Atrapados en el tiempo

Aspecto de las casas bajas del pasaje de Santa Eulàlia, el jueves pasado.

Aspecto de las casas bajas del pasaje de Santa Eulàlia, el jueves pasado.

HELENA LÓPEZ / Barcelona

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El pasaje de Santa Eulàlia es uno de aquellos escasos lugares en los que, si uno da tres vueltas sobre sí mismo, superado el mareo inicial puede transportarse con facilidad al año que le venga en gana. Hace 80 que sus casitas bajas de estilo inglés y aspecto de autoconstruidas sobreviven discretas, a un paso de la ajetreada Meridiana, ajenas a la evolución de la ciudad. La calle es de tierra, sin asfaltar, y las 41 propiedades de la isla se levantan en el espacio comprendido entre las calles de Escòcia, Pardo, Riera d'Horta y Antoni Costa, en Nou Barris. Lo bucólico de la escena se rompe por una realidad urbanística: el terreno tiene en vigor una condena a muerte sin fecha de ejecución, abierta, desde 1976. El Plan General Metropolitano (PGM) -documento que marca qué es qué en cada centímetro de la ciudad- dictamina que este espacio es una zona verde, con lo que cualquier día el gobierno municipal, si lo tuviera a bien, podría decidir echar estas pocas viviendas abajo para abrir en el espacio un pequeño parque.

Esta situación, además de la inestabilidad emocional y la angustia de pensar que el día más inesperado uno puede encontrar en el buzón una orden de desalojo, acarrea multitud de problemas en la vida cotidiana de sus habitantes, la mayoría personas mayores. No pueden hipotecar sus viviendas, ya que estas, para un banco, no tienen ningún valor. Tampoco pueden realizar obras en las mismas, por un lado porque a nadie le gusta gastar dinero en algo que podría tener los días contados, y por el otro, y más importante, porque el mismo municipio es reticente a dar permisos de obras en espacios afectados. Así, como pasa en otros rincones de la ciudad afectados por planes urbanísticos de la transición aún por ejecutar, el lugar va languideciendo.

Pero los vecinos del pasaje con el nombre de la patrona de la ciudad no se resignan a vivir permanentemente en una suerte de congelador que cualquier día un plan municipal puede desenchufar y llevan largo tiempo intentando salvar sus casas, de momento sin demasiada suerte. En el mismo 1976, cuando se aprobó el PGM, los vecinos ya se unieron sin éxito para revocar la afectación.

Alegaban contar con una protección oficial de 1947, año en que una suerte de normativa de la época quería preservar el estilo de la isla. Indicaba que las construcciones que se levantaran en el lugar deberían ser de dos plantas más terrado, y con un patio delantero y otro trasero. Se aferraron a lo dicho en ese papel en época franquista, pero perdieron.

En la lógica que regía la ciudad en 1976 estas casas debían ir fuera porque eran antiguas y rompían la imagen vertical de la ciudad. En su lugar, sobre el plano trazado en el PGM, se abría una zona verde con dos edificios altos en los que realojar a todos los vecinos afectados, idea que a estos, la mayoría allí desde hace décadas, les entristece sobremanera solo imaginar. Están acostumbrados a vivir en una casa baja con patio trasero y delantero, y eso, a sus ojos, no se cambia por un piso con vecinos arriba y abajo, por muy moderno y cómodo que este sea.

ESPERANZA TRUNCADA

En los años 80 hubo un cambio de mentalidad en el consistorio. Se pasó de despreciar a valorar, al menos en parte, las construcciones antiguas, y se decidió proteger los pasajes de la Esperança y Arquitecte Millàs, las otras dos vías de casitas bajas del barrio también afectadas por el PGM. Pero el pasaje de Santa Eulàlia no corrió tanta suerte y siguió figurando en los papeles como futura zona verde.

Años más tarde, en el 2004, dos vecinos del lugar decidieron reactivar su lucha. Contrataron a una abogada y denunciaron al ayuntamiento por saltarse la citada protección de 1947. Volvieron a perder el juicio. Uno de los argumentos esgrimidos por el juez en la sentencia era la «falta de documentación». Cuando Jordi Sánchez, uno de los propietarios más nuevos (vive allí desde el año 2000) y jóvenes de la manzana, se enteró, años más tarde, de que el motivo de la derrota era la falta de documentación, decidió no parar hasta encontrar el primer papel de la historia de las casas originales -las primeras de la manzana-, levantadas entre los años 1928 y 1931. Y a eso está dedicando literalmente su vida. Lleva tanto investigado, leído y estudiado sobre el asunto que podría publicar una tesis sobre esta particular manzana de la discordia.

COLABORACIÓN VECINAL

Desde que, en el 2011, Sánchez cogió el relevo, no ha parado de recorrer archivos particulares y públicos, escudriñando hasta el último papel. «Todos los vecinos me han ayudado mucho entregándome fotos y explicándome historias», explica el hombre, profesor de música.

Fuentes municipales aseguran estar buscando soluciones. El principal escollo es legal. No pueden eliminar del plan director de la ciudad una zona verde sin compensar ese pulmón -de momento solo sobre el papel- perdido en otro lugar «cercano». Hasta que encuentren ese lugar -que salta a la vista que no buscan con gran ahínco-, no pueden «hacer nada» por esta isla atrapada en el tiempo.