica Herrera. Esa crisis surgió tras la muerte de su socio en un accidente laboral en Sarrià. "A principios de los 80 fundó una empresa de derribos con él. Le costó mucho superarlo".
La guitarra fue su tabla de salvación. Bodas, bautizos y después ante la brisa de la playa alegrando a barceloneses y turistas. Con el cierre de los chiringuitos se marchó a los 'baretos' del Port Olímpic. Pero no era lo mismo. Sus últimas actuaciones fueron en entidades de vecinos, en centros cívicos y en residencias de ancianos. Y toda su vida está ahora en dos maletas y cuatro cajas.
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