Frustrante final de la racha del Barça

La caída ante el Madrid cierra un viaje de 39 partidos sin perder y de casi seis meses para terminar desconsolado

Iniesta se lamenta de una entrada de Modric en presencia de Marcelo.

Iniesta se lamenta de una entrada de Modric en presencia de Marcelo. / periodico

MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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Casi seis meses estuvo el Barça de Luis Enrique invicto. Casi seis meses permaneció el Barça del tridente sintiéndose poco menos que indestructibe dejando una espectacular racha que nació tras una derrota en el Sánchez Pizjuán ante el Sevilla (2-1). Con el mismo resultado, pero en el Camp Nou se llevó el Madrid (1-2) no solo un triunfo que le revitaliza sino que también certificó el cansancio de los azulgranas, que terminaron desconsolados. Y desconcertados.

 No solo por la mala imagen de la segunda parte en la que se derritió sin saber ni siquiera administrar la ventaja numérica tras la expulsión de Sergio Ramos. Ni así el Barça gobernó el partido, incapaz de mantener la jerarquía, acusando, además, el trasiego de sus internacionales, especialmente los tres delanteros. «No supimos jugar contra 10», se lamentó Piqué, retratando así el desplome del líder, extrañamente desorientado, como si no tuvieran energía para combatir al Madrid que se vino arriba en la segunda parte cuando se quitó el miedo que exhibió en la primera.

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 El Barça, un equipo tradicionalmente sólido, fue sometido a una tunda en los últimos minutos del clásico. Con 11. Y con 10. «Es una dura derrota», dijo Piqué sin buscar coartada alguna, descubriendo, al igual que todos sus compañeros, que fueron vulnerables. Inusualmente vulnerables y, además, sin el gobierno del partido que se le supone a un equipo que tiene un centro del campo integrado por Busquets, Iniesta y Rakitic.

SIN ESENCIA

Se marchó el centrocampista croata y, de pronto, el Barça perdió su esencia. Parece mentira, pero, a veces, un simple cambio modifica una idea sustancial. «No hay que caer en un bajón», suplicó Piqué asumiendo lo que se le viene ahora mismo encima a los azulgranas. Justo en el momento clave de la temporada, y cuando todo estaba en el camino adecuado, entrarán las dudas. No únicamente por el impacto simbólico de la derrota con el Madrid sino porque, en realidad, el Barça no estuvo a la altura de lo que debe ser el Barça.

 Ya desde el clamoroso error inicial de Suárez en un remate que era gol o gol como luego en las disfunciones defensivas que exhibió el conjunto de Luis Enrique. Tal fue la magnitud del problema que el líder, aún tiene seis puntos de ventaja sobre el Atlètico y siete sobre el Madrid, en ambos casos con el goal averaje a favor de los azulgranas. Pero al culé le dejó un cuerpo extraño. Un culé desanimado. «Hay que seguir adelante porque estamos en una posición privilegiada», imploró, de nuevo, Piqué, convertido en el portavoz de las buenas noticias (su cabezazo en el córner que significó el 1-0) y de las malas noticias. Pero desde el 3 de octubre no sabía lo que era perder un partido. Sucedió el 2 de abril cuando tocaba homenajear a Cruyff de la mejor manera posible: o sea, jugando bien. El prólogo para ganar los partidos. Pero ni una cosa ni tampoco otra realizó el Barça.

ENCAJAR LA CAÍDA

Lo que más dolía a Piqué es descubrir que el Barça no se reconocía en su fútbol, sobre todo en los tres delanteros, origen y final de los éxitos. Pero ni Messi, enredado en balones perdidos que no suele perder, Suárez, más fallón que de costumbre, y Neymar, estéril en el regate y en el remate. «Es la primera derrota en casa. Podíamos haber empatado, pero el Madrid ha ganado merecidamente», sostenía el central azulgrana.

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 A cada reflexión que realizaba Piqué intentaba hallar una rendija para lanzar un mensaje de optimismo. Se terminó la racha de 39 partidos, pero no se acaba el mundo. Ni mucho menos. «Tampoco se puede ganar siempre», afirmó el defensa, el único que marcó un gol en un clásico donde el tridente se quedó a oscuras en su casa.

  «Hay que aceptarlo, hay que encajarlo», pedía, una y otra vez, Piqué, lamentando, como todo el Barça, que en ese último cuarto de hora final abrieran el partido al territorio que más le gusta al Madrid. Espacios abiertos, laterales que son puñales (Marcelo y Carvajal) y de Sevilla al Camp Nou un largo viaje de casi seis meses para sufrir dos derrotas.