Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: Jordi, importa la vida de la víctima, no el plomo del verdugo
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Discutíamos años atrás, en la redacción, tras los atentados a las Torres Gemelas, si era ético, periodísticamente hablando, hacerle a Osama Bin Laden una entrevista. Concluimos que todo el mundo tiene una entrevista. Cuando Jordi Évole presentó en San Sebastián su entrevista a Josu Urritikoetxea ‘No me llame Ternera’, algunos le acusaron, sin haberla visto, de blanqueador de terroristas.
Ahora acaba de colgarla Netflix. No actúa Évole, a mi juicio, como un blanqueador. El problema de esta conversación es que no sirve para nada en absoluto. Es inútil. Lo que dijo este ex-etarra, ahora pendiente de otro juicio por el atentado a la casa cuartel de Zaragoza –11 personas muertas, entre ellas cinco niñas– fue en resumen: «Conmigo se ha hecho un trofeo. Han deshumanizado mi figura (..) Matar no es un placer para nadie (..) Malo sería, después de luchar 50 años, decir que no ha tenido sentido (..) No son asesinatos, son acciones consecuencia de decisiones políticas (..) He hecho como militante lo que consideraba mejor. Y punto». O sea, plomo al servicio de una idea que pasa por encima de las vidas. No soy un asesino, actúo en nombre de una ideología. ¡Ah! Ya conocemos este metálico discurso. De humano no tiene ni un milígramo. Es significativo, y ejemplo de estructura neuronal, que lo que más le ha incomodado no ha sido el recuerdo de las muertes producidas sino que Évole dijera que estaban en Francia y no en el «País Vasco Norte». Eso le molestó muchísimo.
Lo interesante de este documento ha sido el breve preámbulo, y epílogo, que le ha concedido Évole a Francisco Ruíz Sánchez, tiroteado en Galdakao en 1976, y que Ternera ha confesado que participó, aunque ‘sin apretar el gatillo’. Francisco Ruíz llegó al País Vasco cuando era un niño. Trabajó de fontanero. Optó a plaza de guardia municipal para poder tener un sueldo fijo. Acompañaba al alcalde el día que el comando les acribilló. Doce balas en su cuerpo. Milagrosamente sigue vivo. Tuvo que marcharse del País Vasco ‘como un apestado’. «La gente cambiaba de acera cuando me veía. Mi mujer escuchaba decir ‘el guardia municipal que se joda por acompañar a un fascista’. Ese rechazo a mi persona es lo que más me ha dolido». Esta debía ser la gran entrevista, admirado Jordi. La humanidad de la víctima. No el relato, lleno de plomo, del verdugo.
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