Entrevista

Florencia Luce, exmonja: "La Iglesia es una institución machista, sin duda"

Florencia Luce

Florencia Luce

Natalia Araguás

Natalia Araguás

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En el 'Canto de las Horas' (Libros del Zorzal), Florencia Luce novela su experiencia durante doce años como monja de clausura a través de la idealista Marie, que ingresa con veinte años en un convento. Casada y con una hija de 24 años, la escritora argentina reside en la actualidad en Nueva Jersey (EEUU).   

-¿Qué hay de usted en el personaje de Marie?

-Hay mucho. Creé un prototipo con lo que yo pude haber vivido en el convento, pero también hay vidas de otras allí. Ahora bien, es ficción. Pero los doce años recluida en el convento, las crisis, la salida, la marcha a Francia, son parte de mi historia real.

-Su personaje se convierte en monja de clausura con 20 años por su idealismo, que encauza en lo religioso. ¿Fue idealismo lo suyo también?

-Sí, creo que es una constante en las vocaciones en general, ese idealismo adolescente me llevó a querer dejarlo todo por cambiar el mundo.

-Su familia no era particularmente religiosa.

-No, éramos católicos, la típica familia argentina, pero ni siquiera practicantes. No era algo fuerte para nada.

-¿Cuál fue su mayor desengaño de la vida contemplativa?

-Encontrarme con mis propias miserias interiores y darme cuenta de que las demás, en vez de sentir esa atracción por la vida contemplativa, la oración, también pasaban muchos momentos del día pensando “me van a nombrar esto” o lo otro. Mi idealismo cayó de un décimo piso y se estrelló rápidamente.

-En su novela es muy interesante el influjo de la abadesa, Beatriz, en un círculo de mujeres que viven aisladas. ¿También lo experimentó?

-Sí, por supuesto. La relación de poder en el monasterio es muy vertical, en la iglesia en general. Hay un voto de obediencia, entonces es casi como una militar, es una cuestión de obedecer. El poder es absoluto en relación a las mujeres que dependen de esa persona

-En el libro la abadesa no solo es dominante, sino también atractiva. ¿Hay relaciones afectivas entre las monjas, quizá no sexual pero sí fascinación o enamoramiento?

-También existe, es un círculo muy cerrado. Hay una soledad y una cotidianidad con las mismas personas siempre. La comunidad se torna tu familia, tus amigos, todo. Se hacen agujeros afectivos por la falta de mundo exterior y se van llenando con quien uno tiene más cerca. La más carismática, la más simpática, la más cercana…. Hay atracciones sin duda, que llegue o no a algo sexual yo no lo sé, nunca lo he visto. Aunque ya hay una atadura psicológica que yo no veo como algo sano y eso es lo que quiero plasmar en la novela.

-Desde que entra en el convento su personaje va teniendo sucesivas crisis. ¿Cuándo usted ve claro que debe abandonar la vida contemplativa?

-Cuando me mandan a Francia y vuelvo dispuesta a enseñar canto gregoriano, a hacerme cargo del coro. Entonces se me dice que no, que se ocupará otra. Yo como monja debería poder decir ‘todo bien, no estoy acá para eso, sino para rezar y entregar mi vida a Dios’. Humanamente no siento eso, lo que me lleva a plantearme qué estoy haciendo en el convento si me molesta. A cada rato voy a tener una contradicción, me voy a deprimir. Fui sintiendo que me iba a enfermar, cada vez más. Toqué fondo y dije basta.

-¿Hasta qué punto las monjas somatizan sus sentimientos, al no poder expresarlos?

-Hay muchísimo de eso, es una mis grandes preocupaciones, ojalá alguien hiciera algo. Hay un montón de temas estomacales por ejemplo en gente muy joven. He visto a muchísimas monjas que necesitaron atención psicológica, pero siempre pasaba por llamar a alguien muy religioso, aunque fuera psicólogo. O medicar solo los síntomas y decir ‘ya pasará, esto es normal’.

-¿Cómo ve el papel de la mujer en la iglesia?

Absolutamente nulo desde el punto de partida de que la mujer no puede tener ningún lugar de decisión en la cúspide de la iglesia, son todos hombres. Sé que este Papa está invitando más teólogas a algún concilio o a formar parte de un análisis, pero es solo para escucharlas. No tienen voto ni decisión en nada.

-¿Ve lejano el momento que haya en la religión católica mujeres sacerdotes?

-Lamentablemente, sí. Y no entiendo por qué, por miedo al cambio, me parece. Ojalá me equivoque, pero lo veo lejano justamente porque las decisiones están tomadas por hombres, por todos estos cardenales y obispos, en su gran mayoría muy conservadores. Los de más arriba a este Papa le están haciendo medio la vida imposible cada vez que quiere hacer una pequeña apertura. No tengo esperanza de que vaya a cambiar pronto.

-¿Ve a la iglesia como una institución machista?

-Machista, sí, sin duda. Lo increíble es que la mayoría de los que aman a la Iglesia no lo ven así. Te dirán que la mujer tiene lugar, mira los conventos, mira las abadesas. Pero no tienen ningún poder de decisión, más que en su ámbito chiquito.

 

-De los tres votos, usted el que llevó peor fue el de obediencia, ¿verdad?

Sí, es el más duro. La pobreza en realidad no es tal, porque uno deja todas sus posesiones pero el monasterio te provee de todo. El voto en sí es más pobreza de espíritu, de falta de ambición. La castidad es el más fácil, aunque también se refiere a no tener ataduras, pero eso tampoco es tangible. En cambio, la obediencia sí lo es. Te dicen de hacer algo y sientes esa reacción de rebeldía, de injusticia, cuando uno no debería cuestionar nada porque viene de la palabra de Dios se supone a través de un superior.

-¿Qué le diría usted a alguien que con 20 años como usted quiera entrar en un convento de clausura?

Yo le diría, espera, para un poco. No te precipites. No hay ningún apuro, es una decisión muy grande, un cambio de vida inmenso. Una vez que estás adentro, no es fácil tomar la decisión de salir, se te vuelve cada vez más difícil. Sal, vive, trabaja, estudia lo que sea, la vocación, si es verdadera, no se va a ir. Dios no está apurado, no creas a nadie que te diga que tienes que entrar ya.

-Tiene más prisa el guía espiritual que Dios, ¿no?

Exactamente. El confesor, la superiora. Ese es el grave error de las vocaciones, las jóvenes que de pronto se creen que van a salvar el mundo porque se van a meter en un convento. Y no, yo trataría de meditarlo bien. Lean mi libro. 

Suscríbete para seguir leyendo