La nueva etapa del Tibidabo

Collserola restringirá la libertad de las bicis cuando sea parque natural

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / Barcelona

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Collserola es el gimnasio de muchos vecinos del área metropolitana. También funciona como zona de ocio, rincón de pensadores, edén familiar, inspiración de artistas e incluso como nido de amor de jovencitos y jovencitas que estrenan coche y amor. Todos esos usos, tan incrustados en el Tibidabo como el propio jabalí, deberán someterse a los cambios que comportará la pronta declaración de parque natural, una nueva denominación de origen que llega con casi dos años de retraso y de la que se conocen pocos detalles. Más allá del aumento del número de hectáreas, lo único que se intuye es una mayor regulación del uso de la bicicleta de montaña, una de las prácticas más extendidas y cuya libertad de movimientos será restringida por la vía de la sanción.

Son pocos los ciclistas que lo saben, pero las normas del parque ya prohíben desde el año 2000 circular por caminos de menos de tres metros de ancho y superar los 20 kilómetros por hora. Tampoco está permitido organizar carreras ni practicar ciclismo de competición. Muchos se sorprenderán de la existencia de un reglamento, ya que en la montaña no hay un solo cartel que dé cuenta de estas limitaciones, que sí aparecen, en cambio, en la web del parque o en la guía de itinerarios editada en diciembre del 2007.

UN MENSAJE QUE NO LLEGA / Marià Martí, director gerente del parque, reconoce que la entrada de la Generalitat en la gestión del pulmón barcelonés es un paso «esperado», tanto por la inyección de dinero como por el «nuevo marco legal» que trae adosado la declaración de parque natural. Esta nueva categoría permitirá convertir en multas lo que hoy en día sería una simple advertencia.

Lo ideal, apunta el director de Collserola, es «encontrar el equilibrio entre la biodiversidad y el uso público», un objetivo que ahora depende de la bondad ciudadana y que en el futuro tendrá el incentivo de la multa. Isabel Raventós, responsable del servicio de uso público del parque, apunta la necesidad de «poner en valor Collserola, de manera que la gente sea consciente de la fragilidad del entorno y actúe con mayor sensibilidad». «Hay muchos ciclistas que circulan con cuidado, pero hay muchos otros que tienen una empatía nula y que lo único que buscan en el Tibidabo es quemar adrenalina», afirma. Centenares de vídeos colgados en internet en los que pueden verse vertiginosos descensos por las laderas de la montaña -afición cada vez más generalizada entre los adolescentes- respaldan su tesis.

EL PROBLEMA, UNA MINORÍA / Martí insiste en que nadie quiere prohibir las bicis de montaña -como sí se hizo en el parque natural de Sant Llorenç del Munt i l'Obac- y recuerda que el problema que hay que tratar es «la mala praxis de una minoría». La dirección se plantea cortar el acceso a algunas zonas del parque y espera que el desembarco del Govern «aporte más presencia policial para hacer cumplir las nuevas reglas de juego». Por ahora, las policías locales de las localidades limítrofes son las encargadas de vigilar el área. En el caso de Barcelona, los tres distritos de montaña (Sarrià-Sant Gervasi, Horta-Guinardó y Nou Barris) destinan varias unidades, equipadas con motos, a la vigilancia diaria del parque.

En cuanto a la gestión futura, una de las opciones, explica Raventós, sería adaptar «normas vigentes en otros parques naturales», aunque la peculiaridad de la zona y la sobreexplotación que vive desde el boom ciclista de los años 90 obligan a establecer unos mandamientos y una tabla de sanciones propias.

Martí reconoce que Barcelona todavía no ha resuelto el problema de la conectividad con el Tibidabo, lo que propicia que muchos ciclistas vayan por el camino de en medio. El director admite que la capital catalana «no ha sabido recuperar la línea de montaña como sí se hizo con el litoral en 1992» e insta a «unir amablemente cordillera y ciudad a través de corredores».

El complicado maridaje entre uso público y respeto por el entorno será pues uno de los mayores retos del nuevo parque natural. Se trata, en definitiva, de lograr una sana convivencia entre lo que habita el lugar -la flora y la fauna- y los visitantes humanos. Si Barcelona alucina al ver un jabalí en la plaza de Lesseps, imaginen qué deben pensar ellos cada fin de semana en la carretera de las Aigües.