El club de los supervivientes

Francesc Torres recién regresa de votar a Clinton con una pinza en la nariz y prepara una exposición en el MNAC

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RAMÓN DE ESPAÑA / BARCELONA

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Quedo a almorzar con el artista Francesc Torres, que es ese señor que lleva varios días planteando unas preguntas tan inquietantes como pertinentes a pie de página de este mismo diario. Nos une una amistad de años, un sentido del humor compartido y una seria preocupación por lo que en España se entiende por fuerzas políticas de izquierda, que cada uno canaliza desde su propia óptica: la mía es la de un socialdemócrata del sector iluso que aún cree posible volver al espíritu fundacional de esa ideología, el de la Alemania de la postguerra; la suya, la de un marxista cien veces decepcionado que aún conserva cierta esperanza gramsciana que le sirve para no despreciar tanto a Podemos como yo. Con Ada Colau y su equipo de lumbreras (PisarelloAsens, etc.), yo diría que hemos tirado la toalla los dos, sobre todo en lo referente a la política cultural del ayuntamiento barcelonés, si es que existe, ya que no la detectamos por ninguna parte. Francesc salió echando pestes de la célebre exposición del Born con la estatua decapitada de Franco en la plaza, y yo ni me tomé la molestia de verla, aunque me tronché como el que más ante la gallarda actitud de todos esos antifranquistas valerosos que cubrieron de huevos la efigie del dictador con apenas cuarenta años de retraso.

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Nos une también la condición de superviviente: yo, al infarto del que les hablaba el otro día; él, a un trasplante de hígado tras el que se ha quedado hecho un potro, aunque poco antes de la operación de hace un par de años, se había puesto de un color amarillo Simpson que daba mucho yuyu. El Club de los Supervivientes empieza a ser nutrido a partir de ciertas edades, y mantiene una excelente relación con el Club de los Muertos, más nutrido aún. Impera entre nosotros el humor negro: mientras estaba en el Clínico, me llamó Sisa para decirme que yo era un mindundi coronario, ya que él llevaba dos infartos y lucía un 'stent' más que yo en el corazón. Un querido amigo común está en estos momentos hospitalizado y no vemos la hora de darle la bienvenida al Club de los Supervivientes.

SANDERS, UNA LÁSTIMA

Francesc viene de pasar una larga temporada en Nueva York, donde vivió más de treinta años y consiguió la nacionalidad norteamericana cuando eso no implicaba perder la española. Siempre le he envidiado sus dos pasaportes porque le permiten, tanto si está en Europa como si está en los Estados Unidos de Trump, situarse en la cola buena del aeropuerto. Gracias al pasaporte gringo, Francesc pudo votar por Hillary Clinton, aunque con la preceptiva pinza en la nariz, ya que él prefería a Bernie Sanders. No todos siguieron su ejemplo y por eso estamos ahora como estamos: “Sanders dijo a sus seguidores que votaran a la señora Clinton, pero una gran parte de ellos no lo hicieron. Suma a las muchas mujeres a las que, al parecer, les da igual que un gañán las agarre por el coño, y a los hispanos que ya tienen los papeles y que piensan que el que venga atrás, que arree, y te sale el resultado de las elecciones. Mi única esperanza es que quienes han puesto a ese tarugo en la Casa Blanca, lo que allí se conoce como 'the powers that be', lo cuadren un poco, no vaya a dejar sin camareros los restaurantes a los que acuden los potentados”.

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Me interesa la opinión de Francesc sobre Norteamérica porque la conoce a fondo y, a su manera, la quiere. Cuando emigró a París de joven -evitando, según me dijo una vez, integrarse en una banda armada que pensaba atracar bancos por el bien del pueblo-, supo que aquello no era más que una escala y que Nueva York sería el lugar en el que se convertiría definitivamente en un artista: “Es una pena que ahora sea una ciudad para ricachones, ya que estos no son el mejor talismán para el mundo del arte, que se aburguesa y se centra en cosas que puedan ser entendidas y compradas por esa gente. En los años 70, cuando me hice con un loft ruinoso en Tribeca por cuatro cuartos, Nueva York daba asco verla, pero tenía una fuerza creativa brutal en el arte, el cine, la literatura o el rock and roll. Ahora, ningún artista puede permitirse el lujo de vivir allí. Y eso se paga a un nivel creativo”.

Aunque le dio vueltas a la idea de jubilarse en Arizona, tengo la impresión de que se va a quedar por aquí. Aunque no le gusta la España actual, cree que lo único bueno de la vejez consiste en relativizar el horror circundante y en sacarle todo el partido posible al tiempo que te queda. Y mientras tanto, prepara una instalación en el MNAC para el próximo mes de septiembre a partir de los fondos del museo: las piezas elegidas conformarán una peculiar visión de la relación entre el arte y la política, los dos conceptos que han regido su existencia hasta el día de hoy.