Tú y yo somos tres
La crítica de Monegal: TV-3 inicia la descontaminación cerebral
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Se sometió el otro día Joel Diaz en su programa ‘Zona Franca’ (TV-3) a una interesante intervención cerebral. Llamó a un acreditado especialista en limpieza neuronal, y le dijo: «Doctor, mi cerebro ha quedado gravemente afectado por todo lo del ‘procés’. Necesito que me borre todos los recuerdos que llevo incrustados desde 2017 hasta hoy».
Y el doctor procedió a enchufarle un artilugio en la cabeza, y comenzó a extirparle las toxinas que tenía allí almacenadas desde la época de las funestas jornadas de desconexión del 6 y el 7 de septiembre de 2017, que dejó al Parlament partido en dos mitades. ¡Ah! Ha sido una sesión de regeneración cerebral extraordinaria. Expulsaba Joel los recuerdos tóxicos por la boca, en formato sonoro, y los expelía gritando: «¡Las calles serán siempre nuestras! ¡Ya tenemos estructuras de Estado! ¡Europa nos mira! ¡Lo tenemos al alcance de la mano!». Y por lo que pudimos ver después de la desintoxicación, el presentador de ‘Zona Franca’ quedó francamente aliviado.
Hombre, la intervención a la que se ha sometido Joel Diaz me ha parecido excelente y fundamental. Y además le ha salido –quizá sin pretenderlo– una colosal metáfora. Es reconfortante que aquellas mismas intoxicaciones que ha estado impulsando TV-3 durante, como mínimo, los últimos cinco años, contaminando el cerebro de su devota audiencia, impulsando relatos ‘fake’ y dibujando cuentos como si fueran historias reales, es reconfortante, les decía, que en esta misma TV-3 ahora se contraten servicios especializados en descontaminación cerebral para que procedan a la limpieza de todo lo tóxico que el propio canal ha inculcado.
Es una labor lenta y delicada, eso sí. El propio Diaz lleva todavía incrustados restos de intolerancia. Hace una semana se puso a interpretar por retambufa el himno de España. O sea, una befa sonora a base de pedos y ventosidades. A mí particularmente los himnos me importan un rábano. O las banderas. O los palos que las aguantan. Pero jamás desprecio a quien siente por ellos una vibración sentimental. Con la religión me pasa algo semejante: no comulgo con ninguna, pero las respeto todas.
De la misma forma que todo Estado debería ser aconfesional, toda tele pública debería ser apátrida. Ser apátrida es respetar todas las patrias por igual. Y a sus habitantes.
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