TÚ Y YO SOMOS TRES
El problema es que no sabemos insultar
Dicen en TV-3 que a los catalanes nos falta mala leche para poder insultar
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
En el programa de divulgación y aprendizaje lingüístico El llenguado (TV-3) se han puesto a reflexionar esta semana sobre el insulto. ¿Sabemos insultar los catalanes? se preguntaban. El presentador, Guillem Albà, se montó en una moto, y zigzagueando entre los automovilistas les iba gritando: «¡Esmarlenc! ¡Tótila! ¡Fantasma! ¡Pallús! ¡Carallot!», y resulta que nadie se enfadaba.
¡Ah! Qué decepción. Sus insultos eran blandos, ñoños, fofos, timoratos. No se enfadaba nadie. Su experiencia como insultador sobre la marcha fue un fracaso. Tuvo que recurrir al acreditado filólogo Pau Vidal, quien le instruyó en el arte de insultar. Le dijo que el insulto tiene que doler, herir, ha de albergar mala leche, mala baba. ¡Ah! En eso estamos de acuerdo. Lo mínimo que se le puede pedir a un insulto es que haga daño. Que penetre como un puñal y que te entren ganas de coger las tijeras para arrancarle la lengua de cuajo. Pero añadió entonces Vidal: «¿Sabes por qué cuesta tanto insultar en catalán? Pues porque hace tantos años que ‘ens toca el rebre’ que en el momento en que surge un conflicto ya vamos con las orejas gachas. Nos salen insultos flojos, como ‘ens toca el rebre’‘tros de quòniam’, o ‘pixa fluixa’, o ‘barjaula’. ¡Ahh! Es un apunte colosal. El processisme debería tomar nota: el problema no es que no haya estructuras de Estado, la gran contrariedad es que a los catalanes nos falta mala leche y no sabemos insultar. O sea, que debemos entrenarnos más.
Hombre yo creo que desde que dura el procés se han hecho avances en el arte de insultar. El programa nos recordó que, en 2016, diputadas de la CUP tuvieron que soportar que desde la caverna las llamasen «putas traidoras amargadas y malfolladas». Aquello fue muy infame. Pero podían haber añadido también los de sentido contrario: feixista, botifler, fill de puta, equidistant... ¡Ah! El feedback con intención insultadora entre ambos bandos es muy canalla. En un momento dado nos indicaron que donde mejor se insulta es en Valencia. Y apareció un valenciano que gritaba con rabia: «A mamarla. Tros de figa. Desgraciat ¡Castellà!». ¡Ah! Transformar en insulto el ser castellano, o ser español, es también un factor que el procés ha popularizado. Al igual que eso de ¡catalàn de mierda! desde el otro lado. Yo creo que lo que deberíamos hacer es rezar, más que entrenarnos.
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