Sangre, sudor y lágrimas

El Barça entregó hasta su alma en vano, Messi se fue con un ojo tumefacto y Neymar al final rompió a llorar. El Bernabéu se presenta como escenario de un epitafio o la última expiación

Alves consuela a Neymar, que llora al final del partido en el Camp Nou.

Alves consuela a Neymar, que llora al final del partido en el Camp Nou. / periodico

ELOY CARRASCO / BARCELONA

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Se marchó llorando Neymar, se marchó Messi con un ojo morado, se marcharon todos exhaustos, con el solo consuelo de una afición orgullosa en la derrota, poniéndoles la piel de gallina con sus cánticos pese a que el cuento se acabó, y se acabó mal. Porque el Barça entregó hasta el último aliento de un modo admirable, eso lo vio la hinchada y el mundo entero, y dignificó su despedida de la Champions aunque no marcó ni un gol en dos partidos. En cierto modo fue hermoso ver cómo los azulgranas fueron una y otra vez a la carga, a sabiendas de que enfrente había una roca impenetrable que repelía cualquier intentona. Nada que reprochar a unos futbolistas que tal vez estén cerrando el capítulo más glorioso de sus vidas, y de la vida del club, pero que lucharon por cuajar un acto postrero que estuviese a la altura. Simplemente, la montaña que tuvieron delante era demasiado.

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Hay dos hombres que merecen un capítulo en la historia de esta Champions, y no serán campeones. Son Nico Pareja y Corentin Tolisso, y son los dos únicos jugadores que han sido capaces de batir a Gigi Buffon en la competición. Uno del Sevilla y otro del Lyón. Tienen mérito. Dos goles en contra en 10 partidos, a ese monstruo se enfrentaba el Barça, esclavo del destrozo que contrajo en Turín. El 3-0 de la ida le obligó a un ritmo forzosamente imprudente, a dejar el paracaídas y el retrovisor en casa.

SIN PUNTERÍA

Era un desafío sin vuelta atrás, y lo peor de todo fue la falta de puntería del tridente, seco en el peor momento. El equipo supo, más o menos, transportar el cañón hasta la primera línea, pero luego le falló la pólvora. Además, la Juventus le aguantó la mirada al partido. Qué pronto se vio que ni los turineses se parecen al PSG ni Massimiliano Allegri Unai Emery. La Juve no fue un equipo precisamente tímido, presionó desde el principio con las velas desplegadas, nada de refugiarse en la bahía de su 3-0. Adelante, adelante.

Al Barça, impetuoso y poco preciso, se le salía el corazón por la boca, pero Buffon, tan pancho. El Camp Nou imploraba un gol, al menos uno, por favor, para ir al descanso con algo que llevarse a las ilusiones, una perspectiva de vida. Pero nada. El frenético juego no dejó datos favorables. Dos tarjetas amarillas a Neymar Iniesta por sendas entradas dignas de defensas brutos. Horribles noticias. Y Messi. Su zurda cazó un remate cerca de la línea de gol. El poderoso Gigi estaba batido y la bola, esfera renegada, se marchó fuera. Si a Messi no le sale, ¿ya qué queda entonces?

MALESTAR, LATAZO, FASTIDIO

Prosiguió la demostración de coraje, sangre en la cara de Leo, ansia  por hallar una grieta en esa pared blanquinegra, pura piedra. La desesperación y el individualismo, las testarudeces improductivas, Piqué desbocado, un decimonónico 2-3-5 en la pizarra, ya todo cogido con alfileres. El final. El malestar de intuir que el Madrid corre hacia lo que nadie ha conseguido, ganar dos Champions seguidas; el latazo de olerse que Cristiano Ronaldo, aun en decadencia, está más cerca de empatar los cinco balones de oro de Messi; la rabia de ver que Asensio, el próximo grande del fútbol español, viste de blanco por culpa de la pusilanimidad del Barça; el fastidio, en fin, de que la era dorada azulgrana pueda acabar con más Champions del Madrid en este siglo XXI: cinco frente a cuatro. Con ese panorama cogerá la maleta con ruedas la expedición azulgrana el domingo rumbo al Bernabéu, tétrico lugar para un epitafio, quizá último enganche para la expiación.