el problema de la vivienda

Lo que Gràcia ha unido, que no lo separe el alquiler

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Helena López / Barcelona

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José Luis y Norma vivieron cinco años en la Travessia de Sant Antoni, el tiempo que duró su contrato de alquiler. Ni un día más. Cuando faltaba un mes y medio para que este expirara, en marzo de este año, recibieron un burofax en el que la propiedad les anunciaba que no tenía intención de renovárselo. "Ni siquiera nos ofrecieron negociar una subida. Tenían claro que el precio que pedirían no podríamos pagarlo", señala José Luis mientras baja de la escalera en la que este lunes por la tarde está ultimando los detalles de la ermita románica que despedirá a los visitantes de 'Travesquia 1817 m 2017m', el pueblo del Pirineo en el que se convertirá su excalle desde este martes hasta el próximo día 21.este martes hasta el próximo día 21

El matrimonio, de origen venezolano, ha vivido siempre en Gràcia desde que se instaló en Barcelona. Primero en la calle de Jesús -una de las que se estrenan este año en el concurso de decorados- y, desde el año siguiente, en la Travessia de Sant Antoni, de la que la burbuja de los alquileres les ha expulsado como residentes, pero no como miembros activos de la comisión de fiestas. Participan en ella desde hace cuatro años, desde el primero de la recuperación de la bicentenaria tradición en el tramo. "Anastasia [su hija mayor] es la niña consentida de la calle. Era muy pequeñita cuando empezamos y ha crecido aquí", cuenta su padre.

"Cuando recibes el burofax se te desmonta todo. El piso me encantaba y pagábamos 660 euros, un precio que podíamos asumir", apunta Norma mientras sostiene en brazos a Camila, su hija menor, que tenía meses en el momento de la mudanza. "Los tres años anteriores participando en las fiestas habían hecho que tuviéramos aquí casi una familia. No queríamos irnos", añade la mujer, quien admite que le ha sabido muy mal ver cómo han reformado el piso tras su forzosa marcha, para ponerlo en alquiler a un precio mucho mayor. Para otro tipo de vecinos.

La ventana 'festera'

Pero esa vinculación a la calle, además de lograr un trabajo extra para José Luis, a quien uno de los vecinos contrató para llevar un nuevo bar que abrió hace poco también en el barrio, les ayudó a encontrar un nuevo piso cerca y a no tener que abandonar el barrio. Georgina, una de las chicas que este lunes jugaban con Camila, en un pequeño receso en la decoración, conocía a una chica de la comisión de la calle de la Perla -desde este martes Pink Flamingos- que trabajaba en una inmobiliaria y podía ayudarles.

Podía y lo hizo. Y desde hace pocos meses viven en un piso por el que pagan algo más, pero algo asumible -720 euros al mes- en Torrent d'en Vidalet. "Pese a todo, hemos tenido suerte, y la suerte de haber tejido esta red gracias a la participación en las fiestas", coinciden ambos.

Duna Carles vivían en la finca de al lado de Norma y José Luis. Vivían, en pasado, porque José Luis y Norma no son los únicos vecinos de la calle que este año han tenido que abandonarla (y a los que la mudanza -y la crianza- no ha impedido que estas semanas hayan estado arremangados frente a su excasa, entre latas de pintura y botellas de plástico). "Como familia, no podemos estar más vinculados a esta calle. Nos conocimos aquí, donde yo vivía desde hacía siete años, trabajando en los decorados. Y aquí engendramos a Rita -su hija, nacida prematura para Sant Medir- en las fiestas del año pasado", relata Duna, con su bebé en brazos entre copos de nieve de papel (durante las fiestas, los habrá también de verdad, advierten).

Nervios intergeneracionales

El piso estaba muy viejo y necesitaba reformas, y Duna y Carles presentaron a la propiedad un proyecto. "Queríamos quedarnos, que nuestra hija naciera aquí, pero al esperar un bebé necesitábamos hacer mejoras en el piso, pero al dueño no le interesó. Cuando hablamos con él, además, nos dijo que no nos quejáramos, que pagábamos poco", recuerda la joven mientras calma a su bebé. "Está nerviosa porque mañana [por el martes] es 15 y tiene que estar todo a punto", bromea la mujer exhibiendo humor 'fester' y dándole el pecho a Rita entre vecinos pasando cables e instalando pórticos de madera [cajas de ruta] en las pirenaicas fachadas.

Al ver que no podían hacer las necesarias reformas, se pusieron a buscar, pero en el barrio nada adecuado a sus necesidades bajaba de los 1.200 euros -prosigue la mujer-, así que, ellos sí, han tenido que dejar el barrio. "Vivimos fuera del barrio, de momento", advierte Duna, convencida de que regresarán.