Polémica

Cara a cara entre un activista por la vivienda y la dueña de un bajo turístico

La propietaria de un apartamento en Valencia lleva tiempo viendo cómo le vandalizan su negocio. En una de las pegatinas aparecía el nombre de un colectivo vecinal

Imagen de una pintada contra la turistificación en la Saïdia.

Imagen de una pintada contra la turistificación en la Saïdia. / L-EMV

Claudio Moreno

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El debate sobre la vivienda está en ebullición. Valencia, como otras capitales, sufre tal presión inmobiliaria que muchas personas se ven obligadas a malvivir por falta de espacio, salario, estabilidad o una combinación de las tres. Frente a esta urgencia hay barrios que canalizan la movilización de dos formas, a veces complementarias. Por un lado, la asociación vecinal de la zona se erige en interlocutora del ayuntamiento e intenta forzar medidas desde un plano institucional. Ahí está la federación de asociaciones de vecinos de València exigiendo una moratoria para los pisos turísticos en presencia del ejecutivo municipal. Por otro lado, los colectivos por el derecho a la vivienda actúan de manera más subterránea mediante campañas de autodefensa frente a la especulación o incluso de boicot.

También hay barrios más movilizados que otros. La Saïdia y el Cabanyal están entre los activos. El primero no quiere mirarse en el espejo del segundo, absolutamente sembrado de apartamentos turísticos. La pregunta es, con la vivienda por las nubes, ¿qué botones hay que pulsar para desinflar ese globo?¿Hay un vaso comunicante entre la proliferación de bajos turísticos y el encarecimiento de los alquileres? Existe cierto consenso en señalar dicha relación y desde el activismo, a falta de políticas restrictivas, han empezado a ejercer presión con pintura en las puertas y silicona en las cerraduras.  

Es lo que viene pasando desde hace un tiempo en el bajo turístico de Carla. Su historia es inusual. Hace cinco años se mudó a la Saïdia y hace tres decidió comprar un bajo en el mismo barrio para transformarlo en cochera y oficina. Quería montar un estudio de arquitectura con su marido, pero el PGOU de Valènia solo le permitía un uso comercial, nada de oficina, nada de vivienda; de modo que decidió habilitarlo como apartamento para foráneos. Lo hizo sin contradicciones morales porque disfruta del negocio, alojar a familias, enseñarles la ciudad. Pero un día le pintaron “fora especuladors” y colocaron pegatinas en la puerta del bajo. Otro día bloquearon la entrada. Un tercer día echaron silicona en la cerradura. Y recientemente pusieron palillos y volvieron a colocar las pegatinas del mismo colectivo por el derecho a la vivienda. 

Entonces se plantó. A través de un conocido contactó con Antonio, un activista de este colectivo y concertó una reunión. Un cara a cara en terreno neutral con dos observadores -ella acudió con su marido, él con un compañero del movimiento vecinal de la Saïdia- para contraponer ideas y posturas. Llegaron este martes 7 de mayo a las 10 de la mañana y se fueron a las 12. Ambos tienen edades comprendidas entre los 45 y 55 años y, pese a las evidentes discrepancia, encontraron puntos de entendimiento. Estuvieron dos horas hablando. Estos fueron algunos de sus argumentos. 

Respetar un negocio legal

Carla consideró que los apartamentos no son los culpables de la subida del alquiler y desde luego el suyo está lejos de ser equiparable a la cartera de un gran tenedor. “Se han aprendido el estribillo de la canción sin reparar en la letra”, dice, y alega que un piso turístico a media altura y con cédula de habitabilidad sí puede favorecer ese incremento, porque pone en competencia al turista con el inquilino de larga duración, pero en el caso de los bajos el uso de vivienda suele estar vedado. “Yo hubiera puesto un alquiler de larga estancia, pero la normativa lo impedía”, cuenta. 

Sobre la turistificación de la Saïdia y sus efectos colaterales, algo que el barrio ha denunciado en diferentes movilizaciones, Carla dice que más del 80% de los bajos comerciales ya estaban cerrados a cal y canto cuando ella llegó. “No es fácil abrir un nuevo comercio, y tener esos locales cerrados degrada las fincas. Obviamente la solución no es llenarlo todo de bajos turísticos, pero de momento no es la realidad de este barrio”. 

La realidad es que el barrio está nervioso porque su parque de viviendas resulta inaccesible y ella tiene un negocio vinculado a esa frustración. “Entiendo que la gente se movilice y haga ruido para dirigir la mirada hacia cosas que son muy mejorables. Yo convivo en este mismo barrio, que es obrero, y no soy ajena al problema de la vivienda ni soy hija de. Sin embargo, no podemos asumir que el problema de los precios es culpa de los particulares. No tenemos tanto poder. Yo estoy presentando una actividad que es legal y loable”, subraya. Y añade: “Aunque gracias a la pelea de ciertos colectivos la sociedad avanza, en lo que no estoy de acuerdo es en el vandalismo. Desde el momento en que ejercen esta fuerza sobre otros ciudadanos que tienen su inversión legal me parece un retroceso cívico. Pierden toda la razón”.

