Carta económica a los Reyes Magos

¿Propósitos para el 2018? Tres: acabar con la inestabilidad política, hacer que el crecimiento económico contribuya a una mejor redistribución de la renta y avanzar en una economía innovadora, moderna y competitiva

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CARME POVEDA. DIRECTORA DE ANÁLISIS ECONÓMICO DE LA CAMBA DE COMERÇ DE BARCELONA

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El 2017 ha sido un buen año en términos económicos, al menos hasta el tercer trimestre, antes de que el conflicto político enturbiara las perspectivas económicas. A ojos del mundo, la economía española ha pasado de ser la enferma de Europa a ser el milagro de Europa. La economía ha recuperado el nivel de PIB que tenía antes de la crisis, en el 2007, y lo ha hecho en solo tres años (del 2014 al 2017) recuperando todo lo que se había perdido durante los seis años anteriores (2007-2013). Esto ha permitido reducir la tasa de paro al 16,4% en el tercer trimestre del 2017, 10 puntos inferior a la máxima que se alcanzó a principios del 2013. Uno de los rasgos más positivos de estos últimos años ha sido el excelente comportamiento de las exportaciones de bienes y de servicios turísticos, ambas en máximos históricos, pero lo que es realmente sorprendente es el aumento de la exportación de servicios no turísticos de alto valor añadido (TIC, servicios de ingeniería, I+D, consultoría, servicios empresariales, propiedad intelectual, etc.) que ha pasado de ser prácticamente insignificante en el 2008 a suponer una cantidad equivalente a dos tercios de los ingresos por turismo y ha registrado un saldo positivo respecto al resto del mundo. Es muy probable que, sumando todos estos datos, el 2017 se cierre con un nuevo superávit de la balanza por cuenta corriente, y ya serán cinco años consecutivos, rompiendo así con la regla de que el crecimiento económico genera déficits exteriores.

A esto se suma que el déficit público podría acabar el año unas pocas décimas por encima del 3%, alcanzando así la posibilidad de salir del Protocolo de Déficit Excesivo y por tanto de las directrices de ajuste de gasto. Finalmente, el precio del petróleo está situado en torno a los 50-60 dólares el barril, lo que limita el aumento de la inflación española más allá del 2%, y la política monetaria del BCE continuará con tipos de interés mínimos al menos hasta el 2019, una noticia que es muy positiva para nuestra economía, una de las más endeudadas de la zona euro.

Desequilibrios a corregir

Pero a pesar de esta serie de buenas noticias, aun existen algunos desequilibrios que hay que seguir corrigiendo. La Navidad es un buen momento para hacer balance del año vivido y para plantearse nuevos propósitos cara al próximo año. Mi carta económica a los reyes para el 2018 contendría tres propósitos. El primero, y más importante, es que se ponga fin a la inestabilidad política, se recupere la confianza de empresas y consumidores y, con ésta, las decisiones de inversión y de consumo que han podido quedar frenadas por el conflicto en Catalunya.

El segundo propósito es que el crecimiento económico contribuya a mejorar la redistribución de la renta. Esto significa disminuir la temporalidad de los contratos, garantizar un Estado del bienestar adecuado a nuestro nivel de desarrollo y aumentar los salarios de acuerdo con la productividad de la economía. Los salarios llevan congelados desde el inicio de la recuperación económica y la temporalidad ha vuelto a aumentar con la creación de empleo, dos hechos que limitan la inversión de las empresas en la formación de sus trabajadores y, en consecuencia, que este trabajador sea más productivo. Si la productividad no aumenta difícilmente lo harán los salarios. Y así entramos en un círculo vicioso. Por ello, hay que empezar por dar estabilidad al empleo y, de este modo, no perjudicar la productividad, ni frenar la innovación tecnológica y el crecimiento empresarial. La construcción y el turismo son dos ejemplos de que precariedad del empleo y productividad son antagónicos. Las políticas de austeridad han aumentado la desigualdad social y ahora toca revertir este proceso.

Una política industrial activa

El tercer propósito es que avancemos en una economía innovadora, moderna y competitiva. Esto se consigue invirtiendo más en I+D+i (tanto empresas como sector público) y en formación. Solo de esta manera podremos abandonar la devaluación interna (deflación de salarios y precios) y ganar competitividad por la vía no de los costes, sino de la calidad e innovación de nuestros productos y servicios. Las empresas españolas invierten en I+D el 0,64% del PIB (2016), la mitad que la media de las empresas europeas (1,32% PIB), y solo innova una de cada cuatro empresas industriales. Con estos registros no podemos ser muy optimistas. Por ello, hay que recuperar la política industrial basada en la colaboración público-privada, que pueda dar respuesta a los retos que tiene planteados hoy la industria. Más colaboración entre administraciones, organismos e instituciones que apoyan la industria, la innovación y el talento. En EEUU y el Reino Unido ya se han dado cuenta de que hay que hacer política industrial activa, pero en España no vamos más allá de las buenas intenciones. El presupuesto público es el reflejo de las prioridades políticas y en los últimos años no se percibe ningún aumento en las partidas de apoyo a la innovación y la industria a pesar de que el contexto económico es ahora más favorable. Este no será un camino rápido ni fácil, pero si todas las administraciones reman coordinadas en la misma dirección; si las empresas tienen la visión y el apoyo necesario; si los centros de investigación y tecnológicos acercan a las necesidades reales de las empresas; y si la universidad se adapta para ofrecer la oferta formativa que requiere este nuevo reto, el éxito estará asegurado.