Sonidos que curan
"El nuevo yoga", lo llaman. En EEUU es la última rutina de las 'celebrities': baños de sonido. Son sesiones sonoras con efecto de masaje. Aquí las hacen en Gràcia
Ana Sánchez
Periodista
En vez de “¿cómo estás?”, a ella le preguntan “¿que has hecho qué?”. No sabe cocinar, pero sí tirar hachas. Si le haces una pregunta retórica, lo más probable es que la responda. Autora de ‘Barcelona increíble’ (Ediciones B).
ANA SÁNCHEZ
Lo llaman “el nuevo yoga”, “la nueva meditación”, el “nuevo masaje”. En EEUU es tan habitual como ir al ‘spa’. Hace más de un año que pasó de ser “esa-cosa-que-hacen-los-hippies” a una rutina de ‘celebrities’. Ya han visto practicarlo a Robert Downey Jr, a Charlize Theron, incluso al bajista de Metallica. ¿Se lo imaginan a 20 decibelios? (Una conversación estándar ronda los 60).
“Es como afinar un piano”, compara Mariona. “Afinas el cuerpo”. Marta asiente a su lado: “Te armoniza”. Así se llama este local: Sala Armónia. Hace año y medio que realizan en Gràcia (también en Terrassa) sesiones de baños de sonido. Como suena.
TERAPEUTAS DE SONIDO
Entras y te quitas los zapatos frente a algún té humeante. Huele a calma. El ritmo cardiaco pisa el embrague y pasa de quinta a primera. Cinco kits de almohadas y mantas de colores se despliegan sobre el suelo acolchado. Podría pasar por un estudio de yoga hasta que miras en formato panorámico. Habrá 50 instrumentos, de esos que entran ganas de tocar al verlos. Hay maracas de todo tipo, un palo de lluvia, una kalimba, cuencos tibetanos, cortinas de sonido, un monocordio…
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Marta ofrece agua. “La hidratación es importante”, apunta antes de empezar la sesión. “El agua es un buen conductor del sonido”, añade Mariona. Tienen voz calmante de terapeuta. Ambas lo son. Y músicos. Mariona es pianista, canta en coros, hace shiatsu. Marta toca la flauta travesera y hace acupuntura. “Somos músicos, pero aquí no se trata de hacer ningún concierto –dicen–, sino de conseguir la vibración más pura para nutrir tu cuerpo”. Hoy ejercen de terapeutas de sonido.
Han venido cinco bañistas de secano. Toman posiciones en el suelo. Marta y Mariona se presentan. “Somos terapeutas de Tama-Do”, dice Marta. Tama-Do es la academia que fundó Fabien Maman –explica–, un francés que estudió a principios de los 80 los efectos del sonido en el cuerpo. ¿Su conclusión? “Vio que con ciertos sonidos las células incluso cambiaban de color”. “A partir de ahí, se han ido creando terapias de sonido –apunta Mariona–. Este señor desarrolló varias técnicas. Una de ellas son los baños sonoros”. Baños sonoros, conciertos armonizantes, hay quien lo llama “sanación con sonido”. “No es una melodía lo que estás escuchando. Si hay alguien sordo, el beneficio es el mismo. Te hace sentir bien”.
"CARICIAS SONORAS"
“No tenéis que hacer nada”, apunta Marta antes de empezar. “Solo dejad que el sonido penetre por vuestros poros”. Te tumbas, te tapas con la manta, abres los oídos. Silencio. No silencio de teatro, de ese en el que se te escapa la tos. No. Silencio del que se escucha. “Es curioso –dirán luego las terapeutas-. Es baño sonoro y a la vez permites el silencio”.
Marta coge un tambor; Mariona, unas semillas. Van dando vueltas alrededor del grupo. Poom, poom. Silencio. Sssh, sssh, sssh. Silencio. No entiendes muy bien cómo, pero el cuerpo va pasando al formato ‘spa’. Sientes un chute de relax, la misma sensación que cuando te dan un masaje. “Delicadas caricias sonoras”, comparará luego una de las ‘bañistas’.
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Ahora suenan piedras y un hilillo de agua a lo riachuelo. “La naturaleza también tiene un gran poder curativo”, dirá Marta después. “El sonido del agua tonifica los riñones”, añadirá Mariona. “Los tambores también tonifican el riñón. Y la seguridad, el tener los pies en la tierra. Los sonidos de cuerdas ayudan a abrir el corazón”.
Los sonidos rodan entre los 20 y 30 decibelios. “Cuanto más sutil, más penetra”, justificaban las terapeutas al principio. Como una aguja, comparan, que atraviesa mejor la piel cuanto más fina es. “Menos es más”, suele decir Marta.
“Ha sido muy relajante”, dice Andreu en cuanto consigue incorporarse una hora después. “Te da bastante serenidad”. Hay a quien le da por llorar, hay gente que hasta ronca. “Yo he sentido como si me desapareciera el cuerpo”, añade Anna. “Te liberas”, resume Montse.
¿Qué le dirían a los que no creen en esto? “Que lo prueben –responde Mariona–. La gente más escéptica es la que después es más defensora”. “Hay unas conexiones que no ves, pero están”, apunta Marta. “Cómo puedes explicar que alguien tenga una tendinitis y de repente le desaparezca porque alguien esté tocando una campanilla?”.
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