Finalmente, y en esto insiste, Carla cree que el problema de fondo es la falta de medidas sobre la vivienda en general y los apartamentos en particular. “La regulación y el control de los pisos turísticos no es un tema que deba ser de los vecinos. Para empezar hay muchos ilegales. Yo sería beneficiada si hubiera un mayor control, porque hay espacio para todo siempre que sea en su justa medida. En cualquier caso se está señalando a los bajos turísticos como principales causantes del problema de la vivienda y no se está asumiendo que hay una evidente carencia de toma de decisiones e iniciativas municipales en este campo”, opina la pequeña propietaria, que ve con buenos ojos la moratoria a los apartamentos exigida desde las asociaciones “siempre y cuando se respeten los expedientes ya en curso”. 

Persuadir al pequeño propietario

Un enfoque opuesto aportó a la conversación Antonio, miembro activo de la plataforma por el derecho a la vivienda que habría colocado las pegatinas en el bajo de Carla y su interlocutor en la reunión del martes. El activista -no habló ni habla en representación del colectivo- señala que hay un tipo de propietario no consciente de las consecuencias de sus acciones, pero al cual no se debe culpabilizar. “Todo el mundo ha crecido en un sistema donde la vivienda se presentaba como una manera de ganar dinero, un producto, y no tanto como un derecho. Desde el activismo contra la turistificación, cualquier actividad generada alrededor de la vivienda que provoque que esta siga viéndose como un producto nos parece nociva. El caso de los pisos turísticos es evidente, porque además suponen un quebranto para el tejido comercial y social del barrio”, afirma. 

Más en profundidad, el activista conecta apartamentos y alquileres en un proceso mediante el cual un alojamiento se concibe como un vehículo inversor, generando un efecto de comparación entre otros propietarios de la zona que quieren ganar más dinero porque varias plantas por debajo ya se está haciendo. Y no solo eso: el hecho de poner el barrio bajo la lupa de rentas altas -ya sean turistas u otros inversores- termina cambiando la idiosincrasia de la zona, que se adapta a ese nuevo modelo y expulsa a los vecinos con más arraigo incapaces de seguir el ritmo. “Todo esto ya se ha visto en muchos barrios. No hemos inventado nada”.

Sobre la condensación de alojamientos, Antonio explica que ambos coincidieron en exigir un coto administrativo, y da la razón a Carla en que muchos bajos del barrio ya estaban cerrados como consecuencia de las tendencias de consumo; más supermercado que frutería, más plataforma online que librería de barrio. Pero el monocultivo de bajos turísticos, aporta, terminará siendo irreversible si la Saïdia se deja arrastrar por el negocio del momento, más rentable que cualquier otro. 

“De todas formas, nuestros adversarios son los grandes tenedores con una gran porción del negocio. En personas como Carla la función del activismo es persuadirles, porque la cuestión de la vivienda o la arreglamos entre todos o no hay manera. No es cuestión de bandos. Los pequeños propietarios, los inquilinos, los vecinos y vecinas de los barrios tenemos que intentar llegar a un punto de consenso. Y desde ese punto de partida empezar a trabajar y plantar cara a un fenómeno muy dirigido por grandes empresas. Que los pequeños propietarios se suban a ese carro es legítimo, pero se les puede hacer ver su error. No todos los autobuses que van cargados avanzan en la buena dirección. Sin embargo, si mantenemos el marco de buenos contra malos nos equivocamos”. 

Más allá de ese trabajo de pedagogía, el activista considera que lo más urgente pasa por suspender la actividad de los apartamentos ilegales y lograr esa moratoria reclamada desde tantos ámbitos políticos y sociales para ver hasta dónde absorve el mercado los apartamentos turísticos. "Porque el turismo en sí mismo no es malo", ataja. "Yo tengo edad suficiente como para haber vivido los tiempos en los que la gente no podía viajar, y aquel mundo era peor. Lo que sí está mal es que el turismo sea la prioridad económica y social", resume. 

Por último, Antonio fija una línea roja en el vandalismo contra los apartamentos, aunque mucha gente dentro del activismo lo ve como una herramienta de visibilización interesante. "Es un tema de debate continuo pero en mi caso es una barrera que no podemos cruzar. También es verdad que mi caso en el movimiento es atípico no solo por edad -suele haber mayoría de jóvenes-. Después de la reunión pensaba que el problema en esas cosas es que una conversación así, sin acuerdos pero agradable y cordial, pudo darse porque no somos el estereotipo de propietaria y activista. Eso da que pensar. Aunque todos queremos el bien de la Saïdia y un barrio debe ser diverso si no quiere ser aburrido, parece que no se puedan contraponer ideas sin ir al choque”.

Varios días después, Antonio y Carla han reproducido los detalles de su charla y han vuelto a apuntar algunas consideraciones. Entre otras: el PGOU se ha quedado obsoleto a la hora de permitir usos más creativos en los comercios vacíos. La proliferación de bajos turísticos exige regulación y control con urgencia. El foco en los apartamentos y derivadas más morbosas -como su vandalización- no deberían eclipsar el problema de falta de acceso a la vivienda. El diálogo es una buena herramienta para construir barrio. Varios días después recuerdan el encuentro con buen sabor de boca. Y sin embargo son pesimistas porque la conversación pública, están seguros, irá por otros derroteros.