Análisis
Suárez, en su laberinto
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Paradojas maravillosas del fútbol: cuanto más daño le hacen, más temible es el Barça. El equipo de Luis Enrique fue contemplativo con 0-0 en el marcador, pero fue vertical con el 0-1 y exhibió toda su furia con el 1-2. Y es que queda demostrado que no hay nada peor que provocar a este equipo.
Después de la segunda estocada del Villarreal y con la sangre en el cuerpo, el Barça tuvo un arrebato propio de un león mal herido y le bastaron un par de zarpazos mortales para tumbar a un gran rival a la lona. El mensaje es claro, y nuevo: el Barça se crece en el intercambio de golpes. Es ahí, en medio del desorden y de la furia, donde es capaz de encontrar todos los carriles que le cuesta encontrar cuando el juego entra en una fase recitativa. Quizás por ello se repitió ayer una constante que persigue al equipo esta temporada, que es la dificultad de abrir el marcador. Incluso en goleadas como la del Elche quedó patente que abrir la lata es un escollo hasta contra rivales de nivel muy inferior.
Pero este Barça no solo es capaz de remontar, sino que parece que de la propia adversidad saque la energía y los recursos que le cuesta encontrar en el desarrollo normal del juego: es posible que más de un equipo se plantee si es bueno marcarle un gol cuando queda tanto partido por delante. Porque fue justamente tener el abismo a un palmo lo que despertó al equipo y paradójicamente lo salvó. Para llevar a cabo el prodigio de la doble remontada fueron necesarias unas cuantas apariciones de Messi, siempre imprescindible, pero ayer acompañadas por una novedad feliz, que fue la reaparición extraordinaria de Rafinha, una apuesta valiente del entrenador, que le dio al equipo un toque especial de calidad. No es casualidad que el mejor Iniesta coincidiera con la aparición de Rafinha: más técnica le proporciona al manchego un entorno más adecuado para su clase exquisita.
Pero ya se sabe que las fiestas no pueden ser completas: en medio de las buenas sensaciones, Luis Suárez sigue perdido en su laberinto. Pese a colaborar en la remontada de la segunda parte, el uruguayo persiste en jugar un partido desesperado contra sí mismo. Ayer volvió a fallar goles claros y, en medio de la angustia típico del delantero sin goles, le pasaron todo tipo de contratiempos y desgracias, que culminaron en un fallo inverosímil a medio metro del palo.
No es la primera vez, ni será la última, en que a una estrella mundial le cuesta adaptarse a este club tan extraño que es el Barça, que juega a algo casi indescifrable. Cierto, Ibrahimovic sucumbió, y este Neymar que está en un momento pletórico ha necesitado un año para empezar a descodificar el juego. Pero Suárez debe encontrar la salida del laberinto antes de que su desesperación arrastre al resto del equipo. ¡Ojo!, porque el tiempo, en el Camp Nou, no es precisamente infinito.
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