BALANCE DE LA NUEVA NORMATIVA DE ACCESO DE VISITANTES A LA SAGRADA FAMÍLIA

Antes acera, ahora pasillo

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Josefina Rolán vive en el 231 de la calle de Marina. Dejó la aldea gallega de Castrelo del Valle y se vino a Barcelona, donde acabó esposada con un catalán ya fallecido al que nunca olvidará. Se apoya en una muleta con agarre de plástico y lleva una barra de pan que ha comprado en la calle de València. A sus 86 años, tiene en mente volver a su tierra natal para instalarse en un piso que compró tiempo atrás. Las raíces tiran mucho, y más ahora, cuando la vecina Sagrada Família ha convertido su acera en un«campo de minas».La expulsión de los autocares le ha tocado de lleno. Antes los veía pasar y le daba igual. Ahora dice sufrir a sus pasajeros.

Mientras atiende a este diario tiene que apartarse en cuatro ocasiones para dejar pista. Primero es un ejército de escolares holandeses. Luego un grupo de pequeños japoneses. Les sigue una comitiva de empresarios. Por último, más adolescentes, ahora son andaluces.«Salir a la calle es ahora más complicado. Nunca sabes lo que te vas a encontrar ni por qué lado va a llegar. Creo que para arreglar un problema han creado uno nuevo».

Es un día caluroso. Quizás demasiado para el mes de junio. Los autocares llevan dos semanas siguiendo el nuevo manual, el que les veta la entrada al entorno inmediato de la obra de Gaudí. Paran en la Diagonal y los guías turísticos son profesores de guardería. La norma es ir todos juntos, incluso en el largo paso de peatones de Aragó. Una señora con el cartelito de MSC Cruceros se encara con un taxista que quiere arrancar.«¿No ve que todavía estamos pasando?»Ahí está la señora alemana de 70 años, con bastón de madera, intentando no perder el pelotón cuando ya tiene el muñeco en rojo. Le ayuda el marido, que tampoco va sobrado de fuerzas. En Marina se confirman las escenas de marea humana de los primero días. Cuando la ola de subida choca con la de bajada, es fácil reconocer a los ingleses o a los surafricanos: son los que circulan por la izquierda. Joan, el fotógrafo desplazado para retratar la situación, sufre la ira de una señora que lleva a un grupo de visitantes. La mujer le arrea con un paraguas y él se defiende sin dejar de grabar.«Estamos cabreados. Nos da miedo que haya despidos porque algunos operadores amenazan con eliminar la visita del templo. Ustedes nos tienen que ayudar»,pide Stephanie, compañera de trabajo de la guía indignada.

Un empleado de BSM, los tipos del peto amarillo que ponen las multas, admite que ahora se respira más mal humor y que todavía hay«muchos autocares que se cuelan, la mayoría extranjeros».Hasta ayer, la Guardia Urbana había advertido a 153 conductores y había sancionado a otros 12 que entraron en lazona cerosin permiso. Un portavoz de la policía local explicó que el cumplimiento de la norma es«muy elevado»y que la situación se ha normalizado gracias«a la información facilitada por los agentes situados en los filtros de acceso».Se cumpla o no, que parece que sí, la realidad ha relegado al autocar a un segundo plano.

«Nos pasan el marrón»

Bares, restaurantes y tiendas de suvenires quizás pensaron que harían el agosto. Puede que sea todo lo contrario. Los guías prohiben a suganadoque se detenga en los comercios porque el tiempo es oro y el crucero no espera a nadie. El ir y venir de turistas, de hecho, incluso les ha hecho perder clientela fiel. José trabaja en un bar de Marina y asegura que un par de vecinos han dejado de desayunar en su terraza«por el agobio de gente subiendo y bajando». «Somos un maldito pasillo, eso es lo que somos. Nos han pasado el marrón sin pensar en las consecuencias»,se queja.

Antonia pasea al perro y tiene miedo de que se lo pisen. Arturo viene a hacer la declaración de renta y alucina con«el desmadre».Mariona, de Sabadell, come con su hermano en un bar de Mallorca:«Si no lo hacen peatonal, como en el centro de mi ciudad, esto acabará mal».Josefina ya está en su portal. Vive en un cuarto sin ascensor. Está acostumbrada a las escaleras, pero no al fastidio de la calle.«En mi tierra no estaré tan estresada. Por cierto, si va usted a Galicia, visite las Rías Baixas. Preciosas..., y una tranquilidad...».

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