El Barça se lleva un gran botín

Rakitic cabecea cruzado en el gol que brindó el triunfo al Barça en San Mamés.

Rakitic cabecea cruzado en el gol que brindó el triunfo al Barça en San Mamés. / periodico

MARCOS LÓPEZ / BILBAO

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A nadie le tembló el pie. Ni siquiera la mano. En una noche tensa, con San Mamés empujando a un valiente Athletic, el Barça obtuvo un valioso tesoro. Más allá de los tres puntos, el campeón demostró que tiene jóvenes atrevidos y, aunque parezca mentira, maduros. Ter Stegen, con Bravo a punto de debutar con el City, no tembló; Umtiti, recién llegado a ese arriesgado oficio de central, tampoco. Donde otros se asustan, el Barça, pese a sus clamorosos errores en el remate que le impidieron un triunfo más holgado, tuvo madurez y presencia para sobrevivir.

Llovía en San Mamés, en un majestuoso San Mamés, lleno hasta el último rincón, soportando molestas goteras en un templo moderno. Llovió buen fútbol en Bilbao. Cada uno iba a lo suyo. ¿O no?

UN ERROR Y UN ACIERTO

El Athletic empujó al Barcelona hasta el hogar de Ter Stegen, invadiendo con tres jugadores casi el área pequeña. Eso forzó un error del alemán. Un clamoroso error y un soberbio acierto. Así es Marc. En lo malo, ese punto de sobradez tan necesario para ejercer su oficio como portero del Barcelona, y en lo bueno. Falló con el pie, pero paró con la cara. Ni se inmutó. Ni con el error ni con el paradón. Al Barça le costaba salir de esa trampa urdida por Valverde. Tardó, pero halló la rendija necesaria. ¿Cómo? A través de la pelota. Atrajo con astucia al Athletic hacia su campo para buscarle el espacio a su espalda.

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Superado el arreón inicial de los vascos, Piqué y Ter Stegen comenzaron a tejer jugadas, con un más que evidente riesgo, en el área azulgrana, hasta que, de repente, Suárez se disfrazó de asistente –el delantero estaba a 40 metros de la portería de Iraizoz– generándole la superioridad necesaria a Arda Turan. Aunque faltaba aún lo más importante. Un soberbio centro, envenenado, que llevaba escrito en el balón su destino final. Esperaba que alguien apareciera en el área para rubricar una jugada sensacional. Ahí llegó Rakitic volando con una hermosa estampa dejando desarmado a un impotente Athletic.

LUIS-IVÁN- ARDA

Luis-Iván-Arda. Un tridente extraño, teniendo en cuenta dónde se gesto especialmente la jugada del 0-1 que silenció por unos minutos ese San Mamés que no calla nunca. Era un gol extraordinario porque conectó, con la pelota volando a supersónica velocidad por el césped y el aire de Bilbao, a tres azulgranas singulares. Ese tanto debía ejercer un efecto balsámico, pero nada resulta tranquilo en un volcánico San Mamés.

Tuvo el partido en su mano, sobre todo en la segunda mitad. Entonces, el Athletic, a pesar de los cambios de Valverde, no encontraba los registros adecuados para poner nervioso a Ter Stegen, un tipo con el corazón de acero. Tuvo, eso sí, la vida que le dio en todo momento el Barcelona, incapaz de sentenciar. Por eso, como ya es habitual, terminó sufriendo.

EL ÚLTIMO ERROR

En la última jugada, ya con el tiempo añadido, en un fantástico contragolpe liderado por Messi y fallado, de manera incomprensible, por Suárez, quedó retratado el verdadero problema azulgrana. Tenía al Athletic en su mano, pero no supo adueñarse del encuentro.

Falló Suárez quizá una de las ocasiones más claras de su vida y acabó, ya con la victoria en el bolsillo, lamentando ese error. No había forma de quitárselo de la cabeza, por mucho que sus compañeros se acercaran para consolarle. No había consuelo para un goleador de tamaño error, consciente de por ahí se pueden escapar puntos.

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No sucedió en Bilbao, donde construyó su imperio sobre la solidez defensiva, construyendo el contragolpe en los pocos momentos en que pudo hipnotizar al conjunto de Valverde mimando el balón. Pero el Athletic le apretó como si le fuera la vida en ello, y le iba, incapaz, todo hay que decirlo, de doblar la energía de un diabólico Barcelona.

El campeón, sin Iniesta y sin Neymar, se marchó de San Mamés con un enorme botín. No solo por los tres puntos, sino porque entendió también que el desgobierno le llegó cuando no tenía el balón.

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