BARCELONEANDO

Con el piano a cuestas

Los New Orleans Pussycats concitan multitudes en sus actuaciones entre la catedral y la plaza de Catalunya

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El piano de la imagen, tuneado con ruedas, duerme en el aparcamiento Saba de plaza de la Catedral y paga pupilaje como si fuera un coche cualquiera. Cada día, dos músicos callejeros rusos lo sacan de su guarida subterránea y lo conducen hasta donde les corresponda actuar, a veces tan cerca como en las mismas escalinatas de la basílica. El problema sobreviene cuando el bolo de dos horas, según los turnos que sortea el ayuntamiento, les coge a trasmano y deben trasponer con el teclado hasta la plaza de Catalunya, pongamos por caso, sorteando racimos de turistas con paradas en cada semáforo. Un castigo parecido al del pobre de Sísifo, a quien los dioses condenaron a empujar una roca hasta la cima de una montaña para que luego la piedra volviera a caer ladera abajo por su propio peso.

Así, de lunes a viernes. Ese es su pan diario, el de Mijaíl Uliánovski (el pianista en puridad) y el de Mijaíl Violin (banjo, voz y coleta), dos Mijaíles que nacieron en San Petersburgo en 1971, se conocieron en el cole y montaron una banda en los tiempos de la perestroika, que puso a la URSS muy rockera. Encima, como se trata de un piano de pared muy sencillito, de la marca Cherny, con el traqueteo se desafina, aunque no tanto como el del gallo de Eurovisión.

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Para cuando el jefe llega al lugar de la actuación, el piano está ajustado y ya suenan los primeros compases sincopados de 'ragtime', a falta solo de que el 'boss', el trompetista Pepe Robles, desenfunde el instrumento y se sume a la magia de los New Orleans Pussycats. ¿Gatitos?, ¿por qué escogieron un nombre así? Pues porque no figurarán entre los grandes tigres del jazz pero, caramba, los cachorros tienen colmillos, vaya que sí.

El trío se conoció en las calles de Ciutat Vella. Más bien, fue Pepe Robles quien echó el lazo a los Mijaíles allá por el 2005, cuando el ayuntamiento comenzó a poner normativas, horarios y lugares, y hoy el grupo está incluido en el listado de 158 músicos que tocan con licencia consistorial. Debe de tener buen ojo este Pepe, quien, con 45 años de jazz a las espaldas, ya formó otros grupos en la ciudad como el multipremiado Barcelona Hot Angels.

Parece que no peguen ni con cola dos rusos que estuvieron sin papeles durante tres años y un señor que podría ser su padre, nacido en un pueblo agrícola de Zamora en plena posguerra y emigrado a Argentina a los 10 años hasta que asomó Menem y se hartó de aquello. A priori parece que el alioli no vaya a ligar pero, en cuanto empiezan a tocar su música dulce y caliente,  enseguida se monta alrededor un corrillo de público entusiasta que les hace fotos, mueve los pies, sigue el ritmo con palmas e incluso baila.  

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Son autodidactas los tres e interpretan sin partitura un repertorio que supera el centenar de piezas de jazz de Nueva Orleans, el único jazz verdadero, según Pepe, porque “todo lo demás es márketing”. Para completar el viaje en el tiempo hasta principios del siglo XX, el Mijaíl del banjo canta las letras en inglés de una forma impostada consiguiendo que su voz parezca mismamente surgida de una gramola, de un viejo disco de pizarra. Cuando era un bebé, Mijaíl se escurrió de los brazos de alguien, cayó al suelo y perdió el oído izquierdo, pero el derecho funciona por 10.

Mucha foto y mucho selfi con palo, pero euros más bien pocos. Puede que los turistas, quienes suelen engrosar su audiencia improvisada, crean que los New Orleans Pussycats forman parte del 'atrezzo' urbano de una ciudad muy fotogénica. De cada cien mirones, calculan, solo uno se acerca a echar una moneda en la caja, aunque, por suerte, las ordenanzas permiten ahora la venta de discos. Pero, vamos, vivir de la calle es imposible a menos que complementen los ingresos con actuaciones oficiales o con la socorrida BBC, bodas, bautizos y comuniones.

Acabada la actuación, el trío se reparte las monedas, queda para el día siguiente y los Mijaíles regresan con el trasto al párking de la catedral. Y vuelta a empezar en un gozo silencioso y alegre. Porque, como escribió Albert Camus, hay que imaginarse a Sísifo feliz porque su destino le pertenece. Su roca es su casa.