Crítica de teatro
Crítica de 'Billy Elliot': la lucha obrera, el musical
Se instala en el Teatre Victòria del Paral·lel la producción madrileña de uno de los musicales de más éxito de los últimos años
Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
No hace mucho tiempo, cuando una franquicia musical de éxito en Broadway llegaba a Barcelona en su producción madrileña nos echábamos a temblar. Los tiempos han cambiado, y la castiza Gran Vía se ha convertido (para envidia del Paral·lel) en un imán turístico teatral. El negocio prospera, también en ambición. Y así, se vuelve tangible algo otrora inimaginable como montar 'Billy Elliot' con solvencia. Hablamos de un musical protagonizado por niños, que llevan el peso de las dos horas y media de función.
Cantan, bailan, actúan, y lo hacen bien más allá de la consabida complicidad de la platea. El punto de partida es la famosa película de Stephen Daldry y Lee Hall, elevada al Olimpo musical por el mismísimo Sir Elton John. Los adeptos afirman que la función supera al filmw, aunque sin ir tan lejos es cierto que puntúa más el discurso político sindicalista y el ataque a los estereotipos de la masculinidad.
Misma historia: un niño descubre su vocación, el ballet, y para desarrollarla deberá enfrentarse a los prejuicios de su humilde familia. Todo sucede en un pequeño pueblo inglés en medio de una prolongada huelga minera contra las políticas de la Thatcher. Inolvidable el número de la función navideña, cuando un coro de borrachos disfrazados desea la muerte de la Dama de Hierro.
Sentido dramatúrgico
La incorrección se abre paso, también en el lenguaje de los personajes, algo poco corriente en un género que acostumbra a azucarar sus formas. El contraste entre el retrato de ambiente sórdido y la ensoñación que proyectan las canciones funciona, tiene todo el sentido dramatúrgico, aunque se echan en falta más 'hits' o un 'leitmotiv' que sirva de anclaje musical. La adaptación al castellano de David Serrano suena natural, algo nada sencillo. Tampoco lo es la coordinación del apartado técnico, fastuoso en medios y grandes cambios de escenario que consiguen dejarnos boquiabiertos. En su cohabitación con el original, la dirección de Maite Pérez Astorga ha colado dejes de la comedia tradicional, para que no todo suene 'british'.
Cinco repartos (60 niños en total) se alternan en las funciones por normativa legal. Me tocó el Billy de Marc Gelabert, derroche de sensibilidad y voz angelical, tremendo con el claqué. Todo el elenco infantil, entrenado largamente en la barcelonesa escuela de Coco Comin, resulta impactante. ¿Quién dijo que una cosa así no era posible en España? Tal es el nivel vocal de los críos que algunos adultos van por detrás.
No es el caso Natalia Millán, que brilla con luz propia como la socarrona profesora Wilkinson, guinda de una producción imprescindible para los amantes del género musical.
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