Día internacional contra la violencia en las aulas

Autolesiones, intentos de suicidio y anorexia: cuando el 'bullying' se sufre en silencio

Dos víctimas del acoso escolar narran el aislamiento, las burlas y la marginación que sufrieron en ESO y cómo la terapia con perros les ayudó a salir a flote

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Noa, de 17 años, junto a su perro Valder, en Manresa

Noa, de 17 años, junto a su perro Valder, en Manresa / Marc Asensio

Olga Pereda

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Lejos de ser "cosas de niños", el 'bullying' provoca severos trastornos a sus víctimas, especialmente cuando lo viven en silencio. Noa, de 17 años, y María, de 18, son dos ejemplos. Ante la marginación con la que la torturaban en clase, Noa no vio otra salida más que autolesionarse. Estaba en 1º de ESO y ahí comenzó una complicada odisea hospitalaria, con varias entradas y salidas y dos intentos de suicidio, una realidad para el 20% de las víctimas de acoso escolar, según un reciente estudio de la Universidad Complutense de Madrid. María soportó tanto hostigamiento por parte de sus compañeras que pensó que se estaba muriendo. Sufrió un trastorno de la conducta alimentaria y una de las pocas amigas que tenía le avisó: “Si sigues así, te vas a morir”.

Un 20% de las víctimas de acoso escolar sufren intentos de suicidio

Después de romper la ley del silencio, Noa y María salieron a flote. Lo hicieron gracias a su coraje, su red de apoyo familiar, la ayuda psicológica profesional y sus perros. La terapia con animales -un proyecto con evidencia científica y respaldo universitario- es un arma más en la lucha contra el acoso escolar. No son una varita mágica, pero los canes han devuelto las ganas de vivir a Noa y María. El 2 de mayo, con motivo del día internacional contra la violencia y la ciberviolencia en las aulas, cuentan su historia. Son dos relatos de terror, pero con final feliz.

Pastillas para suicidarse

Noa, vecina de Manresa, recibe a EL PERIÓDICO en el Aula el Racó de Milu, acompañada de Maribel Vila, responsable de terapias de Fundación Affinity. Con ellas está también Valder, un labrador color chocolate que le ha devuelto la sonrisa y la serenidad a la joven. “En clase yo era una marginada, me insultaban y se reían de mí. Me llamaban cuatro ojos, me quitaban mis cosas y me cogían el ordenador. No lo hablé con nadie, tampoco con mi madre. Me lo comí yo sola y empecé a autolesioarme. Hasta que un día, me tomé muchísimas pastillas con el objetivo de suicidarme”, explica Noa. A raíz de esos episodios, tuvo su primer ingreso en psiquiatría. Fue diagnosticada de depresión y Aspeger, un síndrome dentro del espectro autista.

En el hospital del día en el que estaba ingresada, Noa recibió terapia con perros. Fue el inicio del cambio. “Adopté a Gaspar, un perro muy viejito que había sido maltratado y al que habían cortado los dientes con una radial”, explica. Cuando Gaspar falleció, compró a Valder. "Los perros me han salvado la vida. No juzgan, siempre están contentos. Los perros me aceptan incondicionalmente", explica con emoción.

Noa no quiere seguir estudiando en el instituto, pero ha encontrado su camino personal y profesional: ser formadora en terapias animales y ayudar a otras personas que, como ella, también han vivido un infierno. "Mi mundo son los perros", concluye la joven.

"Me llamaban gorda"

A punto de cumplir 19 años, María Crivillé, vecina de Vic, explica que el 'bullying' también le marcó la vida. En su caso, con una anorexia nerviosa.

María Crivillé, junto a Bliss, uno de sus cinco perros.

María Crivillé, junto a Bliss, uno de sus cinco perros. / Fundación Affinity

En 1º de ESO, entró en un colegio privado. El mundo se le cayó encima al ver que sus compañeras se convirtieron en verdugos. “Yo estaba acostumbrada a una escuela de pueblo, y en ese colegio me di cuenta de que a la gente solo le importaba el dinero que tenía tu familia y tus apellidos. Me llamaban gorda todo el tiempo. Yo no estaba gorda, pero me lo creí. En 2º de ESO el acoso fue a más. Era una época en la que empezábamos a maquillarnos y a conocer a algún chico. Pero mis compañeras me hicieron la vida imposible. Me quitaban las cosas y me seguían llamando gorda. No dije nada a nadie. Ni a mis padres”, comenta. “Yo sabía que no estaba bien. La situación se me estaba yendo de las manos. La única amiga con la que me desahogué me dijo que si seguía así me iba a morir”, añade.

"Le dije a mi madre que sentía que me estaba muriendo y que necesitaba ayuda"

— María Crivillé, víctima de 'bullying'

María, efectivamente, se rompió durante la época de exámenes. Se encontraba tan mal física y psicológicamente que acudió a una profesora y le contó las tinieblas en las que vivía. La profesora le dijo que tenía que hablar con sus padres. María lo hizo. “Siento que me estoy muriendo, mamá. Necesito ayuda”, le suplicó.

Como sucede en muchos casos de 'bullying', la víctima terminó yéndose del colegio y los verdugos se quedaron, cual seres intocables. “Mis padres me cambiaron de centro y me matricularon en otro colegio de Vic, donde encontré personas abiertas con las que me sentía muy bien”, recuerda.

El veneno del 'bullying', sin embargo, estaba dentro del cuerpo y el cerebro de María, que terminó ingresada por un trastorno de la conducta alimentaria en un centro sanitario privado que disponía de terapia con animales. “Yo siempre he vivido rodeada de perros y caballos. Me encantan. En el centro no podíamos recibir la visita de nadie. Estábamos en plena pandemia. Pero un día vino un equipo de terapeutas con perros y fue una alegría inmensa para mí”, recuerda.

Terapias asistidas con perros

Al terminar 4º de ESO, María tenía claro que su futuro personal y laboral también pasaba por la formación profesional en terapias asistidas por perros. A día de hoy, María está recuperada de su anorexia, aunque sabe que es algo que “siempre estará ahí”. Al igual Noa, recibe ayuda psicológica profesional y es inseparable de Bliss, uno de sus cinco perros. “El apoyo que he encontrado en mis perros no lo he encontrado en otras personas. Los perros, además, te pueden mover a pedir ayuda”, explica.

“No soy rencorosa. No sigo enfadada con las niñas que me hicieron la vida imposible. Además, he vuelto a confiar en la gente y puedo decir que tengo amigos. No muchos, pero sí buenos”, comenta.

“Desde las escuelas se podrían hacer muchas más cosas para luchar contra el 'bullying'. También las familias de los acosadores tienen mucho que decir. Ya está bien de decir que son cosas de niños. Todos tenemos que entender que nunca vamos a ser amigos de todo el mundo, pero lo que jamás hay que hacer es meterse con otros y criticarlos. Nadie tiene ese derecho”, concluye.

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