EL PARTIDO DEL SÁNCHEZ PIZJUÁN
Un empate frustrante
El Barça regala dos puntos en Sevilla tras el descanso emborronando una excepcional primera parte (2-2)
Noche frustrante para el Barça en Sevilla, que ha ensuciado una excelente primera parte perdiendo el control de tal manera que ha regalado dos puntos. No solo eso. Ha regalado también su bala de seguridad en la Liga en un partido en el que ha tenido la victoria en su mano y, al final, ha acabado pidiendo la hora. Resumido, tal vez, todo en los errores de Bravo y de Piqué, pero no sirve para explicar la decepcionante caída azulgrana en el Sánchez Pizjúan, que le deja ahora a solo dos puntos del Madrid. Al inicio, el viejo Barça asombró. Al final, el nuevo Barça se arrodilló. Saldrán en la fotografía del caos Bravo y Piqué, por errores imperdonables, pero Suárez, que ha rematado todo y todo mal, debe figurar en el catálogo de los jugadores que no han estado nada bien.
Parece complicado explicar un partido tan contradictorio y, sobre todo, que ha terminado de manera tan caótica. Al principio, era el viejo Barça. El dueño del balón. El equipo dictatorial que se imponía a través del pase, estableciendo una jerarquía nunca vista en los últimos tiempos, además de una presión infinita simbolizada en una carrera de Messi (m. 10), con el marcador todavía virgen, asomándose hasta la portería de Sergio Rico como mensaje voraz.
CHUT ENVENENADO DE BANEGA
A partir de aquí un Barça fabuloso, frustrado si acaso por ese error de Bravo, el primero en una temporada inmaculada, al no atrapar un envenenado disparo de Banega desde casi 30 metros. Pero hasta el gol del Sevilla se vió a un Barcelona celestial. En el pase y en el control. En la presión y en la definición. En la conducción de Neymar, que iba eliminando defensas del equipo andaluz como si fueran sombras, dibujando un caño a Coke que debería figurar para siempre en las escuelas de fútbol. Como la apabullante autoridad de Busquets, un medio centro único. Inteligente, astuto, con piernas largas –roba balones con garfios interminables–, y un cerebro prodigioso.
El Sevilla quería, pero no llegaba. Cuando intentaba frenar a los azulgranas, ya no había nadie. Perseguía, en realidad, sombras. Además, Messi, con otro delicado y hermoso pase a la red –ni miró la portería de tan memorizada que la tiene– demostró que quiere esta Liga. Sí o sí. Luego, generoso él, dejó a Neymar tirar una magistral falta desde la frontal del área que permitiera demostrar que el brasileño había vuelto de su país. Al fin. Luego, a través del error de Bravo, el Sevilla renació.
DECLIVE EN LA SEGUNDA PARTE
En la segunda parte, el Barça ya no fue el equipo que era. El Sanchez Pizjuán encendió a su equipo, animado, además, por el error de Piqué. El único que ensució su inmaculado partido hasta ese momento. Mientras Suárez fallaba, el Sevilla crecía y el Barça se encogía de tal manera que terminó con mal cuerpo. De nada le valdrá mirar su fastuosa primera parte, excepto el fallo del meta chileno. Ni que se fustigue por el cambio de Neymar que traerá una semana llena de debates cuando Luis Enrique buscó tener el control –sacó a Xavi para gobernar la pelota– y acabó desquiciado con una miserable segunda parte. Miserable porque el Barça dio vida al Sevilla cuando parecía moribundo. Miserable porque tenía el partido en el bolsillo y al girarse, después del gol de Gameiro, descubrió que se quedaba con un triste punto.
Triste porque al imperial gobierno de la primera parte opuso el desconcertante desgobierno de la segunda que le torturó sin fin.
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