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Políticos: Ante todo, servidores públicos

Sala de plenos 8Vista del hemiciclo del Parlament de Catalunya desde la mesa presidencial.

Sala de plenos 8Vista del hemiciclo del Parlament de Catalunya desde la mesa presidencial. / FERRAN SENDRA

Joaquim Montoliu Martínez

Tengo la impresión de que, para algunos políticos, la tarea de gobernar debe ser muy aburrida y sus prioridades se dirigen a otros objetivos: la autopromoción, inculcar una ideología o dar rienda suelta a sus ensoñaciones. La gestión ordinaria debe resultarles indigesta e improductiva para alcanzar esas metas y sus esfuerzos se centran en acaparar el escaparate mediático.

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La geografía hispana está llena de ejemplos, y en Catalunya contemplamos situaciones grotescas tras el escenario que ha dejado el resultado electoral. Me pregunto qué pretenden los que a priori tienen opciones de gobernar: ¿Investir a un icono? ¿Simular la República? ¿Jugar al gato y el ratón institucional? ¿Promocionar o alimentar mantras? El corolario sería: ¿Es eso lo que más interesa a los ciudadanos? ¿Asistiremos a una nueva versión del panem et circenses (pan y circo)? ¿Quién se va a ocupar de los problemas ordinarios de los catalanes?

Es propio del político tener ideales relacionados con el modelo de sociedad, a no ser que siga la máxima marxiana: "Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros". El buen entrenador tiene en cuenta las cualidades de sus jugadores e intenta encajarlas, al hacer sus planteamientos, con su manera de entender el juego para conseguir los objetivos deportivos. Del mismo modo, si el político quiere hacer una buena gestión para mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos ha de ser capaz de congeniar su pensamiento con la sociedad a la que sirve -servidor público antes que mandatario-.

Para el pedagogo García Hoz, "tan ineficaz resulta una práctica sin estar apoyada en un pensamiento cuanto un pensamiento que se olvide de la realidad que ilusiona o agobia a los hombres en cuyas decisiones se quiere influir". Las convicciones políticas se refuerzan cuando van acompañadas del ejemplo de una gestión -no solo administración- eficaz. Obras son amores, que no buenas razones.

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