Un grupo de manifestantes boicotean un acto de Manuel Valls en el Raval de Barcelona

DANNY CAMINAL / CARLES COLS

A la plaza de Salvador Seguí, quintaesencia máxima de lo que hoy es el Raval, estaba previsto que llegara Manuel Valls a través de la calle de Sant Pau, es decir, el acceso dentro de todo más amable, pero al final bajó por la calle de Robador, ya saben, allí donde las paredes están marcadas con los tacones de las prostitutas. Fue, como era predictible, un show. Se supo que se acercaba el alcaldable por el griterío. Un chocante cóctel de independentistas, prostitutas libertarias (así se definían en una pancarta), un par de chalecos amarillos y vecinos víctimas de la gentrificación que padece el barrio fueron la música de fondo desde que Valls llegó, leyó su carta a los barceloneses sobre seguridad y se fue, en metro, por cierto. Hasta cuando bajaba las escaleras de la estación de Liceu le insultaban. No pareció en ningún momento incómodo. Es más, dio por hecho que esta será una constante en su campaña. Le garantiza foco mediático, desde luego más, por ejemplo, que a la pedecatera. Entre el griterío logró colocar, eso sí, un mensaje, su promesa electoral del día. Dice que como alcalde contratará entre 1.000 y 1.500 nuevos agentes en la Guardia Urbana. La plantilla actual son 3.000.