Protesta laboral

Las familias y los presos ante el bloqueo carcelario: "Mi hijo estará un mes sin abrazar a su padre"

QUATRE CAMINS

QUATRE CAMINS / JORDI OTIX

Elisenda Colell

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"Lo que pasamos es muy duro pero este bloqueo es insoportable. Tengo muchísima ansiedad porque no se si él está bien, como se encuentra... ni tampoco sé cuándo podré volver a hablar con él", cuenta Beatriz, pareja de un preso de Quatre Camins que lleva dos días esperando una comunicación con él. Mañana tiene el vis a vis mensual de su hijo, de 10 años, todo apunta a que no se podrá hacer. "Mi hijo estará dos meses sin ver a su padre", lamenta. El bloqueo también ha afectado a Manuel, cuyo permiso para salir en libertad se ha pospuesto 25 horas. "Se piensan que somos bestias... pero no, somos personas, y tenemos derechos. Nos tratan peor que a un perro", se queja. Ellos son algunas de las víctimas de las protestas sindicales en las cárceles catalanas este fin de semana. Varias asociaciones de derechos humanos ya lo están estudiando para tratar de denunciarlo.

Beatriz no se llama Beatriz. Pero pide anonimato para poder hacer público si historia. Un silencio incómodo demuestra como estos años no están siendo nada fáciles. Cuando su hijo cumplió tres años se vió obligada a criarlo sola, su marido fue condenado a entrar en prisión. Ahora está en la cárcel de Quatre Camins, donde las protestas de los funcionarios de la prisión le han obligado a cortar cualquier comunicación con su marido, que se encuentra, como el resto de internos, aislado dentro de la celda.

La última vez que ella pudo hablar con él fue el jueves. "No lleva bien lo de la cárcel, es todo muy injusto", cuenta ella. Pero añade que el jueves, antes de la muerte de la cocinera de Mas d'Enric, todo iba bien. El viernes tenían una comunicación ordinaria, aquellas con el cristal de por medio y el teléfono. El bloqueo de los trabajadores hizo imposible que entrara. Este sábado ha vuelto de nuevo. "Hay veces que si hay hueco te dejan pasar". Ha estado seis horas frente al centro penitenciario. "Nada, y ni el director de la cárcel se ha atrevido a darnos una explicación", se queja.

"Estoy muy nerviosa, tengo mucha ansiedad. Pienso ¿está bien? ¿como lo estará pasando? ¿cómo les tratan? Y lo peor es que no sé cuanto más va a durar este suplicio", sigue. Beatriz ha hablado con los trabajadores protestantes, y ha exigido explicaciones al director. "Se pasan la pelota los unos a los otros". Ha podido hablar con los presos cuyo módulo da a la calle. "Dicen que si no tienen dinero no les dan agua", denuncia.

A principios de cada mes su hijo, que ya tiene 10 años, tiene cita con su padre. Un vis a vis donde padre, hijo y madre pueden jugar y abrazarse. "Yo voy a ir igualmente, a ver si hay suerte, es que si no mi hijo va estar dos meses sin ver a su padre, no nos tocará hasta el mes que viene", lamenta la madre. "A mi me sabe muy mal la muerte de la cocinera, y entiendo que los trabajadores pidan sus derechos, pero que pasa ¿nosotros no tenemos?", se queja. "No todo vale para pedir mejoras laborales, no pueden pisotear nuestra vida", insiste.

Brian (nombre ficticio) también se muestra indignado ante esta protesta. Hace dos semanas le concedieron el tercer grado. El hombre, que trabaja en la cafetería de una cárcel catalana, tiene permisos cada viernes hasta el domingo. "Salgo el viernes a las doce del mediodía y vuelvo el viernes a las ocho", cuenta. El jueves, al conocer la muerte de la cocinera Núria, ya se dio cuenta que las cosas no iban bien. "Los funcionarios estaban muy enfadados". Y ya el viernes fue imposible salir de la prisión. "¿Tu sabes lo que es pasarte un día encerrado en un sitio de dos metros cuadrados con otra persona? Es horrible. Es maltrato psicológico. La gente se vuelve loca. La gente gritaba, insultaba, daba golpes...", cuenta el hombre.

Él deseaba salir. "Es mi derecho. Y además tenía hora para ir a hacer papeles del empadronamiento y demás trámites. Nada, lo he perdido todo", se queja. Tiene miedo de volver y que la situación sea la misma que el viernes, como ya han amenazado los sindicatos. "Así no se puede vivir", matiza su mujer. "Es que nos tratan peor que a los perros. Una cosa es que seamos presos, otra que seamos bestias. Es distinto, tenemos derechos", insiste Brian. "Nosotros no hemos hecho nada malo. ¿Qué culpa tengo yo de lo que pasó a Tarragona? ¿Porqué nos castigan?".

Una crítica que también pronuncia Gràcia Amo, presidenta de la asociación de familiars de presos de Catalunya. "Los derechos de los presos son innegociables. Los funcionarios están mezclando sus derechos laborales con medidas que perjudican la salud de los presos", se queja Amo. Hoy, dice, han sido cuarenta familias las que han tenido que ir hasta Quatre Camins sin saber si podrían ver a su preso. Algunos inviertiendo el día entero. "No se puede jugar con los derechos de las personas", implora Amo, que considera que este bloqueo está afectando la salud física y mental de los internos. "Es un peligro".