INSTITUCIÓN ESTRATÉGICA

Qué ganaría Barcelona con la Agencia Europea del Medicamento

La torre Glòries, ayer.

La torre Glòries, ayer. / EL PERIÓDICO

Àngels Gallardo

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Si la Torre Glòries es iluminada la noche de este lunes con las siglas de la Agencia Europea del Medicamento (AEM), Barcelona habrá subido un enorme peldaño en la consideración científica internacional –que ya es alta-, las universidades catalanas y del resto de España empezarán a ampliar sus laboratorios de investigación, los hospitales crearán unidades donde ensayar con voluntarios sanos fármacos en proceso de autorización, y los hilos económicos que sostienen la ciudad se reforzarán hasta límites imbatibles. El concepto de la Barcelona turística, potentísimo, tendrá en la motivación científica de los visitantes un saludable competidor que podría llegar a superarlo.

Traer la AEM a Barcelona resolvería, por la fuerza impulsora de la institución, una de las limitaciones que ahora adolecen los centros de investigación radicados en Catalunya, siempre sujetos a una crónica escasez de recursos. “Pasarían de ser excelentes investigadores a hacer transferencia directa de sus resultados –describe Margarita Arboix, rectora de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), una de las científicas más implicadas en el proyecto de la AEM-. Ahora, en Catalunya se hace muy buena investigación, pero nos cuesta muchísimo que eso se transfiera a la industria farmacéutica, que es la que completa la finalidad de esos estudios”.

"A los científicos catalanes les cuesta mucho transferir sus invesigaciones a la industria farmacéutica"

Este paso, expandiría por sí mismo la capacidad científica de universidades y hospitales, e incrementaría la condición de centros de referencia internacional que ya caracteriza a muchos de ellos. “La AEM sería la guinda de oro definitiva para la investigación en Catalunya”, resume Arboix.

Los visitantes

En su actual ubicación en Londres, la agencia recibe a diario una media de 400 visitas procedentes de todo el mundo, unas 40.000 al año, protagonizadas por agentes de la industria farmacéutica o de los múltiples sectores tecnológicos que derivan del medicamento. Allí acuden con sus moléculas farmacológicas patentadas y custodiadas con gran secreto.

La AEM asume la responsabilidad de evaluar si ese proyectado medicamento responde a lo que prometen los estudios realizados por los laboratorios, una comprobación lenta y sujeta a fases de creciente exigencia, que es encargada a los estados de la UE. Hasta ahora ha sido Londres –actual sede de la AEM- la que ha recibido los más importantes encargos de evaluación.

Unidades de voluntarios sanos

Para llegar hasta la AEM, el laboratorio productor ha desarrollado su propia investigación con el fármaco en cuestión, un estudio dividido en tres fases. La Fase 1 se realiza en unidades instaladas en hospitales o creadas específicamente para ello, ya que se trata de que personas sanas, voluntariamente, experimenten el incipiente fármaco. Solo el Hospital de Sant Pau asume esa función en Catalunya en la actualidad. “La presencia de la AEM en Barcelona exigiría abrir muchas más unidades de estudios farmacológicos en Fase 1”, asegura Josep Maria Gatell, médico y profesor de la UB.

Y esto sería así, porque uno de los fenómenos más importantes que provoca la presencia de la AEM en una ciudad es la inmediata tendencia de la industria farmacéutica mundial a instalar sus cuarteles generales junto al organismo al que deberán acudir para lograr su autorización. El objetivo es que su nuevo producto se sume a los fármacos que consumen los 500 millones de ciudadanos que viven en la Unión Europea (UE).

En ese momento, todo se encadena. “Los laboratorios llevan sus centrales junto a la AEM, encargan buena parte de sus  estudios a los hospitales de la zona (siempre que estén cualificados y los de Barcelona lo están), y, por la misma razón, con ellos llega la industria de tecnología médica”, describe Gatell.

Los empleados

La agencia europea cuenta con unos 900 empleados directos y otros 3.000 indirectos. Los que dependen de la AEM –biólogos, farmacólogos, matemáticos y economistas- reciben remuneraciones altas, unos sueldos, sin duda, mucho más elevados que los de la media de la población española. Esos salarios, no obstante, son sistemáticamente adaptados por los organismos europeos al nivel económico del país en el que se instalan sus agencias. Es decir, el personal de la AEM vería ligeramente reducidos sus beneficios algo que, apuntan, quedaría compensado por el hecho de que vivir en Barcelona es sustancialmente más barato que permanecer en Londres.