Pobreza energética

"La última vez que encendimos la calefacción fue en 2017"

Una familia de cinco miembros que sufre los rigores de la pobreza energética se prepara para la llegada del invierno en su piso de Girona

Viviendas en un bloque del barrio barcelonés del Poblenou, en una imagen de archivo.

Viviendas en un bloque del barrio barcelonés del Poblenou, en una imagen de archivo.

Meritxell Comas

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Julio Andrés Almendarez Ávila aterrizó en Girona en 2017 procedente de su Honduras natal, huyendo de la inseguridad que atravesaba el país. "Fue una huida prácticamente de la noche a la mañana, mi familia y yo empaquetamos todo lo que pudimos en una maleta, la ropa, los recuerdos y toda una vida, compramos los billetes de avión y llegamos a España", recuerda.

Aquí, tuvieron que empezar de cero. Desde entonces, a pesar de que tiene una carrera universitaria en administración y dirección de empresas, no ha tenido ningún trabajo fijo, solo "encargos puntuales", desde tareas de jardinería a mercados. Vive en un piso de alquiler con su mujer, dos hijos, de 24 y 18 años, y su cuñada, que se está recuperando de un ictus. Su mujer cuida a personas mayores y, "con lo que ganamos entre ella y yo, podemos ir tirando". Aun así, los ingresos les llegan justo para pagar el alquiler del piso y la comida, pero no para las facturas. "La última vez que abrimos la calefacción del piso fue en 2017, nos llegó una factura de 150 euros y ya no la hemos vuelto a poner en marcha, y menos ahora con lo que se ha disparado el precio del gas, no podríamos pagar la factura", asegura. Tienen que combatir el frío con mantas y en casa van con abrigo: "Además, tenemos un grave problema de humedades, pero no tenemos capacidad económica para poder cambiar de piso", confiesa. 

La Cruz Roja les atiende desde el verano para paliar los efectos de la situación de pobreza energética que sufren. Hace pocas semanas, la entidad los hizo llegar una estufa, que esperan poder encender cuando llegue la ola de frío. Una realidad que Almendarez conoce de cerca porque, solo dos años después de llegar, se ofreció a la entidad como voluntario. "El voluntariado me da energía, es un servicio a la comunidad para poder cambiar el entorno de la persona que estás acompañando", asegura. Desde entonces, ha colaborado en distintas áreas, desde la campaña de recogida de juguetes a la atención a personas mayores, pasando por la recogida de material escolar. 

"Hemos aprendido a ser resilientes"

Con todo, se niega a vivir la Navidad con tristeza: "Una de las cosas que hemos aprendido como familia es a ser resilientes frente a las dificultades, es cierto que nuestra Navidad en Honduras era muy diferente, podíamos comprar regalos para nuestros hijos, ir de tiendas, ir de vacaciones, y ahora nos ha tocado cambiar de chip, no podemos comprar regalos porque para eso necesitaría tener una nómina, pero tengo fe de que en algún momento podremos, porque nos lo merecemos", asegura.

La salida, apunta, sería poder optar a un trabajo acorde a sus estudios, "como cualquier otra persona, porque los principios de contabilidad son universales". "No fui educado en Cataluña, pero tengo la capacidad y la experiencia, pero me siento discriminado por no haberme graduado aquí, y si esto no cambia, podemos quedarnos atrapados en este espiral durante años", lamenta. "Además, las ayudas, aparte de que son pocas, hay mucha burocracia, no hay ninguna sensibilidad a las circunstancias de las personas que las tienen que pedir", concluye.

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