El futuro del gasto militar
La carrera armamentística por la tecnología militar alimenta un negocio global
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La posibilidad de reducir la exposición de sus soldados lleva a cada vez más países a aumentar su gasto en innovaciones como los drones, las armas por control remoto o los robots, una industria destinada a ser diferencial
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico entre el mundo digital y la política internacional. Centrado en capitalismo de plataformas, IA, vigilancia y derechos digitales. Excorresponsal en Berlín durante más de cuatro años, cubrió los gobiernos de Merkel, la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha. También ha trabajado en Europa Central y en Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Ha colaborado con TV3, TVE, Deutsche Welle, Catalunya Ràdio, El Orden Mundial o El Salto.
Leer en el balcón de su casa fue un error mortal. Así es como Ayman al-Zawahiri, líder de Al Qaeda, destapó sin querer su paradero a la CIA. El pasado 31 de julio, Estados Unidos lanzó un ataque con dron que acabó con la vida de la antigua mano derecha de Osama Bin Laden tras 20 años de persecución. Teledirigida de forma remota, la aeronave habría disparado un misil R9X Hellfire, armado con seis cuchillas en movimiento en lugar de explosivos convencionales, lo que permite una ejecución quirúrgica del objetivo reduciendo a su vez la capacidad de causar víctimas colaterales.
El último gran golpe contra la organización terrorista que perpetró los atentados del 11-S no se entiende sin el afán de Washington por seguir engrasando su maquinaria bélica. En los últimos años, la carrera armamentística global que EEUU lidera se ha articulado especialmente a través de los nuevos avances en una tecnología militar destinada a ser diferencial, pues abre las puertas a una guerra sin soldados, teóricamente más precisa y con menos víctimas militares.
Drones militares
Pocos avances en ese campo han sido más visibles que los drones militares, cuyo negocio ha crecido en paralelo al mercado internacional de las armas. Así, el mercado de las aeronaves no tripuladas empleadas por los ejércitos para tareas de vigilancia, logísticas y de ataque movió el año pasado unos 11.600 millones de dólares, según un estudio de Allied Market Research, un volumen que se espera que crezca un 12% la próxima década. Más de 100 países y otros actores no gubernamentales tienen acceso a ellos.
Los principales fabricantes de drones militares son compañías como las estadounidenses Lockheed Martin, Boeing o Northrop Grumman Corporation, aunque también destacan las israelíes Elbit Systems e Israel Aerospace Industries, las estatales chinas CASC o AVIC, o la francesa Thales Group. China está ganando terreno en un mercado en el que también empiezan a despuntar otros países como Turquía o Irán. Su uso en combate es cada vez más relevante, lo que lleva a más naciones a competir para ganar influencia en el sector.
Armas por control remoto
La venta de drones es un negocio creciente para estas y otras compañías, pero no el único, pues también prolifera el desarrollo de sistemas de armas remotas (RWS, por sus siglas en inglés), equipos de defensa que se instalan en los vehículos militares terrestres y acuáticos para que los soldados puedan controlarlos a distancia sin exponerse. Su uso ha crecido en los últimos años, especialmente para combatir movimientos insurgentes o terroristas. Este mercado movió unos 8.480 millones de dólares en 2018 –últimas cifras disponibles—y se calcula que pueda alcanzar los 25.000 millones en 2026.
Otras tecnologías militares en las que cada vez más invierten los ejércitos son los cohetes y misiles teledirigidos –cuya industria generó 54.800 millones de dólares en 2021 y sigue al alza–, radares antibatería –50.930 millones de negocio el año pasado–, programas informáticos de comunicaciones y aplicaciones del llamado Internet de las cosas militares (IoMT), la interconexión y coordinación entre dispositivos tecnológicos militares.
La cara más distópica de esta carrera armamentística es la de las armas inteligentes, que podrían servirse de un algoritmo para identificar a su objetivo y dispararle de forma autónoma sin necesidad de control humano, con los riesgos que ello comporta. La ONU ya ha acusado a Libia de usar (y a Turquía de vender) una tecnología en cuya investigación EEUU ha destinado unos 18.000 millones de dólares entre 2016 y 2020.
Más allá de drones, carros de combate y misiles, la carrera armamentística también se libra a escala diminuta. Y es que la mayoría de productos electrónicos, también los bélicos, dependen de los semiconductores, una industria estratégica en la que China ya ha adelantado a EEUU. Las crecientes tensiones entre ambas potencias por Taiwán, crucial en la fabricación global de chips, también responden a esa pugna por tener la última tecnología militar.
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